Córdoba durante la Guerra de la Independencia (1808-1813)
Córdoba durante la Guerra de la Independencia (1808-1813) fue la tesis que defendió al doctorarse en Historia el archivero Miguel Ángel Orti Belmonte. Fue publicada como libro hacia 1918 y reeditada años después en el Boletín de la Real Academia de Córdoba entre los números 9 y 22, publicándose entre el año 1924 y 1928.
PrólogoCórdoba, ciudad indolente y tranquila, que antes de la invasión francesa dormitaba al arrullo de sus pasadas glorias, no tenía en el siglo XVIII más foco intelectual que la Real Sociedad Patriótica, entre cuyos individuos descollaba el Penintenciario Arjona y varios catedráticos del Real Colegio de Humanidades de la Asunción, influidos algunos por los enciclopedistas franceses. Casi toda su actividad estaba reconcentrada en el cultivo de los campos, labrados por grandes terratenientes o por pequeños pegujareros y en el fomento de sus ganaderías, principalmente de la raza caballar cuyos soberbios ejemplares son en todas partes tan celebrados. Las industrias que tanto nombre le dieron, habían decaido de un modo lastimoso: no quedaban para curtir sus famosos guadamecíes más que algunas tenerías en la ribera del Guadalquivir, que seguían empleando en los curtidos los sistemas primitivos; poquísimos telares de seda se hallaban en movimiento y sus productos se exponían en modestas tiendas situadas en la calle de Lineros; la platería con sus valiosos y delicados trabajos de filigrana, iniciaba su decadencia, conservando escasos núcleos artísticos, que habían tardado en contaminarse con las obras menos exquisitas de la platería madrileña, y los gremios de toqueros, caldereros, armeros, silleros, agujeros, etc , arrastraban una vida lánguida y precaria. Según el geógrafo Isidro Autillon, y los padrones que se conservan, la población de Córdoba sería de unos 40.000 habitantes, número que ha aumentado hoy en mayor proporción que su perímetro. La vida era más fácil y agradable y la higiene dentro de la casa pobre, estaba mejor atendida que hoy. Los cordobeses, acostumbrados a una existencia plácida, pero monótona, respetuosos con la autoridad y el clero, que era dueño de hermosas fincas en el término de la población y que ejercía gran ascendiente en las almas, conservaban sus costumbres sencillas, y celebraban las fiestas religiosas tradicionales que eran algo consustancial con sus naturaleza y acudían a ellas en fervorosas procesiones. El Triunfo, el Patio de los naranjos de la Catedral, la Ribera y los alrededores del Santuario de la Fuensanta, eran los únicos sitios a donde concurrían en sus paseos domingueros los burgueses después de misa, y los pobres a tomar el sol, sentándose en los poyos colocados en su recinto. No existía teatro, ni se disfrutaba de más espectáculo, descontando el intervalo de la prohibición de Godoy, que los toros, cuya plaza ruinosa se levantaba en el Campo de la Merced. Las Ordenes religiosas, protegidas y mimadas por su rancia Nobleza, vivían prósperas y felices; contadas eran las que no tenían casa, convento o residencia en la capital, pero sufrieron una brusca sacudida en todo su ser con la invasión extranjera, a pesar de que en su candorosa ingenuidad, creyéronse capaces de impedir la entrada a Dupont, uno de los más bravos generales de Bonaparte. Puede decirse que no se había visto en Córdoba un ejército desde la guerra de Sucesión y los aprestos militares que se hicieron inútilmente para la reconquista de Gibraltar; las guerras que España sostuvo en el reinado de Carlos IV, apenas repercutieron en la Ciudad más que para la formación de una gleba extraordinaria, de la que se evadieron fácilmente, con sus abusivos privilegios, la Nobleza y el Clero El horroroso saqueo por las tropas de Dupont, despertando las energías más viriles, aún que reconociese su impotencia el vecindario para castigar al francés, que venía a remover las tranquilas aguas de su existencia, hizo que se tuviese un odio a muerte al invasor y sólo se pensara en combatir a los soldados enemigos como a una legión de bárbaros. Bien puede decirse que esta dominación pasajera, que trajo a España todo el séquito de males inherentes a las conquistas, la violación de los más sagrados derechos y el ataque sin freno a la propiedad, no consiguió echar raíces en el suelo cordobés, el cual resistió cuanto pudo el paso de aquellas legiones contaminadas con todos los vicios que engendra así la vida de los campamentos, como el frenesí de las continuas victorias y como hijas del espíritu revolucionario de Francia que renovaban las ideas filosóficas de Europa. El decreto del rey José suprimiendo las Ordenes regulares fué uno de los mayores desaciertos de su gobierno; los frailes lanzados de sus conventos avivaban en los campos la ira acumulada contra los que violentamente los arrojaban de sus casas, sin respetar ni los lugares santos, y para vengarse predicaron la guerra contra el invasor, levantando y dirigiendo guerrillas en defensa de sus más sagrados intereses, la religión y la patria. El pueblo los siguió al ver sus templos convertidos en cuarteles, sus imágenes profanadas, su ciudad invadida y dominada por la fuerza, y el hambre extendiéndose con todas las miserias que lleva consigo; también sirvió, y no poco, para aumentar el odio existente, la exacción de las contribuciones forzosas, a pesar de que no bastaba el capital de los ciudadanos todos para pagar los tributos que mensualmente, con aspecto de legalidad les imponían los dominadores, y les era preciso fundir sus alhajas y cubiertos, y hasta algunas preseas de su Santa Iglesia Catedral, para verse libres de la cárcel y del destierro. Por estas razones, la invasión napoleónica tuvo forzosamente que ser execrada por el pueblo cordobés y rememorada como una fecha tristísima en sus anales, aún después de largos años. No he de reproducir aquí como un eco a gran distancia esa antigua animadversión. Al bosquejar este cuadro histórico he procurado que vayan siempre unidas la probidad y la imparcialidad, y aunque enemigo de toda intrusión armada o pacífica del extranjero, no me ha cegado el amor a mi patria chica hasta el extremo de aplaudir el acto irreflexivo del exaltado ciudadano que motivó el feroz desenfreno de la soldadesca invasora, ni tampoco los actos posteriores que realizó el vecindario, vengándose en cuantas ocasiones se le presentaban, de los que por medio de la fuerza y el engaño habían conseguido dominar nuestro país. Muchos detalles de la estancia de los franceses en Córdoba habían impresionado mi fantasía de niño al oir relatarlos a mis antepasados, en los que perduraban las referencias de los días que pasaron escondidos en los sótanos y zaquizamíes de sus casas, hambrientos y llenos de terrible incertidumbre ante el peligro que a todos amenazaba, y también teniendo a la vista el sable, conservado por mi familia, como perteneciente a uno de mis bisabuelos, hijo de la belicosa Francia, en cuyas huestes se incorporó voluntariamente, fascinado por el brillo de las banderas de Bonaparte, vieja arma que con las indelebles manchas de sangre que tiñen su hoja avivaban en mi imaginación las escenas de luto y de matanza en que había tomado parte activamente. Andando el tiempo obtuve la plaza de Archivero del Ayuntamiento de mi ciudad natal y perseverando en mis estudios y aficiones históricas, busqué en cuanto pude, los documentos que allí se conservan referentes a la Guerra de la Independencia con el propósito de escoger datos para escribir una modesta monografía; más era tal el cúmulo de noticias que, como hilos de una revuelta madeja, iban surgiendo conforme abría los antiguos legajos, que me animaron a escribir una obra de más importancia, a fin de que no permaneciesen ignorados gran número de los hechos de la dominación francesa en Córdoba, que si fue dura y violenta, también sembró los gérmenes de una nueva vida, como igualmente en toda España. He estudiado las Actas Capitulares, dos gruesos legajos que llevan la signatura de Archivo de la Prefectura francesa y las distintas secciones de Beneficencia, Obras públicas etc , que forman parte del mismo. Además he examinado la documentación del Archivo Catedral, Archivo y Biblioteca Episcopal, Seminario, Biblioteca Provincial y la del Real Colegio de la Asunción. En la Biblioteca y en el Archivo Histórico Nacional pude consultar la documentación referente a ese funesto periodo, como así mismo algunos folletos raros en la Sección de Varios. En la importantísima Biblioteca del Marqués de Toca, encontré la colecciones de Periódicos