Paseo Primero. El Barrio de la Magdalena

De Cordobapedia
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Principio

No se me oculta la extrañeza de mis lectores, al ver que cuando principio a escribir mis PASEOS POR CÓRDOBA, consignando en este libro lo notable que hay en cada barrio y la multitud de tradiciones, ya históricas ya fantásticas, y las noticias recogidas referentes a cada uno, en príncipio por el de la Magdalena, que no es ciertamente ni el más importante ni el que llamará más la atención del lector; más éste me dispensará tal preferencia, al saber que en él tengo mi domicilio y muchas de mis más entrañables afecciones, facilitándoseme así, la más pronta copia de datos tan necesarios para esta clase de trabajos. Sin embargo, es uno de los barrios más numerosos en vencindario y que ha contado y cuenta con más edificios públicos; por lo tanto, no tan desprecibale que deje de merecer aquella predilección, pues, si bien no es de los mayores intramuros, cuenta con una gran parte del término de Córdoba, en la que están enclavados varios conventos, ermitas y hospitales y el célebre puente de Alcolea, donde en el presente siglo han tenido lugar dos grandes hechos de armas a cual más trscendental y ambos llamados a ocupar un lugar en la historia de nuestra patria.

Es evidente, que Córdoba fue una de las primeras ciudades de España que proclamaron la Religión del Crucificado; en seguida se empezaron a fundar inglesias, donde los católicos se entregaban a la oración , y aún hay memorias de que no sólo se fundaron las parroquias sino contiguos a ellas, asilos de emparedadas, título de una especie de menajas, con más austeridad y penitencias de las que conocemos.

La iglesia

Contenido

Es probable, que la Magdalena date de aquel tiempo y sea la iglesia que titulada la "Encarnación", existía cuando los árabes la conquistaron, continuando en ella los cristianos, si bien vieron con dolor, desmochar su torre, como hicieron con todas las demás existentes en Córdoba. Confusa aparece esta opinión, de varios autores además de nuestra; pero sí es cierto, que San Fernando erigió catorce parroquias y una de ellas fue la de Santa María Magdalena. Su exterior es gótico, bizantino, conforme al gusto de aquella época; Desmuéstranlo sus tres puertas, si bien la principal fue macisada, tanto porque dá al lado de menos tránsito, como por el deseo de trasladar el coro que estaba en el centro de la iglesia. Su primitiva torre, era un campanario de raquítica forma que fue derribado, siendo obispo de Córdoba el ilustrado Señor D. Antonio Caballero y Góngora, para sustituirlo con la actual torre, que nada tiene de gallarda, ni de gusto en su arquitectura, ocupando el mismo sitio que la antigua, por lo que mientras se construyó, estuvieron las campanas colgadas de unos maderos atravesados en el pequeño patio que da entrada de la calle a la sacristía. En su interior nada ha quedado de su primitiva arquitectura; los muros están embadurnados por la cal y las cornisas por un azul de malísimo gusto, así como a su antiguo artesonado, lo ocultó una bóveda moderna que nada de particular presenta a la vista.

Han sido segregadas de la iglesia las capillas colaterales, una para ampliacion de la sacristía, y otra para atarazana a donde bajan las cuerdas de las campanas; en cambio, hay en la nave del evangelio, dos capillas que, tanto en el interior como en el exterior, denotan ser mucho más modernas que lo demás del templo. El altar mayor, más bien parece una urna que un retablo: se reduce a un gran cenefa de talla dorada, alrededor del camarín, en cuyo centro y sobre el manifestador ó tabernáculo, se vé una gallarda escultura de la Magdalena penitente, cuyo autor no hemos podido averiguar, y a los lados otras dos de regular mérito, que representan a Santa Lucía y Santa Bárbara.

Todo esto estuvo a punto de ser devorado por las llamas al anochecer del día 28 de mayo de 1872, estando cubierto por un altar provisional, para la celebración del Mes de María ó flores de Mayo; empezó a arder a un descuido de un niño encargado de encender unas harañas; quemóse la Virgen y sus adornos, no comunicándose a lo demás por la prontitud con que todos acudieron. En el tabernáculo hay casi siempre una Purísima de talla que , así como parte de la colgadura de este tiempo, son procedentes del hospital de San Bartolomé.

La capilla mayor es patronato de los Sres. Diaz de Morales, quienes para su enterramiento tienen un hueco que la coge casi toda, y el cual en su interior, nada notable ofrece en cuanto a su construcción; en él yacen los restos del capitán de navío Sr. D. Francisco Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales, magistrado que fue en Filipinas y los de otros muchos individuos de esta ilustre familia, de la que nos ocuparemos en otro lugar. Cierra dicha capilla una verja de hierro fundido, colocada en el año 1872 en sustitución de otra, que había sobre las gradas delante del altar, la que formaban dos medios púlpitos, donde leían la epístola y el evangelio.

Los altares colaterales, también de talla dorada de mal gusto, tienen un Concepción y un San José, de quienes cuida una antigua cofradía, muy corta de individuos, si bien por sus estatutos de limpieza sangre y con un enterramiento propio en un hueco delante del primer altar; celebra a su titular en su día y aplica ocho misas por los cofrades que fallecen, únicos cultos que cubre con sus escasísimos recursos.

En la nave del evangelio, vemos, primero, la capilla de la Virgen de los Dolores; también tuvo hermandad con enterramiento en un hueco bajo el arco de entrada. Es de patronato de los Armentas, a quienes representan los Sres. Marqueses de Valdeflores, por haberla fundado en 1413, Alfón de Armentía, que, con su padre Gonzalo, vino de la villa del mismo título, a la conquista de los moros de Andalucía y murió en 1423, enterrándolo en este sitio que destinó para él, su mujer Dª Urraca Martínez de Sotomayor y todos sus descendientes.

En el presente siglo se han puesto en esta capilla otros dos altares, uno con el Cristo de las Tribulaciones , que se veneraba con gran devoción en la Iglesia de San Antonio Abad, a la izquierda del Hospital de San Juan de Dios, y otro con la Virgen de los Remedios, que se traladó con su cofradía desde la iglesia del Hospital de San Bartolomé, cuando por ruinosa fue derribada en 1861.

La expresada capilla, sirvió de sagrario hasta que la cofradía del Santísimo, cuyas reglas fueron aprobadas en 20 de noviembre de 1520 por el Obispo D. Pedro Manrique, contando con fondos suficientes, labró la que hoy tiene con enterramiento para sus cofrades, toda ella revestiva de madera azul, con adornos dorados de mal gusto y formando cúpula.

Un cruficado de gran devoción

En su único altar tiene un Crucifijo de tamaño natural, imagen un tiempo de gran devoción para los vecinos de este barrio, tanto, que en 27 de febrero de 1650, cuando en Córdoba sufrieron la gran epidemia del landre, en que fallecieron más de catorce mil personas, lo sacaron en procesion en unión de San Juan de Dios, de su hospital, y San Pedro Tomás, del Carmen, para llevar a los infectados un regalo o donativo, con que los vecinos de la Magdalena, quisieron contibuir a su alivio; consistió en diez carretadas de leña, otra de romero, cuatro cargas de id., ciento catorce gallinas, ciento ocho fanegas de trigo, sesenta espuertas de pan, veinte y cuatro carneros, dos espuertas de alhucemas, veinte y siete canastos con huevos, cuarenta salvillas con vizcochos y vizcotelas, una carga de vino, ocho garrafas de id., dos hamones, ochenta y ocho salvillas con hilas y vendages, dos cargas de naranjas y limones, veinte y siete camisas, doce vestidos de hombre, dos pares de medias de lana, diez espuertas de grandas, ocho pomos de agua de olor, seis botes de manteca de azahar, cuatro macetas de habón, diez y seis fuentes de ojuelas, cinco canastos con garbanzos, y dos esportones con jarros de de la Rambla.

Hecha la anterior disgresión, diremos que los chicos del barrio, a imitación de los de otros, se juntaron e hicieron una póstula y en 10 de abril del mismo año, les llevaron en procesión, a los expresados enfermos, cuarenta y seis vestidos de mujer y cuatro de hombre, ocho sombreros, dos esportones con treinta hornazos, cuatro salvillas de hilas, cuatro espuertas de pan, dos canastos con huevos, dos salvillas con panecitos de San Nicolás y una carga de naranjas.

Continúa la descripción de la Iglesia

Volvamos a la descripción de la iglesia de la Magdalena que, aunque parece demasiado minuciosa, no deja de tener interés, y mucha más, cuando tal vez no esté lejos su desaparición. A los pies de la nave referida, se vé una puerta, media en la pared y media en el suelo: por ella se baja a un panteón con gradas de mármol negro y rodeado de bovedillas; está fuera del templo, o sea, debajo del alto que forma en la plazuela, a un lado de la puerta; era enterramiento general, y cuando se llenaba exhumaban los restos y los colocaban en el osario; este era un corralito a espaldas de la sacristía, con una pequeña puerta a la calle; hoy está limpio. Al lado de la puerta del panteón, hay un altar con una muy antigua imagen de San Bartolomé, que era la que estaba en el retablo mayor del hospital de su advocación, ya citado. En este lugar estuvo la capilla de las Ánimas, y allí se conserva el hueco o enterramiento de sus cofrades el altar fue trasladado a la nave de la epístola, cerca del cuarto de las campanas, teniendo un cuadro , muy mediano, con un Crucifijo y las Ánimas al pie.

