Basílica de los Santos Mártires

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Sepulcro grecoromano de los Santos Mártires
Basílica de los Santos Mártires

Historia

San Acisclo y Santa Victoria fueron mártires de la primera persecución romana contra los cristianos en Córdoba. Según algunas fuentes sitúan su martirio a principios del siglo III, alrededor del año 204, siendo emperador Septimio Severo y pretor de la Hispania Ulterior, Dión. Otras fuentes los dan como fecha el siglo IV bajo el dominio del emperador Diocleciano, año 303. Parece más verosímil la primera.

Fueron sepultados en la orillas del Guadalquivir en el lugar que según cuenta la tradición fue decapitado Acisclo el 17 de noviembre. Los cristianos veneraron este lugar desde su muerte, pues según una leyenda todos los años en esta fecha crecían de una forma milagrosa rosas en su sepultura.

En siglo IV existían en Córdoba tres basílicas, eran los tiempos del obispo Osio. Una, nombrada como Los Tres Santos (actual Basílica menor de San Pedro); otra, llamada de San Zoilo en el centro de la ciudad ya desaparecida; la tercera estuvo dedicada a los Santos Mártires o de San Acisclo, en el lugar donde fueron sepultados Acisclo y Victoria, cuya ubicación estaba situada en la rivera del Guadalquivir junto al Molino de Martos. En ella se depositaron los restos de los mártires cordobeses metidos en un sepulcro de mármol de estilo grecoromano del siglo III o principios del IV conservado hasta la actualidad.

El rey visigodo Agila la destruyó en año 530 convirtiéndola en cuadra, hecho que motivó a los cordobeses a luchar heroicamente contra el visigodo derrotándolo totalmente. Hay noticias que sucedió algo similar en tiempos de Leovigildo.

En la época árabe, el templo cristiano más venerado después de su catedral de Los Tres Santos, fue la de los Santos Mártires. Según testimonio de San Eulogio, en ella fueron depositados los cuerpos de San Perfecto, San Argimiro, San Sisenando, Santa María y Flora vírgenes y mártires de la persecución musulmana en Córdoba.

San Victoria

La reconquista de Córdoba por San Fernando en 1236 hizo engrandecer la Basílica de los Santos Mártires entregándola a la Orden del Cister cuyo abad provenía del Monasterio de Fitero, y así fue convertida en Monasterio. Se efectuaron en diversas ocasiones ampliaciones, una de ella, en el reinado de Fernando IV el “Emplazado”. Los monjes cistercienses estuvieron en ella hasta 1527, pasando a manos de los frailes de la Orden de los Dominicos en el año 1531 desplazados desde el del Convento de Scala Coeli. La reedificaron dándole gran esplendor, y de esta forma renovaron la ardientemente devoción a los Santos Mártires como Patronos de Córdoba. Hay una fecha importante para la basílica, como fue febrero 1570 al ser visitada por el rey Felipe II. El insigne monarca entró de rodillas desde el atrio, hasta la capilla del sepulcro de los Santos Mártires, e igualmente imitaron su ejemplo todos los cortesanos de su séquito. Los dominicos en agradecimiento a tan regia visita le donaron la mitad de las reliquias de los Santos allí depositados, éstos fueron llevados al Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, donde aún se veneran.

Esta Basílica de los Santos Mártires tuvo que soportar una disminución devocional de las reliquias allí depositadas, pues con motivo de unas obras realizadas junto a la torre de la Iglesia de San Pedro en el año 1575 apareció un marmolillo con los nombres de los mártires cordobeses, entre los que se encontraban los de Acisclo. Debajo del discutido marmolillo, había gran cantidad de huesos. Sostenían los dominicos y la mayor parte de los fieles cordobeses, que dicha inscripción había sido llevada desde el Monasterio de los Santos Mártires posiblemente debido a las reformas realizadas en el dicho Monasterio. En el siglo XX al realizar las acometidas del alcantarillado aparecieron en los alrededores de todas las iglesias parroquiales infinidad de restos humanos, dado que en el medioevo era costumbre enterrar los cadáveres de los parroquianos junto a las iglesias.

La polémica estaba servida, pues se rompía con la tradición milenaria del lugar donde se veneraban las tan preciadas reliquias. Para esclarecimiento de tan controvertido asunto, Dios envió a su Arcángel San Rafael, designado desde antiguo como custodio de los cordobeses.

San Rafael se le aparece al Padre Roelas en 7 de mayo de 1578 asegurándole que los huesos encontrados en la Iglesia de San Pedro son las auténticas reliquias de los Mártires cordobeses. Para dar veracidad a dichas reliquias se consultó al Concilio Provincial de Toledo del año 1583 y el Papa Gregorio XIII ratificó en sentido afirmativo. Visto el dictamen, la devoción popular a las reliquias de los Santos Mártires fue traslada a la Iglesia de San Pedro, donde pueden venerarse hasta la actualidad en una hermosa capilla barroca. Al respecto, esta fueron las palabras reveladas por San Rafael al padre Roelas sobre la basílica de los Santos Mártires:

Qué no tengan en poco aquel Monasterio: allí recibió martirio Acisclo y fue sepultada Victoria. En verdad te digo que las paredes de este Monasterio están hecha con sangre de Mártires.