de igual época que había buscado con inútil empeño. En Sevilla y Málaga han facilitado mi labor señores Gomez Imaz (q. e. p. d.) y don Narciso Díaz Escobar, y por último del Archivo del Congreso de los Diputados he recogido algunas notas sobre las convocatorias de Cortes. Terminado mi trabajo lo dí a conocer al insigne maestro don Rafael Altamira, que guió mis investigaciones en el Centro de Estudios Históricos y obtuvo de él la más benévola acogida. Por su mediación el hispanófilo. Desclevises de Dezert me facilitó varias notas de obras francesas que no existían en nuestras Bibliotecas. A dichos Centros e ilustres personalidades me complazco en enviar desde aquí la expresión de mis más profunda gratitud. La lista bibliográfica sería muy extensa y como la mayor parte de los sucesos referidos están tomados de documentos coetáneos, hemos preferido hacer las llamadas oportunas en el texto, en vez de publicar una relación que poco añadiría a la Bibliográfica de la Guerra de la Independencia, de Ibáñez Marín. Llevará la obra un apéndice con los documentos más importantes y al final una lista de los folletos y manuscritos relacionados con el asunto, objeto de estas páginas, indicándose la Biblioteca o Archivo donde se conservan. Hechas las anteriores manifestaciones sólo me resta solicitar para este Ensayo la benevolencia con que suele el público alentar semejante clase de trabajos y la cual me prestará ánimos para realizar otras investigaciones sobre puntos obscuros de la historia de Córdoba. CAPÍTULO I
Tristes presentimientos, desde los primeros meses del año de 1808, embargaban a toda España y muy principalmente a las regiones más aparlacias de la capital, con la entrada de las tropas francesas, cuyos puntos de destino se ignoraban. En el mes de Octubre del año anterior, Godoy con su decreto sobre la organización de la Caballería y compra de caballos había soliviantado a la Nación, y especialmente a Andalucía, hablándole de un enemigo a quien no nombraba; y a tal extremo llegó esta inquietud, exacerbada por el vergonzoso proceso del Escorial, que el Rey, se vió obligado a dar el decreto del 16 de Marzo, leido en el Cabildo que celebró la Ciudad de Córdoba, el día 22, en el cual, "manifestaba su piadoso corazón, que el ejército de su caro aliado el Emperador de los Franceses, atravesaba el Reino sólo de paso y con ideas de paz y amistad". En este mismo cabildo se vió también el decreto del día 18 en que se exoneraba a don Manuel Godoy de los empleos dé Generalísimo y Almirante. En 1807 la Ciudad para contar con su apoyo le habla nombrado Veinticuatro Primero y Preeminente en el Concejo; y derrochó gran lujo en el título que le expidió el Rey, poniendo en sus pastas las cifras del Príncipe de la Paz, el escudo de Córdoba y las dignidades del agraciado, todo hecho con piedras preciosas cuyo valor ascendió a la cantidad de treinta y cinco, mil reales. En cuanto tuvo noticia el Ayuntamiento de que se le confiscaban todos los bienes, y se le exoneraba de sus dignidades, acordó escribir a don Juan de Aréco en cuyo poder se creía que obraba todavía el título, pues aún Godoy no se había posesionado de la Veinticuatría, para que lo remitiera por el correo inmediato; más Aréco contestó que el 1 de Enero le había entregado el título de Veinticuatro, por lo cual podía el Ayuntamiento reclamarlo a la Junta de Ministros del Consejo de Castilla Mientras tanto, los individuos que componían el Ayuntamiento, trabajaban sin descanso en preparar alojamientos para las tropas francesas, que vinieran. Los Diputados de Guerra emitieron informe, manifestando que los conventos de Santa Victoria, San Pablo, San Agustín, y las Escuelas Pías, eran a propósito para alojarlos dentro de la población, así como los del Carmen y Madre de Dios, situados a extramuros, si se prefería que estuviesen fuera de la capital. Así se acordó, como también que se prepararan las sábanas y camas que estaban en la torre de Calahorra, y que se citase a los gremios, para que proporcionasen el contingente de camas que a cada cual le correspondía. La alarma de la Ciudad aumentaba cada vez más; no cesaban las postas de venir de Madrid con órdenes y despachos reales; el 25 de Marzo se recibió la provisión del Consejo, fechada el 20 de Marzo, comunicando la abdicación de Carlos IV, en su hijo Fernando VE; luego vino la Real Orden del 6 de Abril en la que Fernando mandaba a la Ciudad, que levantaran los pendones en su nombre cuando se lo ordenase. El 12 del mismo mes, se reunió el Cabildo Catedral en pleno y con carácter extraordinario, por orden del Dean, para leer la siguiente carta de Fernando VII. "Venerable Dean y Cabildo de la Iglesia Catedral de Córdoba: Como el acierto que deseo conseguir en el gobierno de estos Reynos que Dios se ha servido poner a mi cuidado, por renuncia de mi Augusto Padre, pende de la divina asistencia principalmente; he resuelto que se implore esta por medio de fervorosas y devotas rogativas, de que he tenido a bien avisaros, para que como os lo mando y encargo, dispongáis se hagan en esa Iglesia las que en semejantes casos se acostumbran, de que me daré por servido. De Palacio 7 de Abril de 1808 Yo el Rey. Cumpliendo el anterior encargo, dispuso el Cabildo, que se celebraran rogativas los días 20, 28 y 29, con el ceremonial propio de las grandes fiestas. Todo mantenla en tensión los ánimos y aumentaba con nuevo combustible la indignación del pueblo; pero la chispa que hizo estallar la mina, fue el famoso parte del Alcalde de Móstoles, dando cuenta de los sucesos ocurridos en Madrid el 2 de Mayo y que recibió en la noche del día 7 el Corregidor don Agustin Guaxardo y Fajardo, remitido por las villas de Espiel y Villaviciosa El pueblo en masa se lanzó a la calle y nadie durmió aquella noche en la capital. El Corregidor conferenció con el Comandante de Armas de la Plaza[1] que era el inquieto y bullicioso vizcaíno don Pedro Agustín Echavarri y con el Decano del Ayuntamiento, acordando despachar enseguida un posta yente y viniente con la siguiente carta para el Capitan General de Cadiz, don Manuel de la Peña: «Excmo. Señor. En esta misma hora se acaba de recibir por dos conductos un oficio dado en Móstoles, de que remito a V. E. uno de los ejemplares. Va conoce V. E. la crítica situación; los pueblos del partido desean ver las disposiciones que se toman en esta capital, para seguir sus pasos. He hecho consulta con este Comandante de Armas, con el Decano de este Ayuntamiento y mis Asesores; conocemos que el alistar todos los caballos de este Reino puede ser el servicio mas importante y tenemos dadas algunas diligencias para ello; pero siendo V. E. la cabeza de las Armas de esta provincia, hemos considerado que su determinación es lo que debemos preferir y así por medio de expreso yente y viniente lo pongo en conocimiento de V. E. y quedamos aguardando con ansia su resolucion, Dios Guarde etc. Al día siguiente se reunió el Ayuntamiento en Cabildo general extraordinario, que aprobó todas las medidas tomadas por el Corregidor en los siguientes términos: "Habiendo oldo las largas reflexiones que hicieron los Diputados y Sindico del Común, y conferido el punto con la meditación correspondiente, se acordó que no se haga novedad, ni proceda a alguna otra providencia, mas que a la tranquilidad del publico, aunque Córdoba llena de patriotismo, de lealtad, de espíritu y valor y animada del mas acendrado amor a su Soberanos, está y estará siempre pronta y re»suelta a defender hasta derramar su sangre en cualquier evento necesario" No sabían que pensar los Veinticuatro y Jurados que constituían el Cabildo de la Ciudad, ni que hacer en caso tan perentorio; en su consecuencia publicó un bando el Corregidor disponiendo que, "todos los vecinos de este Pueblo se retiren a sus casas, trabajos y destinos, que por ahora no ofrece materia para que dejen su tranquilidad los asuntos presentes y de que el gobierno de esta Ciudad si la ofreciese, se cuidaría de avisarles y de tomar todas las providencias necesarias que los casos pidan." El dia 9 estuvo toda la ciudad impaciente esperando el regreso de los correos enviados, que no llegaron; el Ayuntamiento se reunió sin llegar a celebrar Cabildo por falta de noticias; A la Lude se recibió un oficio del de Sevilla que aumentó la agitación del pueblo, pues invitaba a Córdoba a prepararse, como ella lo estaba, para defender al Rey y a la Patria. El día 10 llegaron los correos esperados que no calmaron la inquietud reinante. El capitán general de Cadiz, contestó a la consulta que se le hizo, remitiendo el siguiente bando que habla publicado en aquella ciudad para que en esta se reprodujese. Dice así:
Al propio tiempo se recibió la noticia de la marcha a Bayona del Infante D. Antonio, Presidente de la Junta de Gobierno que habla creado el Rey a su salida de la Corte. Reunido el Ayuntamiento en sesión general extraordinaria, a la que concurrieron además de los que componían la Corporación, el Comandante de armas Echavarri, D. Lorenzo de Dueñas, Alcalde Mayor primero, el Marqués de la Puebla de los Infantes, Alférez Mayor de la Ciudad y D. José Omurían, Alcalde Mayor segundo; acordaron en cumplimiento de lo mandado por el Capitan General de Cádiz dar por terminado el movimiento producido por la carta del Alcalde de Móstoles y crear una Junta de Tranquilidad, que calmase los ánimos, al mismo tiempo que publicar un bando en que diese a conocer al pueblo lo acordado. Al tratar de las difíciles circunstancias porque atravesaba la patria, emitiéronse elevados conceptos en el Cabildo, que están consignados en el acta en la forma siguiente:
En virtud del anterior acuerdo se nombraron para formar dicha Junta a los marqueses de la Puebla y de Lendinez; al Veinticuatro D. Lorenzo Basabrú; al Jurado D. Rafael Medina y al Diputado y al Sindicato Personero del Común; y por el cabildo Catedral, al Doctoral D. Diego Millán Lopez y al Canónigo D. José Garrido y Portillo; por la Nobleza, al marqués de Benamejí y al de Villaseca, a quien sustituiría, si el estado de su salud así lo reclamaba, D. Gonzalo Aguayo y Manrique; por el Comercio, a Don Juan Raymundo Ochayta, que declinó este cargo sin que el Ayuntamiento le aceptara la renuncia, ordenándole que recurriera a su gremio; por la Agricultura, al Hermano Mayor de la Hermandad de labradores D. Sebastian de León; a un representante del Obispo, y por ultimo, se nombró secretario al Escribano del Ayuntamiento, D. Mariano Barroso. De la formación de esta Junta se dio conocimiento al Ayuntamiento de Sevilla y a los de Granada y Jaén. Renunciada por Fernando VII en Bayona la corona a favor de su padre Carlos IV se dió de ello cuenta al Municipio el 14 de mayo, así como del nombramiento de Lugarteniente General del Reino en favor de Murat. Si despertó extraordinario movimiento en la capital el nuevo estado de cosas que creaba la renuncia de Fernando, en cambio fueron muy parcos de palabras los del Concejo, no sólo en el cumplimiento, sin discusión, de la orden, sino hasta en el empleo del papel sellado, pues colocaron debajo del letrero que decía VALGA POR EL REINADO DE S M. EL SEÑOR D. FERNANDO VII este otro VALGA POR EL GOBIERNO DEL LUGAR-TENIENTE GENERAL DEL REINO: mas tarde, quizás al volver a España Fernando VII, se tachó con una raya este ultimo letrero. Con tal motivo apareció puesto en el edificio del Correo el 20 de Mayo el siguiente pasquín:
La convocatoria de las Cortes de Bayona se vio en el Cabildo del 22 de Mayo. A altura extraordinaria de civismo estuvo el Ayuntamiento cordobés al recibir dicha notificación, Pidió que le informaran sus letrados, los que concurrieron a este Cabildo y dijeron que era contraria la convocatoria a las leyes del Reino, que la Ciudad y sus individuos hablan jurado guardar; extrañándose que en el documento no se mencionara a S M. lo mas mínimo y que se intentaran reunir Cortes para tratar de asuntos referentes‘ a España sin estar en ella su Monarca, y que este reuniera Cortes en el extranjero. Se consultó inmediatamente al Consejo de Castilla y se enviaron postas a Granada, Sevilla y Jaén comunicándoles esta determinación y rogándoles expusieran su modo de pensar. No hay ningún acuerdo capitular referente a nombramientos de Diputados para Bayona, pero por un documento indubitable que perteneció al general Castaños[3] consta que hubo diputados electos, los cuales no concurrieron al Congreso por haber anulados sus poderes el Presidente de la Junta de Sevilla, que se arrogó el carácter de Suprema. Pero aún no estaba calmada la indignación y el asombro de los cordobeses, que llegó a su máximo grado el 23 por la mañana, al traer un correo los pliegos oficiales con la renuncia de la Corona hecha por Carlos IV en favor de Napoleon. El Ayuntamiento reunido en Cabildo general extraordinario; acordó, que siendo el asunto tan extraño se requería que le informaran sus Letrados. antes de tomar ninguna resolución. Eran letrados del Municipio D. Domingo de Castillejo y D. Rafael Serrano. Lástima que no conservemos sus informes, si llegaron a emitirlos a pesar de los sucesos que narramos en el capitulo siguiente. CAPÍTULO II
Nadie habla pensado en resistir a los invasores, como lo prueba el oficio que dirigió el Ayuntamiento al Cabildo Catedral, el 26 de Mayo, comunicando la próxima llegada de dos divisiones francesas, aunque sólo de paso, pidiéndole que le ayudara a tranquilizar al pueblo y a preparar un buen trato a las tropas expedicionarias. Así lo hicieron nombrando para ello al Dean don Felipe Ventura Gomez. En el mismo criterio se inspiraron el dia 28, los Inquisidores don Juan Vargas y don Ramón Pineda de Arellano, al reproducir la proclama del Santo Oficio de Madrid condenando los hechos del 2 de Mayo en la Corte y tratando de calmar al pueblo [4], cuando a la una de la tarde del dia 28 llego en la posta de Sevilla el oficial del regimiento de España, don Ramón Gavilanes, dando vivas a Fernando VII y ondeando un pañuelo blanco en la mano. Corrió la voz de su llegada con la velocidad del rayo por toda la ciudad, y aunque era hora de general reposo por las costumbres de la época [5], salían las gentes de sus casas llenas de júbilo y deseosas de saber la noticia que el viajero traía. Dirigióse a casa del Corregidor y, apenas hubo llegado, le rodeó un inmenso público que creía era el mismo rey Fernando, que venía huyendo [6]. El Corregidor habló al pueblo desde el balcón (sín abrir los pliegos cerrados que traía Gavilanes que solo podían abrirse en Cabildo) diciéndoles. «No es Fernando VII, es un señor oficial de Sevilla, portador de un mensaje, en que se invita a Córdoba y a su Reino a unirse con aquella ciudad en defensa del Rey y de la Patria. Inmediatamente el concurso se disolvió, acudiendo a las Casas Capitulares donde a las dos de la tarde se reunieron las Autoridades civiles, , eclesiasticas y militares y se dió lectura a los pliegos de Sevilla entregados por Gavilanes, en que se comunicaba la formación de la Junta del Reino, y se invitaba a Córdoba para unirse a ella en defensa del Rey y de la Patria. Un gentío inmenso respondió a las aclamaciones que partlan desde los balcones del Ayuntamiento. El Corregidor invitó a la muchedumbre a ponerse escarapelas, arrojando pedazos de cinta encarnada, que se colocaban en los sombreros: después, hasta los eclesiásticos adornaron sus sombreros de teja con escarapelas grana. A las cinco de la tarde se celebró una Junta abierta, en la que se discutió lo que había de contestarse a Sevilla. Hubo varios pareceres; unos considerando que se carecía de todos los medios de defensa, opinaron que se respondiera que Córdoba nada podía hacer para resistir a los franceses, como no fuera enviar gente a Sevilla, y si los enemigos llegaban allí, hostilizar por la espalda a los invasores, aprovechando el tiempo para organizar una buena defensa, con cuyas ideas estuvo conforme el Canónigo don Diego Millan Lopez de Gordoa, aunque después figura entre los afrancesados: otros opinaron que debían defenderse, contando con el ofrecimiento que hizo Sevilla de socorrer a la Junta que se formara, con toda clase de pertrechos de guerra, cuyo parecer robusteció con su dictamen el coronel don Pedro Agustin de Echavarri, hombre de valor y arrojo. Por unanimidad acordaron secundar el plan propuesto por Sevilla, armando a la capital y levantando el Real pendón por Fernando VII, acto que se verificó enseguida, colocándolo en el balcón principal del Ayuntamiento con una guardia de honor y restableciéndose la tranquilidad del pueblo que veía llegado el momento de ensanchar sus corazones y sacudir el 3 ugo que les oprimía. Aunados los diferentes pareceres de la Asamblea, quedó constituida para la ciudad y su reino una Junta de Gobierno dependiente de la de Sevilla, con sujeción a las instrucciones recibidas de la misma. Formáronla el Comandante Echavarri, el Corregidor don A Guaxardo y Fajardo, los Marqueses de la Puebla de los Infantes y de Lendinez por el Ayuntamiento, el marqués de Benamejí por la Nobleza, y por el pueblo, un diputado del Común de vecinos que fué don Alonso Tauste y el Síndico don Antonio Bartolomé Tassara.