Al lado hay otro retablo moderno, hecho siendo Rector de esta parroquia D. Juan Manuel Olivares, para colocar una escultura que representa a San Antonio Abad, que estuvo en el hospital que ya hemos dicho; cuida de esta imagen el gremio de trabajadores de cáñamo llamados los casilleros, quienes costearon dicho altar; todos los años le hacen una solemne fiesta en su día, con dos de jubileo, para lo cual reunen sus limosnas y el producto de unos panecillos que venden en la puerta y que ya van perdiendo su importancia. A los pies de esta nave, está la pila bautismal, de modo que no presenta ni la mejor vista, ni la comodidad suficiente para el público que acude a los bautismos. El archivo nada ofrece al curioso, y sus libros principian, los de casamientos y bautismos en 1573 y los de defunciones en 1616.

Suceso en Corpus del siglo XV

Muchas son las fiestas que con gran solemnidad se han celebrado en esta iglesia, y debemos hacer mención de una que antiguamente se hacía en todas las parroquias de Córdoba y que han caido en desuso, sin que podamos expresar la época en que se ha suprimido. Tal era una procesión, en los dias de la octava del Corpus, recorriendo parte del barrio y rivalizando cada uno con el de la iglesia más inmediata. Un año, á mediados del siglo XV, la cofradía del Santísimo Sacramento de la Magdalena, á la cual pertenecía toda la nobleza del barrio, mucha y de la más principal, hizo grandes preparativos para su procesión o minerva, como en algunos puntos la llaman, y al efecto convidó a todos los demás nobles josdalgos de la ciduad, que acudieron gustosos, entre ellos un D. Luis Fernández de Córdoba, vecino de Santa Marina, joven apuesto y valiente; por con la gran dosis de orgullo de todos los de su clase, y más en aquella época en que se consideraban tan superiores a los demás. Formóse la procesión y como hubiera acudido mucha clase del pueblo, entre las que se veían los labradores de la gran población rural que tenía y aún tiene este barrio, fue preciso y justo, darles cirios o faroles, toda vez que en mayor o menor escala contribuían a esta festividad. Un honrado campesino, que aunque plebeyo, tenía el carácter independiente tan propio de los españoles, tomó lugar entre el D. Luis y los que llevaban los faroles o sea los más cercanos al palio, y juzgando nuestro noble que se rebajaba con aquello, le intimó, con esos modos con que los superiores de escaso talento manda a sus inferiores, a que le cediese el lugar y se fuese a otro sitio con los de su clase. Contéstole, que no la había en la presencia de Dios, que le iba muy bien y no le cedía el sitio; a esto siguieron dos o tres ligeras contestaciones, y no pudiendo el D. Luis contener los arranques de su orgullo y su soberbia, echó mano a la daga, atravesando el corazón del aquel infeliz, que sin vida, cayó muerto casi a los pies del sacerdote que conducía el Sacramento, el cual, aturdido, no sabía si continuar su marcha o qué determinación tomar, así como todos los concursantes, a excepción de la esposa de la víctima que, como una fiera, se arrojó sobre el asesisno impidiendo se entrase en sagrado, y por consiguiente dando lugar a que lo prendieran. Unos corrían, otros lloraban, muchos criticaban tan fea e improcedente acción y todos, a excepción de algunos parientes de D. Luis, estaban a favor del desgraciado, víctima del orgullo de nuestra nobleza, tan altanera con sus antiguas y ya caducas ejecutorias.

La procesión terminó en aquel momento: la gente se retiró: depositóse el cadáver en la iglesia, y D. Luis Fernández de Córdoba fue preso en la torre de los Donceles, que como la Calahorra y la Malmuerta, estaba destinada a prisiones de los nombres que cometian algún delito, siendo esta una de las muchas prerrogativas con que contaban los afortunados hijos de la aristocracia española. La Providencia que a todas los juzga iguales, no consistiendo que por el camino del crimen se llegue al puerto de felicidad, vino a burlar las influencias de la familia del preso que, dando primero largas a la causa, sistema ya entonces usado, e interponiendo después todo su influjo, llegó a alargar la esperanza de verlo muy pornto complemntamente libre de sentencia humana, sin ver que la del cielo ya pendía sobre su cabeza.

Un año había transcurrido; era por la tarde, y casi a la misma hora de la procesión avisaron a la parroquia que llevasen el Viático para un vecino de la calle de Abéjar; hacíase así, y a un tiempo salía por la calle de los Muñices la viuda del desgraciado hortelano y D. Luis se asomaba a las almenas de la primera torre, para ver la Majestad; ambos hincaron sus rodillas, y al pasar el sacerdote por entre ellos, vinose al suelo la piedra en que estaba apoyado D. Luis, cayendo también éste y una de las almenas, que le trituró el cráneo -!Justicia del Cielo!- dijo una voz: era la de la infeliz viuda, a la que un desmayo hizo caer al suelo.

Las sepulturas en las iglesias

La costumbre de sepultar los cadáveres en las iglesias y la multitud de enterramientos propios que en todas ellas habia, dio lugar a diferentes cuestiones entre los individuos de la Universidad de Beneficiados de las parroquias y los superiores de los conventos de religiosos, porque unos y otros querían hacer los oficios de los difuntos, alegando las razones en que cada cual se apoyaba. Muchas gestiones se hicieron para venirlos, todas inútiles: los frailes alegaban que cuando alguno se mandase enterrar en un convento, a ellos correspondia el ir con su cruz por el cadáver y hacer todos los sufragios, en tanto que la parroquia sostenía que no gozaba de jurisdicción en el barrio y que ella sóla tenía derecho a enarbolar su cruz y hacer el funeral en cualquiera iglesia.

En 1656, según un impreso que hemos visto y se conserva en la Biblioteca provincial, todas las comunidades de Córdoba habían acudido en queja contra los beneficiados, por arrollar los derechos de aquellas, dando todos un espectáculo muy poco edficante. En esto murió la esposa de D. Diego Fernández de Argote, caballero de Santiago. Veinticuatro de Córdoba y vecino del barrio del Salvador, cuya señora se mandó enterrar en la bóveda de su familia en San Pablo, deseo y órden que a todo trance era indispensable cumplir; vieron al Provisor, éste llamó a los curas, y entre todos se convino efectuar el enterierro en la expresada iglesia, colocando en lo alto del túmulo la cruz del convento con el asta embebida y al pie la de la parroqua, la que llevaría el cadáver hasta colocarlo en aquel, siguiendo los socios la comunidad; hacíase así mas no pudiendo el beneficiado del Salvador, Pedro de Mora Fajardo, ver con calma su cruz en segundo lugar, la tomó y,lleno de ira, se subió por el catafalco a ponerla en vez de la otra; los frailes salieron a la defensa de sus derechos, y fue tal la algazara que se armó y los insultos que se dijeron, que hubieran ocurrido algunas desgracias de no intervenir el Corregidor y otras muchas personas resptables, a la sazón allí como parte del duelo.

Polémicas entre las Comunidades y los Beneficiados

El haber referido tales sucesos en este lugar, es por contar uno, el más ruidoso de todos, concurrido en el barrio de la Magdalena. Falleció en él un sacerdote llamado D. Gómez Solís, quien hizo constar en su testamento el derecho a enterrarse en la iglesia de San Pablo, y el deseo de que así se hiciese; mas el clero parroquial se opuso, pretendiendo llevarlo a la suya los frailes y los albaceas acudieron en que a sus jueces competentes y estos para ver si arreglaban el asunto amigablemente, mandaron suspender el entierro por un día. En la Magdalena habia siete beneficios, una rectoría, un préstamo y una prestamera, desempeñados por diez sacerdotes, los cuales, en union de sus dependientes y armados de espadas y algunos arcabuces, se presentaron a media noche en la casa mortuoria, sacaron el cadáver y algunos arcabuces, se presentaron a media noche en la casa mortuoria, sacaron el cadáver del Pbro. D. Gomez Solís y le dieron sepultura en la parroquia, sin esperar más resoluciones. Semejante atropello empeoró el asunto, aumentando las protestas y las reclamaciones para la exhumación del cadáver, que se hizo pasado algún tiempo y cuando este ruidoso pleito vino a un arreglo, diviendo las ceremonias en dos partes, y cobrando cada cual los derechos que le correspondía.

Tal vez dirán mis lectores, que desciendo a pormenores por demás minuciosos y aún que refiero cosas completamente inversosímiles: es cierto; pero mi deseo es que conozcan, no solo la parte histórica de cada edificio de cada calle, de cada casa, si posible fuese, sino tambien las creencias de todos los tiempos, ya hijas del fanatismo ó ya inspiradas por casualidades, semejando obras de la Providencia.

A espaldas de todos los sagrarios de Cördoba, al exterior del edifico, habia una imagen ó un signo indicando que tras aquel muro estaba el Sacramento; en su mayor parte desaparecieron en 1841, en virtud de una orden del jefe político D. Ángel Iznardi, persona distinguida por su ilustración y por el culto que rendía a las bellas letras, quien dispuso que se quitasen las muchas imágenes que había en todas las calles de Córdoba, y que tuvieron su razón de estar en público cuando la devoción venia a suplir la falta de alumbrado; pero más bien eran causa de irreverencias continuas que de la devoción de nuestros antepasados, aunque le tenían más respeto y veneración que nosotros.