El culto en la Basílica de los Santos Mártires fue decayendo, aunque seguían los fieles visitando el sarcófago donde estuvieron los restos de los Mártires. Allí fue enterrado en 1591 Ambrosio de Morales, persona devotísima de los Patronos de Córdoba. Los dominicos se mantuvieron en el convento hasta la desamortización del año 1835.

La exclaustración, fue un golpe mortal para la basílica, pues con el abandono del templo, se iniciaron largas reclamaciones por sus propietarios, los condes de Torres Cabrera, que lo eran desde finales del siglo XVI, los cuales exigían los cuadros y joyas de arte que se conservaban; había un cuadro de Pablo de Céspedes, y otro de su discípulo Zambrano, y al parecer dos de Cristóbal Vela, de los cuales no se sabe dónde se depositaron. Aún queda un recuerdo artístico de aquella basílica, como son dos ángeles de grandes dimensiones que velan en el presbiterio de la Iglesia del Juramento al Arcángel San Rafael .

Abandonado y ruinoso se venía abajo materialmente el templo, en 1844 se sacaron los restos de Ambrosio de Morales que fueron depositados en la Real Colegiata de San Hipólito. Así definía Ramírez de las Casas Deza el estado de abandono del Monasterio de los Santos Mártires.

San Acisclo


Está el edificio ruinoso y muy necesitado de reparos; pero no tan costosos como se hicieron después de tantos años que se encontraban abandonado, siendo cada día, más difícil su reedificación. ! Mengua y Baldón es de esta época presente ¡, que reconociendo todos, cuán encomendable era esta antigua y célebre Basílica de Nuestos Santos Patrones por todas sus circunstancias, haya visto esta ciudad la consumación de su ruina con la completa indiferencia, sin que se moviesen ni hiciesen un esfuerzo para evitarlo los que cuentan con poder y medios para ello.

Fue pocos años antes de 1855 cuando visitó las ruinas el erudito escritor Pedro Madrazo, al ver la capilla del sepulcro de los patronos cordobeses, realizó una descripción de lo que aún quedaba de ella, e igualmente Luis María Ramírez de las Casas Deza al visitar dichas ruinas, dibujo a pluma con gran exactitud el sepulcro de los Mártires, dedicándoselo a el obispo de Córdoba Juan Alfonso de Alburquerque. Gracias a dicho dibujo se le pudo identificar en la casa 113 de la calle Cardenal González, donde servía como lavadero vecinal. Según constaba en escrituras, el propietario de dicha casa había comprado como material de derribo parte de la basílica.

Se procedió en 1858 a la demolición del convento que se vendió a un particular y gran parte de la basílica se derribó para hacer una ronda por donde pasaría la carretera real de Madrid-Sevilla. Entre el material de derribo se vendió el sepulcro que contuvo las reliquias óseas de los Mártires.

Con motivo de una epidemia de cólera morbo en el año 1865, el Ayuntamiento recoge por acuerdo capitular la edificación de una Ermita en el brazo derecho de la cruz latina de lo que aún quedaba de la milenaria y celebre Basílica de los Santos Mártires. No fue realidad la construcción hasta 1880 y tuvo mucho que ver en esta nueva edificación el magistral Manuel González Francés, siendo obispo de la diócesis Fray Zeferino González Tuñón y alcalde de Córdoba Bartolomé Belmonte Cárdenas, conde de Cárdenas.

El sarcófago de los Mártires fue adquirido en 1928 por Cándida Cortuoy Carbonell para que custodiase y venerase la Ermita de los Santos Mártires de la Rivera.

La Ermita se mantuvo en pie, donde los devotos la visitaban, pero el tiempo la deterioraba de tan forma que prácticamente estaba cerrada y abandonada. A principios de los año sesenta del siglo XX estuvo a punto de ser trasladada de lugar por motivo del ensanche de la Carretera Nacional IV, pero gracias a gestiones hechas en altas esferas se paralizó dicho proyecto. En 1963 por acuerdo del Ayuntamiento se procede a su remodelación, nuevamente inaugurada el 17 de noviembre de 1965, siendo obispo de Córdoba Manuel Fernández-Conde y alcalde de Córdoba Antonio Guzmán Reina, la misa de apertura fue oficiada por el vicario de la diócesis Juan Jurado Ruiz.

Desde el año 2005 está abierta todos los domingos y festivos al culto, celebrándose misa. Se vuelve a restaurar en 2007 respetándose y aumentándose su entorno ajardinado. Desde esta fecha, el cabildo catedralicio se hace responsable de su gestión mantenimiento.

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