Aquella misma noche publicóse un bando para que a la mañana siguiente se presentasen en el Ayuntamiento los voluntarios de 15 a 18 años, y un día después se dió a conocer otro muy interesante que dice así:
Se celebraron misiones y se predicó en los templos, invitando al pueblo a tomar las armas: hubo rogativas todos los días después de las horas completas, omitiéndose el toque de campanas para no afligir al pueblo; acudieron al llamamiento unos cuatro mil hombres; mas como no era éste el número que hacía taita, se ordenó que todos los que estuviesen útiles, se presentasen sin excepción de edad, ni de privilegios algunos, y se despacharon postas, para que se pusieran en pié de guerra todos los pueblos de la provincia y algunos limítrofes. A casi todos movió este requerimiento: Montoro envió más de 1400 hombres, de todas las clases sociales, armados y alistados con el mayor entusiasmo y mas de 300 caballos con fondos para su manutención. La Carlota contribuyó con 191 jinetes, todos voluntarios, bien equipados y municionados, al mando del teniente retirado D. Cayetano Vazquez [8]: de Cabra [9] llegaron 500 hombres y algunos caballos, en Écija con febril entusiasmo se formó en sólo dos días un batallón de 800 plazas, armado y abastecido de todo lo necesario, enorgulleciéndose este pueblo de que fuese su batallón[10] el primero que entrara en la capital para defenderla. La misma población despachó postas a Oranada, Linares y otros pueblos para recoger la pólvora y armas que en ellos hubiese. Otros lugares tambien enviaron los contingentes que su patriotismo les permitió reunir dentro del breve plazo señalado. Córdoba quedó convertida en una plaza de armas; el tiempo era apremiante por la proximidad de los franceses, no había forma de aprestar todo lo necesario para la defensa de la ciudad que carecía no sólo de material de guerra, sino de tropas disciplinadas que dirigiesen y auxiliasen a los paisanos que tomaban las armas. No perdía la esperanza de recibir de fuera los auxilios que necesitaba y esto unido a su propósito de defenderse a todo trance, hizo que no pensara, la mayoria, en la desigualdad de la lucha que iba a emprender con tan escasas fuerzas. Echavarri, publicó otro bando en el que mandaba que todos los vecinos presentasen las armas que tuviesen; las escopetas de caza, no todas en buen uso, y las preciosas dagas y espadas antiguas, así como las pistolas y sillas de montar de los Títulos y de los Hidalgos y Nobles, fueron entregadas al punto y sin reserva alguna en las Casas Cosistoriales. Fuera de éstas, eran las armas hasta instrumentos agrícolas, palos con pinchos de hierro, o sin ellos, puñales y navajas; las garrochas, las ahijadas y las varas toscas de castaño a la que se adaptaba una punta, fueron las lanzas de la caballería. Sé recogieron caballos, mulos y carruajes y tambien cuantiosos donativos; todo, hasta los bienes y alhajas de las iglesias, se puso a disposición de la Junta y del general, haciendo acopio de víveres y de cuantos pertrechos eran necesarios para el ejército. Desde el día 1° de Junio empezó el alistamiento; llegaban los alistados de los pueblos unos con armas y otros sin ellas, y comenzóse a organizarlos y a instruirlos. Al mismo tiempo por orden de la Junta de Sevilla, llegaron procedentes de Ronda la totalidad o parte de los regimientos de Barbastro, Campo Mayor, María Luisa y caballería del Príncipe, y un destacamento de suizos,, elevándose las tropas de linea a 3.000[11] hombres. Con los paisanos se formaron hasta 90 batallones[12]. Se escogieron para cabos y sargentos a los más dispuestos y a los que ya habían servido; a los oficiales retirados, se les encomendó la caballería, compuesta de unos 3.000 jinetes. Al mismo tiempo que la Junta de Sevilla confería el mando de las tropas a don Francisco Venegas, que como hemos dicho no aceptó el cargo, salía para Córdoba el coronel, Conde de Valdecañas, encargado de la reunión de un cuerpo de voluntarios que debería mandar y conducir inmediatamente al encuentro del enemigo[13]. Y tan diligente anduvo el Conde que a los pocos días habia reunido en Lucena 5,000 hombres de los pueblos inmediatos, y 400 caballos que se apresuraron a entregar los particulares. El señor Gomez Imaz en su interesante folleto Los garrochistas de Bailen, hace una pintoresca descripción de esta caballería, que no podernos resistir al deseo de copiarla por tratarse de los mismos que figuraron en la batalla de Alcolea.
Las calles de la ciudad estaban rebosando de forasteros y por todas partes no se oía mas que el estrépito de los tambores, el sonido de los clarines y trompetas, el relinchar de los fogosos caballos. Sólo en el termino de ocho días se llegó a este resultado merced a la actividad de la Junta, de los empleados públicos, del vecindario de Córdoba, distinguiéndole la Nobleza, que se desprendió de todo cuanto tenía en sus casas y haciendas que pudiera servir para equipar al ejército, entre cuyos miembros podemos citar a la condesa de la Jarosa, al marqués de Benamejí, a la marquesa Viuda de Santa Marta, a Doña Josefa Bernuy y a la Sra. de Manrique[16]etc .. en general, al esfuerzo de la provincia y principalmente de los pueblos vecinos y al general Echavarri, cuyo enérgico temperamento no sentía desmayos. El ejército veterano y el improvisado, fundido en una misma inquebrantable decisión estaban resueltos a defender el puente de Alcolea, donde se iba a establecer el campamento para cubrir la ciudad de Córdoba, y, bajo la impresión de una alarma, dice Gomez Arteche, a quien copiaremos literalmente en la disposición de las tropas para la batalla:
CAPÍTULO III
La Junta de Sevilla se propuso formar una serie de líneas de defensa para impedir que el enemigo llegara a su capital, siendo la primera la de Despeñaperros, que no tuvo tiempo de organizar. Echavarri, destacó en este lugar al primer guerrillero de que habla la historia de esta guerra, llamado Tolico Josef, que llegó a alcanzar el grado de capitán durante la lucha con el invasor Dupont, uno de los generales de más brillante porvenir en el Imperio, fué el designado para ocupar la región andaluza tomando el mando del ejército que había recibido el nombre de Cuerpo de observación de la Gironda Se encontraba en Bailen sin haber hallado contrariedades apenas en su camino cuando recibió la siguiente carta del duque de Berg;
En la misma Relación de donde copiamos esta infantil carta [17], inventada por los contemporáneos, se pinta el orgullo que sintió el general francés con su lectura que hizo copiar, según decían, para que todos admirasen su buena suerte, en los libros de órdenes de los diferentes Cuerpos. Mas esta satisfacción se trocó en cólera repentina al recibir la inesperada nueva del armamento de Córdoba, que consideró como una grave ofensa que vengar, para lo cual puso en movimiento todas sus fuerzas; aparentando pacíficas intenciones: sin embargo, empezó a comprender lo falso que era el terreno que pisaba, la animosidad franca o encubierta con que le recibían y la insuficiencia de las medidas tomadas para dominar Andalucía, de lo que dio cuenta a Murat, acelerando su marcha hasta llegar a Andújar el 2 de junio, al Carpio el 5 y a las inmediaciones de Córdoba el 7, en que tuvo lugar la batalla de Alcolea, cuya descripción dejamos a la brillante pluma del general Gómez Arteche, aun a trueque de que resulte larga la cita y la mayor parte del capítulo falta de originalidad; pero creemos que nada nuevo se puede añadir al estudio de la batalla, que hizo el citado general español.