Los Santos Varones

No sabemos que casualidad libró a un nicho con puertas, formado detrás del sagrario de la Magdalena y en el que se venera un alto relieve de yeso y colores, muy antiguo: representa el momento en que José y Nicodemus bajaron a Jesus de la cruz y lo colocaron en los brazos de su madre la Santísima Virgen. Aquellos vecinos le tienen gran devociòn, y ésta hace que continuamente se vea alumbrado con dos faroles y multitud de velas, y algunas veces adornado con ramos de grangantes y olorosas flores, y ¿cómo no? los Santos Varones, así generalmente llamados, son el bálsamo que cura sus dolores; en ellos cifran la esperanza de recobrar el bien perdido o alcanzar el anhelado, y los tienen convertidos en una especie de abogados, a quienes hacen novenas, consultándoles lo que saber desean. Es creencia muy arraigada, que durante el novanario y después de hecha la pregunta dictada por el deseo, en la conversación de los que causalmente están sentados en la plazuela o pasan por ella, se traduce la constrastación, y de aquí el que todos van contentos, pues cada cual la da a su gusto y le cambia después el sentido si su esperanza queda fallida. Una mujer conocemos, a quien hace más de quince años se le perdió un hijo, y rezando a los Santos Varones, oyó decir: “ya lo verás”. Al principio, creyó que pronto volvería, y ahora, que se reunirá con él en el cielo; con lo que se corrobora aquel antiguo adagio que decir “que no se consuela el que no quiere”.

La parroquia de la Magdalena

La parroquia de la Magdalena tiene un rector, un coadjutor y los ministros de reglamento. Instituyerónse en ellas muchas capellanías y obras pías, entre estas algunas de importancia, como la fundada por Alonso de Jerez para casamientos de huérfanas, la de D. Fernando Carrillo para distribuir pan a los pobres, la de Diego Fernández Pañero para dotes, y la de D. Juan de San Clemente, Arzobispo de Santigao, para limosnas.

En la pila bautismal de esta iglesia recibieron el agua varias personas ilustres, entre ellas el expresado D. Fernando Carrillo que llegó a ser Presidente del Consejo Real de Indias y D. Francisco Díaz de Morales, diputado por esta provincia en las Cortes de 1822, liberal de los más consecuentes que hemos conocido.

La plaza

Vista de la plaza de la Magdalena, con la homónima iglesia al fondo

Delante de la parroquia hay una gran plaza, de su mismo nombre, terriza y completamente despejada hasta los primeros meses de 1854, en que siendo alcalde interino de Córdoba D. Antonio García del Cid, se formó un pequeño paseo, construyendo los asientos, plantando los árboles y trasladando al centro una horrible fuente que estaba a las afueras de la puerta de Sevilla, a donde llevaron un pilón que había bajo un arco en el rincón que formaba la muralla de la puerta de Andújar, derribada a fines de 1868, y que fue colocada en 1747, en sustitución de otra que llevaron a San Nicolás de la Villa: está dotada con cuatro pajas de agua de la llamada de la Palma. Antes, esta plaza era en invierno un inmundo lodazal y en verano un polvero irresistible, y aún cuando del todo no ha perdido esta cualidad, ha mejorado mucho en todos conceptos. Es la tercera de Córdoba en extensión, y por esta circunstancia ha sido uno de los sitios designados para festejos públicos, en las proclamaciones de reyes y en otras ocasiones del general regocijo, bien corriéndose cañas, celebrando toros de cuerda, colocando cucañas y otras diversiones por el estilo.

Las corridas de toros

En 1749, deseando la ciudad acrecentar los fondos del Pósito, dispuso celebrar tres corridas de a doce toros, o vistas que entonces decían, eligiendo esta plaza, donde formaron sus funciones en los días 14,16, y 18 de Junio, todos de trabajo, porque en día de fiesta no podían lidiar los que tenían el toreo como oficio. Fueron toreadores de españada Féliz Palomo, de Utrera, y Fernando Romero: en la primera tarde Manuel Palomo, de Alcalá, quebró garlanchon y salió de burlesco a caballo: quebraron lancillas Manuel Cerezo y Juan Rodríguez, y estuvieron al ciudado de estos y capeando Juan Gómez y A. Martinez Orduña, todos cuatro vecinos de Córdoba; la presidencia estuvo en la Torre de los Donceles y el toril en las callejas de Santa Inés. El célebre Pepe-Hillo mató un toro en otra función que se dio por convite, al profesar una monja de Santa Inés. Con este motivo y otros por el estilo, el dueño de la casa número 3, le dio la forma que aún conserva con quince ventanas, para alquilarlas por separado y sacarle una buena ganancia. Antes de verificarse las expresadas fiestas de todos, quitaron, desacertadamente, una fuente monumental que ocupaba el centro del lugar que venimos describiendo.

Hechos aislados

Otras varias anécdotas puidieran contarse de la Plaza de la Magdalena, reducidas todas a cuestiones, a que es muy dada, como en el anochecer de un día de 1867, que asesinaron a un hombre sentado en uno de aquellos poyos, y otras así, que son hechos aislados y nada pueden satisfacer la curiosidad de mis lectores; sin embargo, diré una que por lo absurda y disparatada, parece increíble la formalidad con que la cuentan algunos ancianos del barrio.

Allá en tiempos antiguos, había en la iglesia un cura excesivamente obeso y muy aficionado a recoger cuanto podía de sus feligreses. Sucedió que una noche de lluvia se retiraba de su iglesia, y a corta distancia del postigo de la sacristía, vio un hermoso burro blanco, solo y como abandonado; pareciéndole al buen señor que en él podía pasar el barro de la plaza y aún alojar aquel huésped en su casa, lo arrimó a la gradilla y como pudo cabalgó en él, emprendiendo su marcha tan tranquilo, con su linterna en la mano, a favor de cuya luz vio el interior del mirador de las monjas de Santa Inés: entonces, asombrado, reparó encontrarse a aquella alutas por haber crecido de pronto y en tanta longitud las piernas de su cabalgadura: asustado y comprendiendo ser un castigo del cielo por su desmedida ambición, y que el diablo sería quien se le presentó en forma de burro, invocó el nombre de Jesús, y aquel desapareció, cayendo el pobre cura de la elevación en que se hallaba, quedando ileso por el mucho barro; mas en él dejó su estampa tan marcada, que a la mañana siguiente los vecinos se paraban a ver lo que ellos decian el retrato del Sr. Rector. Este se mostró tan escarmentado, que el resto de su vida lo empleó en hacer muchos y recomendables actos de misericordia.

En 1804 y 1835, se celebró en aquel sitio la Feria de la Fuensanta, a causa de la epidemia.

La puerta de Andújar

Dando comunicación con el campo, hay un portillo, conocido por la Puerta de Andújar, por ser la salida del camino a dicha ciudad, según unos, o porque cuando la conquista de Cördoba entraron por aquel punto los soldados que formaban la legión con que los auxilió Andújar. Sea lo que quiera, aquel sitio, uno de los más nombrados en su día, ha perdido por completo su importancia. A un lado se ve una torre amagada a la ruina, resto de la antigua de los Donceles, una de las fortalezas que defendían la ciudad y sólo podía cederle la primacía a la que llamamos la Calahorra.

La torre de los Donceles

Formaba dos torres, completamente iguales, unidas por un arco, dándolas comunicación en la parte alta y teniendo abajo una de las puertas de la ciudad. Era una de las alcaidías de Córdoba y debía su título, a estar guardada por la parte más joven del ejército cristiano y servir después de reclusión a los hijos de los nobles cordobeses que cometían alguna falta. Los nuevos alcaides, prestaban en ella su juramento, estando veinticuatro horas antes en una de las dos pequeñas habitaciones que formaba, sin comunicación con persona alguna; por consiguiente allí estuvo cumpliendo aquella obligación el famoso D. Diego Fernández de Córdoba, que prendió al Rey Chico de Granada. Muy descuidada desde poco después de la conquista, en 8 de marzo de 1557, se hundió una de las tores que estaba en terreno hoy dentro de la plazuela: entonces se reedificó aquella parte de muralla y varió la puerta frente a la calle de los Muñices, donde la hemos conocido, dándole también una forma gótica, cerrándola en 1836, cuando la invasión del cólera y así ha permanecido hasta su demolición. La torre, que tantos recuerdos encierra, desaparecerá también pronto, si alquien no acude a su remedio. Cuando la primera de estas dos reformas, se construirían las casa de las calle del Crucifijo, pues no es probable que la antigua puerta diése a una calleja; además es sabido, que la muralla en todo el recinto de Córdoba, estaba independiente de las casas y demás edificios. Cuando la puerta estaba en uso, la casa número 21 era un peso de harina como el de Martos y el Puente.

La ermita de San José

La ermita de San José, en uno de los frentes de la plaza de la Magdalena y formando esquina a la calle del Crucifijo, es una de las más antiguas: la fundó en 1385Mayor Martínez, de la noble casa de los Córdobas en su rama conocida por los Señores de Belmonte, destinándola a depósito de los niños perdidos, para lo que puso un encargado y cuatro camas, denominándolo Hospital de la Santa Cruz.

En 1416 falleció dicha señora, dejando a su hijo el patronato ciudadano de esta casa, continuando así hasta 1496, en que Dª Constanza de Baeza, segunda mujer y viuda del Veinticuatro Alfonso de Córdoba, el que mató a los Comendadores, en escritura de 3 de enero, cedió el hospital a la hermandad de San Nuflo, que allí se constituyó, reservándose para ella y sus sucesores el patronato de aquella iglesia; de esta sesión viene el tener a la expresada Doña Constanza por la fundadora, como algunos escritores aseguran. A muy poco se instituyó otra hermandad titulada del Santo Crucifijo, de la que tomó nombre el edificio y calle inmediata, y después en 1580 encontramos que primero el Provisor del Obispado y después Urbano VIII, aprueban las reglas o estatutos de la cofradía de San José, en que, andando el tiempo, quedaron todas tres refundidas.

La iglesia de una sola nave de medianas dimensiones: su altar mayor, de buenas proporciones y de yeso, ostenta en su segundo cuerpo los escudos de armas de los Señores de Belmonte, sus patronos, hoy los Marqueses de Villaseca, quienes han contribuido generosamente a sus reparaciones. Es una ermita puramente de pasión, sus imágenes son, en dicho altar mayor, Jesús Crucificado, la Virgen de los Dolores y San Juan Evangelista,y en lo alto la Santa Cruz, en otros dos, también de yeso, la Magdalena y San José, y en tres nichos repartidos en los pilares, la Verónica, San Dimas y el Mal ladrón; todas salían en procesion la tarde del Viernes Santo, hasta que en 1820 se suprimieron todas las estaciones, refundiéndose en el Santo Entierro que se efectúa algunos años.

Es creencia entre los devotos de aquellas inmediaciones,que dando aceite para la lámpara de San Dimas, están libres de robos, y que cuando falta luz a la imagen, avisa al sacristán para que la encienda, con lo que no sólo ha solido reunir aceite para el santo, sino para ayudar a su gasto, lo que no le habrá parecido muy mal al buen hermano. En muchas ocasiones ha servido esta ermita para colegio electoral, y San Dimas ha tenido la producencia de no reclamar la luz de la lámpara.

Las calles del Crucifijo y Abéjar

La calle contigua, se llama del Crucifijo, tomando el nombre de la citada confradía, y antes se llamó de Pedro Gómez de Reina, uno de sus moradores: da paso a la de Abéjar, de la que sólo pertenece a la Magdalena la acera de los números pares, en la que hay una calleja sin salida, que se llamó de Luis Muñiz Carrillo, por dar a ella un postigo de la casa en que este noble cordobés tuvo su morada, después le han dicho del Herrador. Se cree que la palabra Abéjar se deriva de los depósitos de colmenas y por consiguiente de las muchas abejas que hubo en este sitio.

La calle de las Muñices

Calle de los Muñices.jpg

Pasamos a la calle de los Muñices, por quedar en ella cortado el barrio, pués sólo llega hasta la esquina de la de Diego Méndez u Horno del Camello.

Grandes reformas habrá sufrido esta calle, y presumimos que en tiempos de los árabes estuviese muy deshabitada, -o al menos con grandes tramos sin construcciones y como fortificada para las invasiones de los cristianos, y dedicado al cultivo todo el terreno sobrante; así es, que en la sobras hechas en las casas números 1 y 11 se han encontrado cimientos de torreones o murallas, en la número 23 hay un pozo de noria, y en la número 8 otro de gran capacidad y con arcos, si bien éste parece en su construcción romano; de él se extrajo por los años 1846 un caballo pequeño de piedra que fue colocado en una fuente de la casa número 2, calle de Morales en Santa Marina.

Origen del Nombre

El título de Muñices proviene del apellido Muñiz de Godoy, familia representada actualmente en Córdoba por el Sr. D. Rafael Díaz de Morales y Bernuy, único de los caballeros Veinticuatros de esta, que una existe, quien habita la expresada casa número 8, solariega o principal del Mayorazgo fundado en 1464, con enterramiento en la capilla mayor de la Magdalena, por López Ruiz de Baeza, Veinticuatro de Córdoba: era hijo de Gonzalo Yáñez de Godoy, hermano mayor de Don Pedro Muñiz de Godoy, gran Maestre de Calatrava y Santiago, y por consiguiente primo hermano de Juan Pérez de Godoy, vasallo del Rey, a quien en unión de su hermano Alfonso, le dio facultad el Edan y Cabildo de Córdoba en 1387 para que hicieran una capilla a espaldas de la de los Reyes en que se conservarán los restos del dicho Pedro Muñiz, su mujer Dª Elfa, sus padres, el mencionado Gonzalo Yáñez y sus descendientes, y he aquí la razon o el derecho de patronato de los Sres. Díaz de Morales a la capilla de San Pablo de la Catedral.

Muchas y muy esclarecidas han sido las familas nobles que han radicado en Córdoba e innumerables los indiviudos de la mismas que vemos figurar en la historia de nuestra patria, con grandes y portentosos hechos, como iremos indicando aún cuando ligeramente, en nuestros apuntes; mas entre todas aquellas descuellan algunas, como las de los Córdobas, Muñices, Rios, Cabreras y Argotes y otras de grandísima importancia. Por esta razón cuando llegamos a una calle como la de los Muñices, que recuerda los gloriosos hechos de esta familia, parece natural nos detengamos algo, citando los hijos de ella que más se han distinguido: así rendimos justo homenaje al mérito y satisfacemos la curiosidad de los lectores.

El linaje de los Godoy

Argote de Molina en su “Nobleza de de Andalucía” dice que el linaje de Godoy procede de Góido,, de quien hace mención el conde Barclo en el título 40 de su Noviliario, y Silva y Almeida explica de otro modo la etimología de Godoy. Cuenta, que un caballero de Galicia llamado Pedro Ruiz, vino a Castilla a combatir a los moros, y que antes de una batalla, el Rey, queriendo animar a sus guerreros, les dijo cuando estaban reunidos: “Veremos quién es hoy el godo”, significando su deseo de saber cual sería el más valiente y esforzado. Dióse el combate: Pedro Ruiz hizo prodigios de valor y tuvo la suerte de aprisionar a dos reyes árabes que enseguida llevó a presencia del Monarca cristinano, quien lleno de gozo, exclamó: “Bueno ha andado el godo hoy!” de cuyas palabras se formó el segundo apellido, y desde entonces se llama Pedro Ruiz de Godoy.

Todos los apellidos tiene su historia más o menos verosímil, y no seremos los que más quieran sostenerla: por eso citamos el lugar de donde se toma el apunte, dejando a sus autores la responsabilidad del pensamiento.

Lo que sí parece fijo, es que los Godoy proceden de Galicia, donde Pedro Ruiz de Godoy casó con Dª Teresa Muñiz, hija de uno de los conquistadores de Baeza y Córdoba, a Pedro Muñiz de Godoy, quien tiene en esta Catedral honorífica memoria, y sirvió valerosamente al Santo Rey en las conquistas de Andalucía. Se casó en Galicia con Dª María Arias Mesia, hermana de D. Juan Arias Mesía, Arzobispo de Santiago y conquistador de Sevilla en 1248: de este matrimonio nacieron D. Diego Muñiz de Godoy, que siguió el linaje en Galicia, y D. Juan Muñiz de Godoy, que radicó en Córdoba “con casas principales áala colacion de la Magdalena, cerca de la puerta de Andújar, donde dieron el nombre a la calle de los Muñices.” Veáse la “Historia de la Casa de Cabrera en Córdoba”

D. Juan Muñiz de Godoy, Comendador de Estremera, caballero principal, concurrió a la conquista de Córdoba en 1236; después Comendador mayor de León , casó Dª Inés Alfonso Carrillo, hermana de D. Diego Alfonso Carrillo, que también asistió a la expresada conquista.

Su hijo D. Pedro Muñiz de Godoy, electo Maestre de Santiago en 1281, y confirmando en este puesto por la desgraciada muerte de D. Gonzalo Ruiz Giron, se declaró a favor de D. Sancho, contra el rey D. Alfonso, su padre, y fue de los primeros que lo sostuvieron cuando se alzó con la corona.

D. Juan Muñiz de Godoy vivió en tiempos de los reyes D. Alfonso y D. Sancho, a quienes sirvió con gran valor y bizarría.

El famoso caballero don Diego Muñoz

Su hijo mayor D. Diego Muñiz de Godoy, uno de los caballeros más famosos de su tiempo, a quien su tio el Maestre D: Pedro dio el hábito, fue Comendador de Castilla y electo Maestre de Santiago a fines de 1307. Sublevado D. Juan Núñez de Lara contra el Rey D. Fernando y a favor de D. Alonso de la Cerda, acudió con sus caballeros, teniendo el Rey con sus tropas, haciéndole rendirse con ciertas condiciones. Acompañó después al Monarca a la conquista de Algeciras, y si bien no la consiguieron, a pesar de un año de sitio, conquistaron Gibraltar, con lo que desbarataron el ejército. Muerto D. Fernando, y durante la menor edad de D. Alonso XI, se sucedieron las cuestiones de las Tutorías, de que habla la historia, decidiéndose D. Diego con otros grandes, a favor del Infante D. Pedro a Sevilla, de donde trajo a Córdoba multitud de armas e instrumentos de combatir, y juntándose D. Pedro y D. Diego Muñiz de Godoy con otros muchos grandes y poderosos caballeros, partieron a la conquista del castillo de Tiscar que tomaron a pesar de la buena defensa. En esto se les unió el Infante D. Juan con su gente, y después de conquistar el castillo de Ayora, entraron por la vega de Granada, donde hicieron muchos estragos, hasta que el Rey moro mandó a Hozmin, su capitán general, quien se dio tan buenas trazas, que desbarató los ejércitos de los dos Infantes, quienes murieron, D. Pedro de fatiga y D. Juan de dolor, cayendo ambos de sus caballos. Noticioso D. Diego de la derrota, acudió desde una legua de distancia y rehizo la gente, retirándola en tan buen órden, que logró salvarla sin más pérdida que parte de los bagajes. Este desgraciado suceso, ocurrió en 25 de junio de 1319, en cuyo año falleció también el Maestre.