La furia francesa no pudo introducir el pánico, ni siquiera el más pequeño desorden en aquellos batallones que maniobrando como en un campo de instrucción, marcharon siempre en columnas hasta el llamado Montón de la tierra, al pie de la cuesta de la Lancha, donde formados en batalla, con la artillería en los claros, y con el continente más firme, ofrecieron de nuevo el combate a los franceses. Detuviéronse éstos, creyéndose sin duda impotentes para arrollar a los nuestros en su nueva línea, apoyada por las cuatro piezas de a ocho y los paisanos, así de infantería como de caballería, que continuaba en lo alto de la cuesta. Los españoles viendo a su vez que después de cruzar el Guadalquivir toda la división francesa principiaba a ganar las eminencias que se alzaban sobre su izquierda abandonadas momentos antes por los paisanos, creyeron deber mejorar su posición que iba muy pronto a quedar dominada y cogida de flanco y subieron la cuesta para reconcentrarse más y no correr el peligro de perder la comunicación con Córdoba, su único punto de retirada en la situación cada instante más difícil, en que iban a verse comprometidos. La circunspección de los franceses debía reconocer por causa alguna superior al respeto que pudieran infundirles las tropas españolas que defendían el puente. El conde de Valdecañas en su marcha a Bujalance, había oído el fuego y dirigiéndose en consecuencia a maniobrar sobre la izquierda del ejército francés. Y como el general Fressia se encaminaba a su vez en rumbo opuesto, fuese para observar aquel flanco, o para amenazar y aun apoderarse del puente de Córdoba, no tardaron en avistarse los del conde y los dragones de Pryvé que iban a la cabeza de las brigadas de caballería. Tenían éstos que habérselas al mismo tiempo con muchos de los jinetes andaluces que formaban el ejército de Córdoba, quienes impulsados por su ardor y por el deseo de ayudar a los de Valdecañas, habían cruzado el Guadalquivir por el vado del Rincón, extrema derecha de la línea española formada sobre la cuesta de la Lancha. Su número, la confianza en la respetable fuerza que gobernaba el conde y la que debía inspirables la seguridad de retirarse por el sitio mismo que les habían servido para cruzar el río, los animaron a atacar a los franceses apenas los creyeron comprometidos en el ataque del puente.
Creemos que tanto el capitán Baste como el general Gomez Arteche, se equivocan respecto al número de bajas y para rectificarlos nos apoyamos en los documentos siguientes: En la Memoria ya citada escrita por un fraile de Andújar se dice.
En el documento que la Junta de Córdoba dirigió al día siguiente de la salida de los franceses [20] a su representante cerca de la Junta de Sevilla, D. Juan de Dios Gutierrez Rayé, se consigna que los franceses dejaron en los hospitales cerca de 300 enfermos, sin saberse que destino debía dárseles una vez verificada su curación, número que a nuestro juicio nos parece grande para enfermos y que bien podría comprender los heridos graves de la batalla de Alcoiea, imposibilitados de marchar: tal número de enfermos no parece ilógico en un ejército que tan pocos días llevaba de marcha, sin sufrir grandes penalidades, pernoctando todas las noches en pueblos, en un tiempo en qué todavía los calores no eran excesivos y cuando apenas llegaba a perseguirlo el enemigo. La relación de la batalla conservada en la Biblioteca Episcopal, de Córdoba, dice que los franceses tuvieron 2.000 muertos.[21] a la Central del Reina, en la que se enumeran los servicios prestados por Córdoba a la Patria, se consigna que los franceses tuvieron en Alcolea 3.000 muertos. En la real orden del 3 de junio de 1815, creando una cruz como distintivo glorioso de las tropas que al mando de D. P. A. Echavarri asistieron a la batalla de Alcolea, se dice que que el número de bajas francesas fué de 3.500 En estos documentos se advierte una gran exageración en lo referente a la importancia de la batalla y al número de bajas francesas. Pero de todos modos estos documentos demuestran claramente que las pérdidas sufridas por los franceses fueron superiores a las que consigna Baste. Tratando de nuestras pérdidas dice el citado general que las bajas de las tropas de Echavarri, fueron inferiores a las de los franceses, en lo que creemos se halla igualmente equivocado, pues aunque el parte de Dupont diciendo que los insurgentes han dejado una multitud de muertos en el campo sea exagerado, desde la narración del capitán Baste, hasta los documentos cordobeses, todos afirman que al tomar la aldea de Alcolea, fueron pasados por las armas sus habitantes que se defendían valientemente en las casas, y como la aldea entonces tenía más de un centenar de habitantes, creemos que las bajas de que nos habla Gomez Arteche, se refieren únicamente a las de las tropas de linea, pues las de los paisanos sería no sólo difícil, sino imposible de averiguar, por lo heterogénea que había sido su formación y más quedando el campo de batalla por el enemigo. Fué Córdoba de las primeras ciudades de España que se opusieron al paso del ejército francés presentando contra él uno mal armado y malísimamente equipado, falto de artillería, conforme pudo formarse por la decisión de unos cuantos patriotas y principalmente por Echavarri, hombre de ambición, inquieto, de genio áspero y fácilmente impresionable por cualquier motivo, como lo prueban las hojas que dirigió contra la Junta de Murcia y al vicepresidente de las Cortes de Cádiz, marqués de Villafranca, cuando se le acusó de la forma en que había llevado la guerra en el reino citado, lo que motivó su detención y prisión en el castillo de Santa Catalina y el ser suspenso de empleo y sueldo, mientras se vió su causa en el Consejo Supremo de Guerra y Marina y en las Cortes, de la que consiguió salir absuelto. Por sus condiciones era más a propósito para dirigir una guerrilla, que para un mando en jefe, como lo prueban sus decretos ordenando una leva en masa, medio poco adecuado para impedir la entrada de los franceses en Córdoba, teniendo en cuenta el poco tiempo que había para organizar al paisanaje. Contaba con grandes simpatías en la Ciudad y los cordobeses pidieron a las Cortes, que lo nombraran general encargado de fomentar la insurrección en la provincia, durante la invasión francesa; una carta de la época en la que no puede haber motivo para halagar dice[22] que era un buen soldado, aguerrido, valeroso, intrépido, subordinado a las »órdenes de sus superiores, muy eficaz en practicarlas, bastante exacto en cumplirlas y sobre todo enemigo acérrimo de los invasores franceses»• Estamos conformes con Gómez Arteche y creemos que la batalla dió lugar a que Castaños organizara un ejército. y por lo tanto, a poner a cubierto a Andalucía del enemigo y detenerlo en su precipitada marcha hacia Sevilla y Cádiz. Constituye, pues, la jornada de Alcolea una brillantísima página de la historia de Córdoba, que ésta ha olvidado por completo, así como a los hijos que dieron su vida por salvarla. CAPÍTULO IV
El ejército cordobés, en su retirada, no dejó de hacer frente al enemigo, hostilizándolo con varios destacamentos desplegados en guerrilla, lo que indujo a Thiers a forjar en su Historia del Consulado y del Imperio, una batalla intermuros corno disculpa del saqueo que sufrió la Ciudad por las tropas de Dupont. También intenta denigrar las tropas que acaudillaba Echavarri en la batalla de Alcolea, suponiendo que fueron reclutadas entre los bandidos de Sierra Morena que él había perseguido frecuentemente, los cuales en confusa dispersión se refugiaron en Córdoba y dieron principio al saqueo. Notoria injusticia consignada por un historiador que, a pesar de su renombre, se muestra poco respetuoso con los fueros de la verdad, dejándose influir por la leyenda negra formada por adversos escritores extranjeros para calumniar a España cuando sostenía en sus manos el cetro de Ambos Mundos y dictaba leyes a las demás naciones. Los valientes patriotas que, sin recursos apenas, combatieron en Alcolea, oponiéndose al paso del aguerrido ejército francés, son acreedores a que la Historia imparcial los distinga con una honrosa mención. Los coraceros franceses al trote por el arrecife arrollaban a los rezagados y pretendían intimidar desde lejos con el brillo de sus corazas. Sin embargo, grupos de valerosos paisanos les aguardaban en la Cuesta de la Pólvora, queriendo dificultar su marcha; mas deshechos prontamente y unidos a los demás soldados fugitivos que se dirigían a la Ciudad, al ver sus puertas cerradas, se desbandaron por completo, internándose unos en la Sierra y el resto en la