Encontramos otros muchos individuos de este esclarecido linaje, que no anotamos por no hacer largos estos apuntes; mas algunos como los mencionados, no es posible dejarlos en el olvido. Por eso vamos a ocuparnos del personaje más importante de esta familia, y que a la vez ocupa un distinguido lugar en la historia de nuestro patria. Hablamos del Gran Mestre de Calatrava D. Pedro Muñiz de Godoy, a quien muchos confunden con el que llevamos mencionado. Fue el tercer hijo de Gonzalo Yáñez de Godoy y de Dª Constancia Ruíz de Baeza y llegó a considerársele como uno de los más esclarecidos capitanes de su siglo. Era Maestre de Alcántara, manteniendo también este puesto en el órden de Calatrava, mientras el Papa confirmó, a peticion del Rey D. Pedro, aquel importante cargo en D. Martín López de Córdoba. Decidido partidario de D. Enrique, lo sostuvo con todos sus parientes, deudos y amigos de Córdoba, encontrándose con él y los Infantes D. Tello y D. Sancho en la famosa batalla de Nágera, donde quedó prisionero de los ingleses venidos a favor de D. Pedro, a quien no se lo quisieron entregar, a pesar de sus instancias, y no consiguiendo esto, pidió al Rey de Aragon le quitase la encomienda de Alcañices, teniendo el mismo resultado por más que lo acusaba de reo de lesa majestad. D. Pedro se rescató él mismo, entregado lo que le dieron por la venta de su villa de Belmonte en Aragón.

Lejos de desmayar D.Pedro en sus propósitos de defender a D. Enrique, siguió haciéndole procélitos en Aragón y Castilla, en tanto que el Infante pasó a Francia en demanda de apoyo contra su hermano. En Córdoba interesó mucho a los nobles, entre ellos D. Gonzalo, D. Diego y D. Alonso Fernández de Córdoba, a quienes había mandado degollar el Rey D. Pedro, Lope de Gutiérrez de Córdoba, D. Egas Venegas, Ruy González Mecia, D. Juan González Mecia, D. Gonzalo y D. Fernando Mecia, Diego Gutiérrez de los Rios, D. Fernando Osores, los hijos de Micer Egidio de Bocanegra, Micer Barolomé Bocanegra, Garci de Guzman, D.Álvaro Pérez de Guzmán y Pedro Ponce de Leon, todos defensores de Córdoba en la batalla del Campo de la Verdad en 1367, cuando quisieron tomar la ciudad los ejércitos aliados del Rey Don Pedro y Mahomad Rey de Granda, como en su lugar explicaremos. En este hecho de armas no se encontró D. Pedro Muñiz de Godoy como supone noticioso de que D. Enrique volvía de Francia, salió precipitadamente a su encuentro, asistiendo a su coronación en Burgos, donde le dio los títulos de Maestre de las órdenes de Calatrava y Alcántara, aunque vivía aún el legítimo Maestre de Calatrava D. Martín López de Córdoba, sobre lo que hubo reclamaciones, resolviendo el Papa, que mientras se declaraba la propiedad, administrase la órden D. Melendo Suárez de Sotomayor.

Encontróse D. Pedro Muñiz de Godoy en Montiel cuando la muerte del Rey D. Pedro, después de la cual fue confirmado en su cargo de Maestre, y en el sitio de Carmona, donde tan noblemente se portó D. Martin, defendiendo y custodiando los desgraciados hijos de su Monarca.

Grandes mercedes concedió D. Enrique al Maestre Muñiz de Godoy, así como su hijo D. Juan, quien le dio también el puesto de Maestre de Santiago. Encontróse en la memorable batalla de Aljubarrota, lamentable para todo el Reino, donde dio grandes muestras de valor y de conocimientos militares. Asistió el pendón de Córdoba, con muchos de sus más esclarecidos adalides, quienes dieron grandes y señaladas muestras de su valor.

Enorgullecidos los portugueses con esta victoria, entraron por Extremadura al mando del Condestable D. Nuño Álvarez Pereira, y saliéndole al encuentro los caballeros de Córdoba y Sevilla, lo cercaron con la esperanza de vengarse de la derrota sufrida; mas formando punta con su ejército, rompió el cerco por donde estaba D. Pedro Muñiz de Godoy, quien por atajarles el paso, se entró entre ellos,perdiendo el primero el caballo y muriendo después a fuerza de lanzazos, a pesar de defenderse de una manera desesperada. Los cordobeses rabiosos con la muerte de su general, paisano y amigo, retaron a los portuguesesá un duelo con ellos solos; el Condestable reusó, siguiendo su retirada en buen orden, si bien con pérdida de todos sus bagajes.

Así murió aquel héroe en la batalla de Valverde, a 22 de octubre de 1385, siendo conducido por sus hijos a la capilla de San Pablo de la Catedral, donde fue sepultado.

Casó dos veces y tuvo muchos hijos, entre ellos D. Diego Pérez de Godoy, a quien el Rey D. Pedro mató a estocadas en Toro, como a otros caballeros refugiados en el palacio de su madre la Reina Dª María por cuya acción favoreció el Maestre la causa de D. Enrique, y D: Juan Pérez de Godoy, que después de acompañar a su padre en muchas acciones, murió gloriosamente peleando en la batalla de Aljubarrota.

Pudiéramos citar otros ilustres miembros de esta familia; mas sería demasiado largo y prolijo y no muy propio de estos apuntes.

Los escudos que decoran la casa donde empezamos esta narración, demuestran su nobleza. Allí vemos, acompañados de los de otros apellidos de sus entronques, los de los Muñices de Godoy, que son jaquelados, ocho haqueles de oro y siete de azur, en forma de un tablero de damas, y el de los Morales cuartelado, el 1º y el 4º de de oro y un moral verde, y el 2º y 3º de plata y tres fajas de sable.

Pasó esta casa a los Díaz de Morales por casamientos de la Sra. Dª Catalina Muñiz de Godoy con D. Pedro Morales y Venegas, siendo todos los poseedores Veinticuatros de Córdoba, en su mayor parte cablleros de las órdenes militares; D. Juan Francisco Díaz de Morales paje de Felipe IV, y capital de fragata el D. Francisco, padre del actual poseedor: los retratos de todos se conservan en la casa que vamos describiendo, siendo esta la única galería de su clase existente en esta ciudad. Posee además algunos buenos cuadros, como lo es un ofrecimiento de la Pasión, una Concepción de Castillo, unos floreros, una Santa Cecilia que algunos suponen de Rubens, un Nacimiento del Racionero Castro y algunos otros de bastante mérito, debiendo hacer mencion de una mesa tocador de plata primorosamente cicenlada y que creemos pertenece a una de las vinculaciones que el Sr. Díaz de Morales posee; dos o tres de los retratos se consideran debidos al pincel del notable artista Juan de Alfaro, a quien los Díaz de Morales dispensaron una grande y merecida protección. El de D. Francisco es de Gerónimo Espinosa, lego en el convento de San Pablo.

Esta casa es de las mejores de Córdoba, ocupa una superficie de más de cinco mil varas; tiene puerta falta a las callejas de Santa Inés, muchas y buenas habitaciones, oratorio, cuatro patios, jardín, huerta con tres pajas y media de agua de la Fuensantilla, corral, grandes y buenos graneros, caballerizas y cocheras. La escalera principal es de piedra caliza, tendiendo en uno de sus escalonres incrustada una gran concha, y formado su techo con un lindo artesonado que ya ha sufrido algunas reformas. En su oratorio se veneran con auténtico, la cabeza de San Bonifacio y otra porción de reliquias, en dos urnas de caoba cerradas de cristales. La extensa fachada de esta casa fue hecha en 1795, y nada ofrece que merezca mencionarse: sustituyó a otra con altos relieves, de los que se convervan dos medios cuerpos en el jardín. El embalsado que tiene delante, fue puesto a fines del siglo XVIII, siendo su dueño de los primeros que iniciaron esta mejora, que aún no hemos visto terminada. En esta casa nació el distinguido patricio, orador y escritor D. Francisco Díaz de Morales, diputado a Cortes por esta provincia en las de 1820 a 1822.

Noticioso el Ayuntamiento, que muy en breve visitaría a Córdoba S.A. El Conde de Artois (Enrique VIII) invitó al Sr. D. Francisco Díaz de Morales y Alfonso de Sousa, dueño a la sazón de la ya expresada casa, para que hospedase en ella el sobrino del Rey, y dicho señor, no solo se prestó a ello, sino que hizo grandes preparativos, entre estos una entrada en forma de rampa desde la plaza de la Magdalena al cuarto preparado al efecto, hasta donde el día 11 de agosto de 1782 subió el carruaje con el Príncipe, quien se marchó sumamente agradecido a los obsequios del Señor Díaz de Morales; mas el pueblo que siempre encuentra motivo a su crítica,y más los que se dedican a hacer versos, dieron lugar a que los chicos del barrio cantasen la siguiente redondilla, que sin duda no haría mucha gracia a la persona aludida.

“Don Francisco Díaz Morales, caballero principal, ha recibido al Infante por la puerta del Corral”

Este mismo D. Francisco, ya en los últimos años de su vida, quiso dar ensanche a la calle delante de su casa, a fin de que los carruajes puediesen volver a ella, y hundiendo parte de las casas que poseía y aún posee su señor hijo, formó una pequeña plazoleta que dedicó a la memoria del fundador de su principal mayorazgo,y así en las dos esquinas, que son de marmol negro, se lee en letras doradas, en el lado de la Magdalena, “Plazuela de Lope Ruiz de Baeza” y en el contrario “Terrible año de 1805”. En el centro se ve una gran puerta: en lo alto tuvo un San Rafael, que quitado en 1841, se colocó en el oratorio de la casa descrita. La gran puerta del centro fue hecha con la idea de comunicar a la calle de Abejar y que desde allí entrasen los carruajes, en aquella época muy elevados, y largos de batalla.

Dicho señor murió al poco tiempo, y durante la menor edad de su hijo, gobernaba la casa su señora madre y tutora Dª María Josefa Victoria Bernuy, hermana del entonces Marqués de Benamejí, y con ella vivía y le ayudaba su hermano político D. José Díaz de Morales, teniente retirado del regimiento del Prínicpe, y persona que por sus extravagancias era muy conocida, si bien todos lo querian.

En este estado llegó el año 1808: vinieron los franceses al mando del general Dupont, disponiendo, entre otras cosas, recoger las mulas de los carruajes, destinándolas a la artillería, dando lugar a que no quedasen en Córdoba más coches que los del Obispo y el de esta familia, porque D. José Morales escondió las mulas y le colocó dos bueyes, saliendo a dar sus paseos como si fuese con el mejor tiro de caballos; de noche hacía que el lacayo llevase en la mano un hacha de viento, como un alarde de ser el único que conservaba el coche en aquellas tristes y azarosas circunstancias. Este mismo señor mantenía para su servicio un hermoso burro blanco a que llamaba el Pajarito, al que tenia un gran cariño: en su testamento dejó la casa número 25 de esta calle, a su señora sobrina Dª Rosario Díaz de Morales, con la precisa condición de cuidar bien a aquel animal mientras viviese, y de aquí viene el que todo el barrio conozca la expresada casa por la del burro.

Tradiciones del Santo Cristo de la Sangre

En la fachada de la del número 7 hubo en 1841 un Santo Cristo, del cual refieren la siguiente tradición. Uno de los Sres. Cerdas, de quienes descienden los Marqueses de Vega de Armijo, llegó a concebir una funesta pasión por la esposa de uno de los Sres. Díaz de Morales, cuya extraordinaria belleza era celebrada en toda Córdoba: perdida su esperanza por el desdén de la señora de sus pensamientos, logró al fin que uno de los esclavos le proporcionase una llave del pequeño postigo que aún existe en un rinconcillo que forma la casa en la que penetró; mas su cómplice reflexionó lo hecho, y temeroso del castigo que podia darle su señor, confesó a este su falta, oyendo el mandato de seguir callando: Cerda como hemos dicho, entró en la morada de la señora, quien indignada lo lanzó de ella manifestándole que, como le había dicho por escrito, jamás faltaría a los deberes de la mujer honrada, y que de insistir en sus pretensiones llamaría en su amparo a su esposo, quien le haría tenerlo el respeto a que era merecedora; salióse a la calle, donde lo esperaba el ofendido, y midiendo sus espadas, Cerda quedó en ella moribundo, en tanto que Díaz de Morales penetró en sus casas, teniendo lugar una escena en que la buena señora estuvo a pique de ser víctima de los fundados celos de su marido. Entretanto, la rona encontró un cadáver, lo condujo a su casa, y el Corregidor vino a ver al esposo ofendido, llegando tan a tiempo que logró evitar una nueva desgracia: el moribundo tenía en la mano la carta en que le quitaban toda esperanza, y en ella había escrito con su sangre y dedo, unas letras en que confusamente se leía “es inocente”. Este hecho quedó oculto en las sombras del misterio mas a poco apareció la imagen del Crucifijo que todos decían de la Sangre, con una luz que diariamente la encendían y que aún conserva en el oratorio de los Sres. Díaz de Morales.

El autor de los Casos raros de Córdoba refiere otra tradición relacionada con el Santo Cristo de la calle de los Muñices, y para nosotros es completamente inverosímil. Dice que en el siglo XVII, época que según la anterior no existía dicha imagen en aquel sitio, había en Córdoba un caballero muy dado a las aventuras nocturnas, a las que dedicaba casi todas las horas libres del indispensable descanso: su elemento eran las conquistas amorosas con los lances que ellas traen consigo, a veces tan peligrosos. Una noche retirábase a su casa, cuando cerca de las tres de la madrugada vio en la plaza de la Magdalena una dama con basquiña y envuelta en un manto: requirióla de amores, sin obtener contestación alguna: mas invitándola a entrar en su casa, allí muy cerca, hizo un signo afirmativo con la cabeza: siguieron juntos: los criados del caballero abrieron la puerta y ambos entraron hasta el aposento principal: la dama permanecía de pié sin descubrirse, y el caballero mandó traer unos dulces que al punto fueron servidos en una hermosa bandeja de plata: invitóle a tomar alguno, y entonces todos se sorprendieron viendo salir de bajo el manto una mano negra y completamente descarnada, a cuyo contacto empezó a derretirse aquella. El gallardo mancebo no sabía que determinación tomar; mas comprendiendo que el echarla solo de galante era lo mejor, se ofreció a acompañarla otra vez al punto donde fue hallada: así lo hicieron, y otra vez en la plaza de la Magdalena la saludó y volvióse; viólo la dama, y con una horrible voz le dijo “!!Qué, te vas!!” echando tras él a largos pasos; el joven aceleró el suyo, luego corrió y viendo el brazo que antes había helado su sangre iba a asirlo de un hombro, dio un grito y se arrodilló ante el Santo Cristo de la calle de los Muñices, a quien pidió amparo, y de él lo obtuvo bien pronto: aquella sombra despareció: la luz del farolillo de la imagen alumbró toda la calle, y a favor de ella el caballero penetró en su casa arrepentido de su pasada conducta, que desde aquel momento reformó tornándose digno del aprecio de las personas honradas.

El pintor Antonio del Castillo

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Es creencia muy admitida que en la calle de los Muñices tuvo su morada y murió en 1667 el pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, que había nacido en 1603; discípulo de su padre Agustín, de su tio Juan del Castillo y de Francisco Zurbarán, llegó a adquirir gran fama por su correción, particularmente en dibujo, como se ve en las muchas obras que dejó y en su mayor parte se conservan. Fue maestro del célebre Juan de Alfaro, de quien después tuvo celos, y por último pasó a Sevilla, donde al ver las obras de Murillo, a quien no podía igualar, cayó en una especie de melancolía que lentamente lo llevó al sepulcro. No hemos encontrado la partida de defunción en la parroquia de la Magdalena.

Las callejas de Santa Inés

Aisladas encontramos también las llamadas callejas de Santa Inés, puesto que al terminar lo hacen en la plazuela de los Huevos, que en parte pertenece a San Andrés; por esta razón nos ocupamos en seguida de la calle de los Muñices. Dálas nombre un convento de monjas franciscanas con aquella advocación, fundado por dos hermanas Leonor y Beatriz Gutiérrez de la Membrilla, religiosas en Santa Clara, de cuya comunidad se separaron en 1475 para llevar a cabo esta fundación que tuvo principio por un beaterio, como otros mcuhos que hubo en Córdoba. Era el convento bastante grande, no así la iglesia que no pasaba de una mediana extensión, de buena forma, coros altos y bajo frente al altar mayor, y los retablos y demás adornos, del gusto introducido en casi todos los templos de Córdoba en épica poco floreciente para las aretes. Eran patronos los Marqueses de Villaverde, por haberse hecho la iglesia en terreno de su familia y costeado la capilla mayor, donde los Aguayos tenían enterramiento.

La comunidad fue siempre muy considerada por las repetidas muestras de virtudes que dieron las religiosas, muchas de las cuales murieron en opinión de santas y hemos visto citadas en diferentes escritos. Las más notables fueron Sor María Ana de Córdoba, de la casa de su apellido, a cuyos bienes y comodidades renunció: consagrándose a la oración y silicios, contrajo una enfermedad de que murió en 1590; Sor Constanza de Rivera, llegó a adquirir como las anteriores, en el claustro María del Corpus Cristi, de la cual se cuentan muchos y portentosos milagros, como al ver desde su celda una procesión en la Santa Iglesia Catedral, dando razón hasta de los más minuciosos detalles; el haber conseguido que de pronto se viese un guindo en su convento cubierto de hermoso y sazonado fruto, cuando se encontraban en Navidad, y otros casos extraordinarios que le atrajeron la admiración; todos acudían ansiosos a consultarle sus pesares. Su fervorosa devoción al Santísimo Sacramento, le hizo fundar una cofradía muy numerosa que llegó a obtener la aprobación de su Santidad, alistándose en ella todo lo más principal de Córdoba. Cargada de padecimientos que sobrellevó con una resignación admirable , murió en 1630, acudiendo multitud de gente en demanda de reliquias y rogando que tocasen los rosarios y otros objetos al cadáver de aquella esposa de Jesucristo, y por último Sor Catalina Poderoso que hacia 1820 hizo algunas poesías a San Rafael, en las que reflejaba su aversión al sistema constitucional que entonces dominaba. En este convento dicen estuvo Dª Elvira de Bañuelos de cuya tradición nos ocuparemos más adelante.

En el archivo de la Universidad de Sres. Beneficiados de esta capital, hemos visto un acta de todo lo ocurrido en el terremoto que se sintió en Córdoba el dia 1 de noviembre de 1755, y en ella dice, que entre las pocas desgracias que afortunadamente hubo, se contaba la de una niña que estando en la iglesia de Santa Inés advirtió moverse la santa, y creyendo que era llamarla, se acercó al mismo tiempo que la escultura se le cayó encima, causándole una herida en la cabeza. En 23 de septiembre de 1733 hubo una gran tormenta, y de los varios rayos que cayeron uno fue en Santa Inés junto a una monja sin causarle el menor daño.

Este convento ha sufrido muchas reformas, y en una de ellas en 1697, se le incorporó con licencia de la Ciudad, una calleja sin salida que habia en las de Santa Inés. En 1836 se mandaron sumprimir algunos conventos, y esta suerte le cupo al ya citado, cuyo edificio se vendió y ha servido de provisión, teatro, posada y en la actualidad en varias casa de vecinos. La comunidad fue siempre numerosa, así que en el censo de población de 1718, aparece con cincuenta monjas, diez pupilas y dieciocho criadas.