población, por el puente de Julio Cesar, aunque Córdoba no estaba en condiciones de prestar un asilo seguro. A las dos de la tarde, el ejército francés mandado por los generales Fresia, Dufour, Legendre, Rouger, Pannetier, Laplane, Dupres, y Dupont general en jefe, llegaba al pié de las murallas de la antigua Colonia patricia, que hallábase completamente indefensa, sin tener ni un solo regimiento de guarnición, y en cambio expuesta a los ataques de los vencedores, cuya furia le iba a ser difícil contener a sus propios jefes. Según dice en sus Anales de Córdoba, Ramírez de la Casas Deza, aceptando el testimonio de un anciano dependiente de la Maestranza de Sevilla, que vino a entregar los armamentos a la Junta antes de la batalla, las puertas fueron cerradas por el capitán de Artillería don Gonzalo Cueto, quien entregó las llaves a la Junta de Carmona a su paso por esta ciudad al ir a Sevilla, pero estas puertas iban a franquearse para que saliese una comisión a parlamentar con el enemigo, cuando Dupont, ordenó que se abrieran a cañonazos, penetrando el ejército desplegado en guerrillas, con la bayoneta calada, por la Puerta Nueva y la de Baeza, mientras el derrotado ejército de Echavarri y un gran número de paisanos huían por las del Puente y Osario, buscando refugio en los cortijos del camino de Écija y Sevilla o en las fragosidades de la Sierra. Aún no habían cometido ningún desafuero contra la población civil y solo se oía, después de haber cesado el fuego de cañón, alguno que otro tiro perdido, cuando Pedro Moreno, Juez de paz de la Santa Hermandad y habitante en la calle del Pozo número 13 (hoy Borja Pavón número 2) vió penetrar desde el balcón de su casa por la puerta Nueva al general Dupont, rodeado de su cuartel general, y sin pensar en el daño que podría ocasionar la acción valerosa que ejecutó, apenas concebida, disparó sobre el general varias veces, matando el caballo que montaba e hiriendo al edecán que iba a su lado. La casa donde estaba Moreno fué tomada por asalto, después de una heróica lucha en que murieron varios de los asaltantes; Moreno, su mujer, su hija, y todos los habitantes de la casa fueron acuchillados, salvándose solo una nieta de corta edad, que un soldado sacó enganchada por la ropa en la bayoneta y que por compasión no la mataron, recogiéndola una vecina. Más tarde fué conocida en la capital con el nombre de la niña del milagro y profesó en el convento de Mínimas del que pasó al extinguirse éste, al de Santa Isabel, donde murió santamente. Dupont en el paroxismo de su rabia, ante el peligro pasado, ordenó que se tocase a rebato, sin respetar a las mujeres, a los ancianos, ni a los niños. El marqués de la Puebla de los Infantes enterado de esta espantosa órden, se presentó al general con la mayor humildad y casi postrado de rodillas, con lágrimas en los ojos, le pidió el perdón de la Ciudad, la cual no se había levantado contra su ejército, pues sólo las tropas de Echavarri eran las que se habían opuesto a su paso. Dupont concedió la gracia pedida y retiró la orden dada, pero ya era tarde, pues desde el momento de la agresión empezó el saqueo por las tropas. Un fuerte grupo de paisanos defendía la parte Norte de la población habitada por las clases ricas; mas pronto penetró el enemigo, trabándose un combate de calle en calle; disparaban y producían la muerte los invasores a cuantas personas encontraban a su paso, aunque no le opusieran resistencia, contándose entre ellos mujeres y ancianos, completamente inermes. Sin embargo, ante los paisanos armados huyeron más de una vez; en la Puerta del Puente se distinguieron dos soldados del regimiento del Príncipe que contuvieron por algún tiempo a un grupo numeroso de franceses. La ceguedad y furia de los soldados causaron grandes destrozos en la Cárcel, cuyos presos puestos en libertad, entregánronse a toda clase de desmanes. No se respetó ni a las personas de mayor autoridad; el Obispo tuvo que saltar las tapias del jardín de su palacio, para refugiarse en la finca llamada la Alameda del Obispo, pero fue alcanzado y pisoteado. Entre los primeros templos que sufrieron el saqueo se cuenta el Santuario de la Virgen de la Fuensanta, imágen veneradísima por los cordobeses a la que hablan puesto el fajín de general antes de la batalla, siendo destrozada entre los gritos de los franceses y el horror del pueblo; el templo fue convertido en lupanar <refAnales de Córdoba. ob. cit. </ref y un acta del Cabildo Municipal relata estos hechos en los siguientes términos. «Entraron, profanando el templo y las Imágenes y hasta el sagrado Cuerpo de Nuestro Divino Maestro y Redentor Jesucristo, tirando las sagradas formas para llevarse los copones que las contenían. Igual suerte le cupo al hospital de San Juan de Dios y al convento del Carmen, extramuros de la ciudad; en el de San Agustín fueron destrozados los hermosos frescos que decoran sus paredes y destruido cuanto encerraba de algún valor; del de la Merced fueron robadas todas sus valiosísimas alhajas, [23] y del edificio de la Inquisición arrebataron sus misteriosos papeles, muchos de los cuales fueron arrojados al viento. La Mezquita, Catedral, fue también despojada, llevándose gran número de alhajas[24] entre las cuales había dos magníficas coronas de oro, guarnecidas de brillantes, pertenecientes a las Imágenes de la Virgen y el Niña de Villaviciosa; el Palacio Episcopal fué también saqueado, sustrayendo todos los fondos de la Colecturia general, la plata de mesa, varias bandejas, báculo, pectorales y candelabros, así como las ropas, colchones y cuanto de algún valor se destinaba al servicio del Obispo. Dice la Relación citada, que Dupont tenía en su equipaje cinco millones, once kilos de perlas, y un pectoral, que se supone pertenecía al Obispo de Jaén, y que compró a un soldado por 200 reales. También de las cajas de Obras Pías, se llevaron 648.963 reales, de la de Subsidios 148.963 y de la oficina de Cabeza de Rentas 2.500.000. Para formarse una idea de las violencias que se ejercieron en el despojo de dicha oficina copiamos íntegra el acta del Cabildo Catedral celebrado el 13 de Julio que dice así:
De las Cajas de Consolidación y depósitos de Tesorería recogieron 10.000.000 de reales; al depositario y Jurado del Ayuntamiento, D. Francisco Ruiz le forzaron el arca que tenía en su domicilio donde guardaba 30.000 reales, importe del cobro de arbitrios municipales: el General Laplane nombrado General gobernador militar, alojado en la casa del marqués de Villaseca, se apoderó bajo amenazas de 80.000 reales. No hubo caja oficial, ni casa particular que no expoliaran y saquearan. Tenemos entre otros muchos testimonios fehacientes de la época, que lo confirman, además de los documentos cordobeses, el relato del pagador Julien, de la división del general Vedel, que consigna estas noticias: "La toma de Córdoba ha enriquecido a todo el ejército; conozco a la mujer de un General que ha enseñado perlas y piedras preciosas por valor de mas de treinta mil francos, que había adquirido a vil precio". Un gran convoy con el botín conquistado a tan poca costa se ponía camino de Madrid. De toda clase de pertrechos de guerra, de vituallas, de caballos etc. se apoderó el ejército, no dejando en la ciudad, ni siquiera el del timbalero y decretando el desarme de los paisanos por temor a un alzamiento general. Las típicas tabernas cordobesas, bien provistas de sus afamados vinos, sufrieron vivos asaltos de los invasores, y las describió Thiers, confundiendo las bodegas, con nuestras tabernas, en los siguientes términos: «Destaparon a culatazos las cubas e hicieron tal destrozo que algunos de ellos se ahogaron en el mismo vino vertido de los toneles. Otros se embriagaron en tales términos que mancillaron el brillo del ejército francés, arrojándose sobre las mujeres y haciéndoles sufrir todo género de ultrajes». Fue tan grande en efecto el consumo de vino, que muchos días después de la salida del ejército, no había podido reponerse. Según certificado de Don Isidoro Vital[25] interventor del Ayuntamiento en el cobro del arbitrio sobre la renta del aguardiente, se bebió, consumió y disipó el ejército francés, 1.100 arrobas de este alcohol. No se respetó a las religiosas en sus celdas; las hijas eran ultrajadas en presencia de sus padres y hermanos y las esposas delante de sus maridos e hijos. Dos días después del saqueo dice el teniente coronel Clerc en su notable libro[26]: se comían los cerdos los senos de las mujeres que habían recibido la muerte en las calles [27]. Deux jours après, des cochons mangeait les sein des femmes qui avaient repu la mort dans les rues.