En estas callejas estuvieron las casas solariegas de los Condes de Portillo y Marqueses del Vado, derribadas en 1846 y hoy convertidas en dos grandes corrales, uno de ellos destinado a los carros de limpieza. Delante del convento, era la calle muy estrecha; hasta que D. Francisco Díaz de Morales, a quien acudieron las monjas, a fines del siglo XVIII, les cedió parte de su huerto, a pesar de quedarse fuera un gran pozo de noria que está cubierto con una losa,y no se ve por la tierra que tiene encima.

Una de las esquinas del convento, está sostenida por media columna de piedra azufrosa, y es tradición entre los chicos del barrio, que en ella se convirtiói un caballero de mala vida, a quien el diablo perseguía por sus pecados, y que al ver la cruz sobre la puerta del convento, huyó dejándolo convertido en marmolillo, con el olor a azufre que exhala; al mismo tiempo apareció en una portadilla, enfrente, un letrero en que se lee: “Dios te ve, teme a Dios;” su origen es muy diferente.

Cementerio de la Magdalena

Los alrededores de la parroquia, como en todas ellas, son conocidos por el Cementerio de la Magdalena;

Las calles Palarea, Rastrera y Arenillas

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Queda a un lado la calleja Palarea, apellido de un morador antiguo; pasamos la corta calle Rastrera, título que hace siglos trae, ocasionado de una vecina que hizo gran fortuna en las compras y ventas del Rastro, y llegamos a la calle de Arenillas, nombre que algunos creen proviene de la clase de terreno encontrado en los pozos o cimientos, lo cual es una vulgaridad que desvanecemos con datos. En una casa hundida, que aún conserva los escudos de armas de los Aguayos en su fachada, vivió en el siglo XV D. Juan Fernández de Arenillas, caballero muy ilustre que dio nombre a su calle; tuvo por hija a Dª María Fernández de Armillas, que casó con D. Pedro Ruiz de Cárdenas; Alcalde mayor y Veinticuatro de Córdoba, caballero muy poderoso en tiempo de D. Enrique IV, señor de varios heredamientos en Peñaflor, amigo y partidario de D. Alonso Fernández de Córdoba contra el Conde de Cabra y sus parciales, de todo lo que nos ocuparemos en otro lugar. En la casa número 20 de esta calle, vive en la actualidad el estudioso y concienzudo pintor D. José Saló, cuyas obras no debemos juzgar en esta: en la número 18 tiene su morada un desgraciado joven, vestido de mujer, que medirá unas tres cuartas de altura, y que se ocupa en trabajar filigranas para las platerías.

El pintor José Saló

El expresado señor Saló, ha reunido en su casa, durante el espacio de cuarenta años, una buena galería de pinturas y esculturas de artistas notables, tanto nacionales como extranjeros,contando entre estos a Rúbens, Bombermans, Basan, Guido Reino y otros, y entre los primeros a Murillo, Antolines, Valdés Leal, Alfaro, Castillos y algunos más que no recordamos. En las esculturas las hay muy buenas atendida la dificultad de poder adquirir hoy los objetos curiosos por haber desaparecido muchos de entre nosotros, pasando a enriquecer los museos extranjeros; sin embargo, hemos tenido el gusto de ver moldes de mérito como son los de los bajos relieves que para los púlpitos de la Catedral ejecutó Verdiguier, y el de la estatua de la Fé que hizo para uno de aquellos. El modelo en la ya citada Sta. Iglesia. Otro modelo de Valdés Leal que representa a San Gerónimo, hecho en barro con la misma maestría que lo podía hacer en pintura. Son dignos de mención otros modelitos de santos, ejecutados también en barro, con mucha gracia, por Agustín Rodríguez, sin que en ellos se revele su mucha edad ni sus acerbos y continuos padecimientos, pues estas esculturitas las hacía para socorrerse, imposibilitado de pintar, lo que hizo muy bien, siendo acaso el mejor imitador de Antonio del Castillo. Asímismo vimos una mano vaciada, que según una inscripción es la del dicho pintor y escultor Agustín Rodriguez. Tiene el Sr. Saló otras muchas esculturitas ejecutadas en cera con colorido, y otros objetos no menos curiosos y apreciablles. Una de las cosas más preciosas que allí vimos y que en nuestro concepto, debería figurar en un museo, es una colección de apuntes originales de célebres pintores antiguos, en los que hay del Españoleto, , Reinoso, Murillo, Valdés, Fr. Juan del Santísimo Sacramento y Castillos, llamándonos extraordinariamente la atención el apunte de Velázquez para su famoso cuadro de las Lanzas. Allí tuvimos ocasión de ver algunos objetos arqueológicos de mucha importancia, como capiteles árabes del mejor gusto, inscripciones de igual clase en diferentes cosas, lápidas y una maceta o tiesto para flores, también árabe, único en su clase que hemos logrado ver. El Sr. Saló se ocupa de arreglar locales a propósito para su conservación, y en formar un catálogo, con lo que aumentará su importancia.

La plazuela de las Tazas

A un extremo de la calle de las Arenillas, está la plazuela de las Tazas, nombre originado por una alfarería que hubo antiguamente, y según otros por ser donde se labraban las mejores tazas o empuñaduras para las espadas. Se ha llamado de los Toros, apellido de unos de sus moradores. Por el otro lado sale a la calle Ancha de la Magdalena, justificado por ser la de mayor anchura que hay en el barrio; antes se llamó plazuela del Cañaveral y de los Benavides: en ella principia la calle del General Serrano, que ha seguido de cuarenta años a esta parte todos los cambios políticos de más importancia. Desde el siglo XV encontramos a esta calle llamándose de D. Carlos, sin que nadie se haya ocupado en averiguar quien fuera este señor, que nosotros tampoco hemos conseguido aclarar; en 1834, después de la muerte de D. Fernando VII, cuando su hermano D. Carlos de Borbón promovió la guerra civil, el Ayuntamiento liberal le quitó aquel nombre a la calle y le puso de Isabel segunda, con el que siguió hasta 1862 que habiendo venido esta Reina a Córdoba, quisieron señalar la calle por donde entró y le pusieron aquel nombre a la Carrera de la puerta Nueva, y porque no hubiera duplicados, a la calle que nos ocupamos la titularon del Príncipe Alfonso, que le duró seis años pues en 1868 a la caida de la dinastía de los borbones, le volvieron a mudar el título y le dijeron del General Serrrano, que es el que conserva, y no sabemos cuánto tiempo durará. Algunas veces la hemos visto llamada calle del Postigo de San Bartolomé, porque estaba en ella el del hospital de este título. A la mediación hay una calleja muy estrecha nombrada del Tomillar, sin que podamos fijar su origen; llegaba hasta la calle hoy de Alcolea, acortando su longitud el derribo de aquel piadoso establecimiento, cuyo solar se ha convertido en plazuela.

El hospital de San Bartolomé y Santa María Magdalena

Siendo Obispo de Córdoba, D. Leopoldo de Austria, vino a esta ciudad el venerable Juan de Ávila, a quien sus virtudes, saber y dotes oratorias, le valieron el dictado de Apóstol de Andalucía: predicó en varias iglesias entre ellas la Catedral, recogiendo tan copioso fruto, que fueron innumerables las confesiones generales hechas por los cordobeses, además, de otra porción de actos enumerados en sus obras y en los Casos Raros de Córdoba. Muchos sacerdotes se declararon sus discípulos y otras personas se entregaron con gozo a su dirección. En este tiempo los tejedores de paños trataron de asociarse, y aquel sabio varón les aconsejó la fundación de un hospital, para el socorro de tantos enfermos desvalidos; prevaleció su opinion y a segunda fundaron el hospital de San Barolomé y Santa María Magdalena, detrás de la parroquia de este mismo título: dando un real por cada pieza de paño que tejían llegaron a reunir un fonodo suficiente a comprar terrenos más espaciosos y a propósito, como lo era el edificio quye luego construyeron en la calle de Alcolea; en esto se les unió Pedro Fernandez de Valenzuela, quien aparece como fundador, por lo que fueron patronos de esta casa los Sres. Montesinos, a los que como ofrenda había de regalárseles todos los años un cubierto de plata. Edificóse el nuevo hospital e iglesia, diciéndose en ella la primera misa el año 1557, época en que dedicaron aquel a la curación del venéreo, ya muy generalizado, y se le dijo San Bartolomé de las Bubas para distinguirlo de otros de igual advocación. Falto de reglas, o extraviadas con otros muchos papeles, el hermano mayor Lic. Andrés Muñoz de los Reyes, de acuerdo con el Rector de la Magdalena Lic. Alonso Ponce unos estatutos que fueron aprobados en 4 de septiembre siguiente por el Obispo D. Francisco de Alarcón y su Provisor D. Pedro de Armenta, observándose con gran ciudado durante muchos años. No sabemos cuando ni por qué cambió su instituto, y últimamente sólo se abría en cierta época del año, con veinte camas para la curación de intermitentes, hasta que en 1842 la Junta de Beneficiencia se hizo cargo de él incorporándolo al hospital de Crónicos o del Smo. Cristo de las Miraflores.

El edificio estuvo arrendado y en 1841 se destinó a Escuela Normal de maestros; después esta pasó a Antón Cabrera y volvieron a arrendarlo, y por último en 1860 fue denunciado por ruinoso y el Ayuntamiento, a propuesta de su presidente D. Carlos Ramírez de Arellano, lo compró, derribándolo en 1861 y dejando la plaza que lleva su nombre.

Su iglesia tenía una portada modesta muy sujeta a las reglas de arquitectura: formaba su interior una nave capaz, y el frente lo ocupaba el retablo que hoy está en el altar mayor de la iglesia de la Casa de los Expósitos; estaba pintado de encarnado con adornos en oro, teniendo en el centro la imagen del titular, que ya hemos dicho está en la Magdalena, y por encima un gran cuadro que representa a Santa María Magdalena, y es al parecer de algún mérito. En otros altares estaban la Virgen de los Remedios, con cofradía, y una Concepción, que también están en la expresada parroquia, y la que sacaba el rosario tres veces en semana, la Virgen de los Dolores, y al final, en una pequeña capilla, un Crucifijo al fresco, de muy mala mano. En este lugar de la iglesia, fue enterrado el fundador Pedro Fernández de Valenzuela, con una lápida expresándolo, y en 13 de septiembre de 1655, inhumaron también allí el cadáver del Lic. Juan Muñoz de la Cruz con un epitafio en su loor, redactado por el escritor cordobés Lic. Pedro Díaz de Rivas.

La hermandad de San Bartolomé hacia fiesta á su titular, y en un principio procesiones para llevar comida y ropas a los enfermos. En el dia del santo se celebraba en la calle una velada muy concurrida, que trasladada despues á la plazuela de la Magdalena, ha perdido toda su importancia y puede considerarse suprimida.

En las grandes epidemias de 1601 y 1649 y 1650, este hospital fue utilísimo; se estableció en él la botica para los enfermos y el depósito de leña, ropas y demás, tan necesario en aquellas tristes circunstancias.

En esta iglesia estuvo establecida muchos años una de las asociaciones que con el título de Escuelas de Cristo, hubo en esta ciudad. Allí hacían sus ejercicios religiosos y contribuían en lo posible, al sostenimiento de las iglesias donde residían. A esta de San Bartolomé, pertenecieron muchas personas de vida ejemplarísima; así hemos visto escritas y existen en un tomo de papeles varios de la Biblioteca Provincial, la necrocología, o carta vida de hermano Diego de Arévalo, hijo de una humilde familia del barrio de San Lorenzo, donde fue bautizado: dedicado a las faenas del campo dio grandes muestras de virtuoso, entrando en la Escuela de Cristo de San Bartolomé, en cuyo hospital se dedicó a la asistencia de enfermos, llegando a adquirir tal fama de santidad, que todos lo miraron con el más resputoso afecto, hasta Octubre de 1757 en que ocurrió su fallecimiento. El otro al que nos referimos es el Bachiller D. Cristóbal Crespo; ganó por oposición la rectoral de San Pedro, y luego por sus grandes virtudes, lo eligió el Obispo para director del colegio de Niñas, huérfanas de la Piedad. En los tres cargos desempeñados pro este virtuoso sacerdote, dio pruebas de sus sentimientos piadosos y del esmero con que acudia al alivio de sus semejantes sumidos en la desgracia. Murió en Noviembre de 1751, a los sesenta y siete años de su edad, de resultas de haberse quebrado una pierna.

En la vida de San Álvaro, se hace mencion de un panadero, vecino del hospital de San Bartolomé, acometido de una horrible lepra, el cual abandonado de todos se marchó a la cueva del aquel santo, donde a los dos o tres días quedó completamente bueno.

La plaza del Conde de Gavía

Frente a la expresada plaza, hay otra más pequeña que dicen del Conde de Gavia, porque las casas número 2, hoy bodega de los señores Fuentes y compañía, eran las solariegas de los sores de aquel título, quienes habitaron en ellas hasta fines del siglo XVIII que fueron devoradas por un incendio; entonces trasladáronse sus dueños a la del condado de Valdelasgranas que también poseían. Algunos antiguos cuentan de un conde de Gavia, que queriendo dar grandes reuniones en sus casas, corrió las estancias o habitaciones, y sea por la mala dirección de la obra o por el peso de la mucha gente, se hundieron los entresuelos; mas esto no pasa de ser una invención, toda vez que la causa verdadera es la ya referida. En el censo de población formado en 1718, el más entiguo que existe, aparecen inscritos en esta casas el Conde de Gavia, D. Lope Francisco de los Ríos, con su mujer Dª Isabel Fernández de Morales, siete hijos y varios domésticos, entre ellos dos esclavos.

En el siglo XVI cuando estuvo en Córdoba el ya citado Mtro. Juan de Ávila, moraba en dichas casas la Sra. Dª Teresa Narváez, tan piadosa y caritativa, que sostenía dentro de aquellas cuarenta camas la, donde asistía veinte mujeres y veinte hombres pobres enfermos, cuidando ella con sus criadas a las primeras y el Padre Ávila con sus discípulos a los segundos. Con este motivo haremos mención de un suceso referido en los Casos raros de Córdoba.

Uno de los prebendados de la Catedral, individuo de la aristocracia cordobesa, había logrado cautivar la atención de una hermosa joven perteneciente también a una noble y honrada familia: seducida por los halagos y ofrecimientos de aquel, y sin premeditar el paso que daba, abandonó su casa y marchóse a la del Prebendado, donde estuvo seis o siete años, durante los cuales dio a luz a cuatro hijos. Su vida no era la más apacible: pasaba el tiempo encerrada en su habitación y ni era dueña de pasear la casa, porque su seductor la esclavizó hasta el punto de recoger la llave de su estancia; en este tiempo predicaba con frecuencia el Mtro. Avila, y un día en que todos los de la casa, excepto ella, iba a oirle, llamó desde la ventana a uno de los criados, rogándole hiciera por facilitarle el ir a la iglesia, prometiéndole

La calle de Alcolea

La calle de Alcolea coresponde a dos barrios: desde la plazuela del Vizconde hasta la de San Bartolomé, a San Pedro, y de allí en adelante, a la Magdalena. Se ha llamado de San Bartolomé, por el hospital, y de la Puerta Nueva; después llamaron a toda Carrera la Puerta Nueva, hasta 1862 que la denominaron de Isabel II, y por último en 1868 le variaron otra vez el título por el de Alcolea, en memoria del hecho de armas del día 28 de septiembre.

Varias son las casas de esta calle dignas de mencionarse como de interés para nuestra historia. En primer lugar hallamos las número 96, propias de D. Agustín de Fuentes y Horcas: eran las principales de uno de los mayorazgos fundados por el célebre caudillo Alcaide de Antequera Don Rodrigo de Narváez: en la esquina de la calle del Pozo, se ven los escudos de estos apellidos y el de los Saavedras.

En el siglo XVI, cuando estuvo en Córdoba el ya citado maestro Juan de Ávila, moraba en dichas casas la señora doña Teresa Narváez, tan piadosa y caritativa que sostenía dentro de aquellas cuarenta camas, donde asistía a veinte mujeres y veinte criadas pobres enfermos, cuidando ella con sus criadas a las primeras y el padre Ávila con sus discípulos a los segundos. Con este motivo haremos mención de un suceso referido en los Casos Raros de Córdoba

Las tradiciones de la casa de Narváez

La niña del Milagro

La calle del Pozo

El alcantarillado de Venceguerra

La calle de las Ferias

La Puerta Nueva

La visita a Córdoba de Felipe II

La visita de Felipe IV

Otros visitantes ilustres que entraron a Córdoba por la Puerta Nueva

Caminos Desaparecidos

El Campo de San Antón

El Campo de San Antón es el trayecto desde la puerta de Alcolea a la esquina de San Juana de Dios y sigue hasta la que forma el edificio de Madre de dios, hoy Asilo de Mendicidad. Toma el nombre de un hospital convento de San Antonio Abad, que estaba contiguo al de San Juan de Dios, en lo que hoy se llama también huerta de San Antón. Su fundación, que no hemos podido aclarar, es casi a seguida de la conquista. Tenía una comunidad o especie de monjes al cuidado de los enfermos, y poco a poco fue extinguiéndose, tanto, que en el censo de la población de 1718 ya sólo habitaba en él un anciano llamado don Francisco de Julián de San Martín, presbítero, a quien decían el Comendador, título que debía ser el de presidente o jefe de aquella congregación, y un sacristán encargado de la iglesia.

Mucho después, el virtuoso obispo don Agustín de Ayestarán quiso crear un hospicio o casa de misericordia, e hizo de la fundación, destinando este lugar para ello. Intentaba sacar de cimientos un edificio conforme a sus deseos, y a este fin hizo derribar el antiguo de San Antón, cuyo titular y el Cristo de las Tribulaciones ya hemos dicho que están en la Magdalena. Iban a principiar la obra cuando la muerte privó de la vida a tan piadoso prelado, y todo quedó en proyecto, hasta que después lo llevó a cabo el no menos digno señor don Pedro Antonio de Trevilla.

En aquella iglesia se hacían tres fiestas todos los años, por varios gremios y principalmente por los casilleros o trabajadores de cáñamo, de que hemos ya hablado, y sostenían en Córdoba una industria de mucha importancia, pues ascendía a trece el número de fábricas de cordelería que hubo en este sitio, ocupando a más de quinientos operarios. Ha decaído de una manera lastimosa.

El Campo de San Antón es una de las salidas más amenas de Córdoba,

Hospital de San Juan de Dios o de San Lázaro

Religiosos cordobeses de San Juan de Dios

Pleito con el Cabildo y excomunión de los frailes de San Juan de Dios

Inundación por el arroyo de San Lorenzo

Los mesones de San Antón y Pintado

La ermita de San Sebastián

La Virgen de la Salud en las eras

La fiesta de la Corporación en San Sebastián

Los panecilos de San Nicolás de Tolentino

Otra epidemia del landre

Córdoba y las epidemias

El Jesús Crucificado de los Caminantes

El Carmen Calzado

El Cementerio de San Rafael

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