El mismo autor en sus Memorias inéditas, relata en esta forma el vejamen de que fue víctima su casa:
Cuando se terminó el saqueo de la ciudad, el día 8, publicó Dupont la siguiente orden: [29] :
Los excesos que dejamos referidos, sirvieron en gran parte de fundamento al proceso que de orden del Emperador se dirigió contra los generales que capitularon en Bailén, y principalmente contra Dupont, a quien se les hacía graves cargos por haber permitido que el saqueo de Córdoba se prolongase más alta de los primeros momentos concedidos al furor del soldado, porque no atendió con órdenes oportunas a la seguridad de los fondos públicos, sino tres días después de su entrada en Córdoba; por no haber dispuesto la entrega de todos los fondos en la caja del Pagador general, y por que evacuó a Córdoba sin llevarse a los enfermos, aun cuando tenía 800 carros de equipaje. Para tranquilizar al vecindario e inspirar una confianza que estaba muy lejos de sentir en sus hogares, el Corregidor publicó con fecha 12 el siguiente bando, que ofrece no escaso interés:
El día 13, domingo y festividad de la Santísima Trinidad, Dupont que sabía el catolicismo de la ciudad, ordenó que la tropa concurriera a una solemne Misa en la Catedral, causando gran escándalo en los pocos fieles que se atrevieron a salir de sus casas calladamente, el oir el toque de las campanas, y ver que los soldados no se quitaban el morrión dentro de la iglesia. El 16, festividad del Corpus, se celebró la tradicional procesión, tomando parte también las tropas francesas que rindieron honores al Santisimo «aun cuando mas parecían guardianes de un reo que defensores de Nuestro Señor», según dice en una de sus cartas Ruiz de Mendoza. No porque una victoria fácil, seguida de violencias y de contemporizaciones había hecho árbitro y señor de Córdoba a Dupont, dejaba este caudillo de sentir recelos e inquietudes-Sabía que sus fuerzas eran insuficientes para dominar las rebeliones que iban creciendo; no ignoraba los sucesos de Andújar donde le aprisionaron un destacamento, ni la partida levantada a sus expensas por el Alcalde de Montoro, ni la pérdida de sus convoyes entre los asperezas de Puerto Rey, ni el ensañamiento de los paisanos con los prisioneros enemigos, ni el número de soldados que sucumbían en la Sierra, bajo el plomo de los tiradores de Villaviciosa, etcétera... Así es, que la misma tarde en que salió la procesión del Corpus empezó el invasor a evacuar a Córdoba, pero con tal precipitación que muchos abandonaron armas, reses, carros de municiones y pertrechos de guerra, temiendo ser envueltos por el ejército de Castaños que tomaba posiciones a retaguar dia. Más parecía su marcha una desordenada fuga, que una retirada, pues llegó a tal grado el aturdimiento que olvidándose el dar el aviso a las avanzadas, tuvieron que retroceder del lado de Sevilla, por trochas y veredas para no caer en manos de los cordobeses, bien persuadidos de que libre el pueblo de las bayonetas enemigas tomarían justa venganza, como así sucedió con cuatro soldados que habiéndose aproximado temerariamente a las murallas, fueron acometidos y muertos dos de ellos a manos de unos piconeros. El Corregidor ya por la fuerza o por cumplimiento de su deber quiso conservar la mejor inteligencia entre vencedores y vencidos, y el mismo día 17 publicó un bando, dictando las órdenes y advertencias siguientes:
A los tres días de salir de Córdoba Dupont, había tomado posiciones en Andújar, teniendo ya a la vista el ejército de Castaños, organizado por la Junta de Sevilla, al que se unieron las tropas y paisanos de Echavarri, derrotadas en Alcolea. CAPÍTULO V
Apenas acabaron de salir el día 17 las tropas invasoras, la Ciudad se dirigió a la Junta de Sevilla, pidiendo protección para evitar que en el caso de que volvieran los soldados de Dupont, se reprodujesen los horrores que acababa de sufrir y de los que dificilmente se encontrarla un ejemplo igual en la historia. También en otra carta le pintaba con tristes colores la situación de Córdoba después de la retirada de los franceses y el abandono en que la había dejado toda la comarca, sin enviarle socorros, ni noticias de los movimientos de sus tropas, ni alivio para ninguno de sus graves apuros. A esta segunda excitación contestó la Junta de Sevilla, que procuraría hallar remedio a la angustiosa situación que atravesaba, y que le facilitaría los socorros de que estaba necesitada, tan pronto como pudiera abrirse comunicación con Córdoba. Al día siguiente de evacuada la población, encontrándose ya el Ayuntamiento con libertad para obrar, ocupóse del nombramiento de las comisiones entre las que había de distribuirse el trabajo administrativo, según la ley y la costumbre. Designáronse diputados para entender en el gobierno del hospital de Sangre francés, que se estableció en el convento de Nuestra Señora de la Victoria, a don Antonio Pineda, don Bartolomé Velez y don Miguel de Morales, quienes desempeñaron sus cargos con gran celo, ayudados por la Junta. procurando que se diera buen trato y curara a los heridos, para lo que arbitraron todos los medios necesarios. Del hospital de Sangre español se encargó el Jurado don José Belmonte, que cumplió acertadamente su cometido. La Junta que, como hemos dicho, había sido creada por la de Sevilla, cuya supremacía reconoció, hasta que asumió todos los poderes la Central del Reino, volvió a continuar su labor interrumpida, pidiendo al Ayuntamiento que se aumentara el número de los individuos que la componían por la cantidad excesiva de trabajo que pesaba sobre ella. Al efecto, fueron nombrados don Juan de Santa Cruz, por la Catedral; don Fernando Ximénez Vallejo, por la Real Colegiata de San Hipólito; el Muy R. P. Fray José Muñoz Capilla, Prior del convento de San Agustín, por las Comunidades religiosas, votado unánimemente por los Superiores reunidos en la celda prioral de San Pablo; por el Obispo, el provisor don Juan Trevilla y el Inquisidor don Ramón Pineda de Arellano; y don Antonio Mariano Barroso,, como secretario sin voto, por ser Escribano mayor del Ayuntamiento. Constituida la Junta en esta forma dió principio a sus trabajos, trasladándose desde la casa del Marqués de Cabriñana a la del Duque de Rivas. Una de sus primeras disposiciones fué ordenar que se devolviera a sus antiguos dueños el botín recogido por los franceses durante el saqueo y que a su marcha, pensando volver, habían dejado algunos en depósito a varios vecinos, siendo este el origen de la fortuna de no pocas familias. La Junta al conocer este hecho, ya divulgado por la voz popular, ordenó que todas las personas que tuvieran alhajas, dinero o efectos sustraidos a sus legítimos poseedores en aquel vandálico despojo, acudieran en el término de tres días a presentarlos, bajo pena de 200 azotes, sin distinción de persona, ni sexo, entendiendo que era nula la propiedad de todas aquellas alhajas, bienes o cualquiera otros efectos, aunque los hubiesen adquirido en virtud de contrato. El 25 de junio la Junta publicó un interesante Manifiesto, en que hace toda su historia, fuente de que nos hemos valido en gran parte de los capítulos reseñados. Mientras tanto, la Junta de Sevilla, seguía trabajando sin cesar en la formación de un fuerte ejército, a cuyo frente se puso el gobernador del Campo de Gibraltar, don Javier Castaños, que a la sazón tenía establecido su cuartel general en Utrera, y lo trasladó el 23 de junio a Córdoba, donde estuvo hasta el 6 de julio en que continuó su marcha hacia Bailén. A engrosar sus tropas y a facilitar recursos contribuyó en gran manera el siguiente bando publicado por el marqués de Coupigny, general a las órdenes de Castaños:
Los cordobeses, a pesar de su reciente saqueo, contribuyeron con todo lo que estaba al alcance de sus manos a la formación de este ejército, alistándose en él cuantos tomaron parte en la batalla de Alcolea, así como el conde de Valdecañas, y sus voluntarios, que fueron los famosos garrochistas de Bailén. Córdoba puso toda su alma y todos los medios materiales de que disponía en preparar el ejército de Castaños, animoso y dispuesto a vengarla del atentado de que había sido víctima. La Junta se dirigió al Cabildo Catedral,, que tenía jnstificada fama de ser uno de los más ricos de España, el 16 de Julio, pintándole con negros colores la estrechez en que se encontraba el ejército y la urgencia de socorrerlo, y rogándole que en calidad de préstamo y reintegro le ayudara a salir de la situación en que se encontraban, en la seguridad de que tanto la Junta Suprema de Sevilla, corno la de Córdoba, considerarían la solvencia de este préstamo como una de sus más sagradas obligaciones. Leída la carta en Cabildo, el canónigo Santa Cruz,, que al mismo tiempo era vocal de la Junta, habló en defensa de la petición, pero como los actos capitulares son tan breves, sólo podemos consignar que se acordó un préstamo de 121.000 reales y que dicho canónigo dió las gracias más cumplidas. Este dinero por !a fecha en que tan insistentemente se pedía, suponemos que estaba destinando al ejército de Castaños. Conforme se acercaba el momento de la batalla que iba a reñir Castaños con Dupont, la inquietud y el desasosiego eran cada vez mayores, pues de vencer Dupont entrarían de nuevo a saco en la ciudad. La junta conocía todos los hechos de armas preparatorios de la gran batalla, anunciándolos al público por medio de carteles; así llegó a conocer el resultado de las acciones de Reding, en Mengíbar, y los movimientos combinados de este general con Coupigny para juntarse en Andújar. La ansiedad de todos los habitantes, interesados en este duelo a muerte que se libraba entre ambos ejércitos, aumentaba cada vez más, cuando a las tres y media de la madrugada del día 19, llegó una posta con la noticia de la victoria de Bailén. Inmediatamente un repique general de campanas y profusión de bandos y carteles anunciaron al pueblo tan feliz nueva; durante tres días consecutivos no hubo más que desbordamientos de alegría rayana en delirio, iluminaciones públicas, Te Deum y fiestas religiosas en casi todos los templos: el pueblo consideraba como justo castigo del cielo, la derrota de los franceses por los crímenes cometidos, y del júbilo popular se hizo intérprete la Junta, dirigiendo al invicto Castaños la felicitación siguiente:
El Ayuntamiento también le felicitó efusivamente y le encarecía al mismo tiempo, la devolución de todos los objetos, así públicos como particulares, que se le encontrara al ejército francés, procedentes del saqueo de la capital. A la felicitación contestó escribiendo estas líneas, tan breves corno efusivas:
En cuanto a la restitución de los objetos particulares robados por los franceses, comunicó que le era imposible alterar las leyes de la guerra para la devolución de la represa; mas los vasos, ornamentos sagrados y cuanto perteneciese al Culto, los entregaría después de la requisa que los mismos generales y oficiales franceses habían de hacer en su ejército en cumplimiento de uno de los pactos de la Capitulación. Libres los cordobeses de la angustia y la pesadilla que les producía el tener a sus puertas un enemigo dispuesto a perpetrar toda clase de desafueros diapusiéronse a festejar dignamente la llegada del héroe de Bailén. El 29 llegó Castaños, fué recibido por el Ayuntamiento en pleno que le aguardaba a las puertas de las Casas Consistoriales, acompañándole a la Sala Capitular, donde el afortunado general arengó a la Ciudad con entusiastas frases, contestadas por el Corregidor eit forma no menos viril y elocuente, retirándose después con los mismos honores que a su llegada, seguido de todos los Veinticuatros y Jurados hasta las afueras del edificio. El pueblo fraternizó alegremente con el ejército victorioso y toda la ciudad se disputó el honor de obsequiarlo y felicitarlo, distinguiéndose los poetas cordobeses que entonaron himnos al vencedor en estrofas como la siguiente:
Poco después se repartió profusamente por la ciudad, poniéndose de manifiesto la verdadera importancia de la batalla, la narración oficial de la misma, con una estadística completísima de las bajas que hubo, fechada por Castaños en su cuartel general de Andalucía, el 27 de julio. Pasados estos días de legítima expansión popular, el Ayuntamiento designó como representante suyo cerca de la Junta de Sevilla, a don Juan de Dios Gutiérrez Ravé, señalándole 4,000 ducados anuales de sueldo. La Junta de Córdoba, tomó varias medidas. Procuró reunir caudales para atender a sus atenciones y antes que recurrir a la plata de las iglesias, según las ideas de la época, comisionó a don Francisco Fernández Valderrama, Maestrante de Sevilla y Comisario ordenador honorífico, para que en los pueblos de Baena, Espejo, Castro, La Rambla, Montalbán, Santaella, Fernán-Núñez, Montemayor y Montilla, proporcionasen las cantidades necesarias para salir de los apuros monetarios en que se encontraban, dividiendo la provincia en cinco partidos para hacer más fácil el trabajo recaudatorio. Mandó encarcelar a los franceses que tenían su residencia en Córdoba y que se habían hecho sospechosos por su conducta, de cuya orden se quejaron a la Central dos individuos; uno, llamado Pedro Rey, [30] arrendatario y maestro de la posada del Mango Negro, y el otro Luis Borrell, natural de Marsella, consiguiendo después de oída la Junta local, ser puestos en libertad, así como un tal Santiago Bastier, que también alcanzó que se le señalara por cárcel su propio domicilio. Envió a Cádiz, a petición del Gobernador de dicho punto, todos los prisioneros de guerra que se encontraban en la localidad, muchos de los cuales se habían utilizado en las labores agrícolas, recolección de cereales y siega. No consintió las pedreas de los barrios bajos, tradicionales en Córdoba, prohibiendo que estuvieran juntos más de cinco mozalbetes. Tomó enérgicas medidas para evitar los robos y asesinatos en la ciudad. Persiguió la blasfemia y el canto de coplas irreverentes. Ordenó que se respetaran los días festivos, nombrando celadores para impedir los trabajos serviles, bajo pena de prisión, de vergüenza pública y otras aflictivas, según la calidad de las personas y de las faltas cometidas. Castigó la desnudez de las mujeres y el lujo impropio, según su expresión, en aquellos momentos tan críticos para la patria. Dictó bandos para evitar el odio entre las familias y el abandono de los hijos por padres desnaturalizados. Aun en medio de los graves asuntos que tenía sobre sí la Junta, no dejaron de suscitarse cuestiones de competencia y etiqueta entre ella y el Ayuntamiento, así como de jurisdicción entre los alcaldes de barrio nombrados por la misma y los Diputados de guerra, ya con motivo del alojamiento del ejército de Castaños, ya por si se había levantado la Corporación de sus asientos primero que la Junta en una función religiosa celebrada en la Catedral, ya por otras cuestiones baladíes que producían frecuentes rozamientos y entorpecimientos. Por aquellos días se condensaba en el ambiente, como un proyecto salvador, la aspiración de todo el reino a verse reunido en Cortes. La ciudad de Murcia fué de las primeras que exteriorizó la idea e invitó al Ayuntamiento de Córdoba para que la secundase. En la sesión del 11 de Julio, después que el Veinticuatro Basabrú expuso elocuentemente, que "atendiendo a las críticas circunstancias en que se encontraba la Nación, la 'fuerza consistía en la unión sólida y constante de todas sus provincias, se »acordó adherirse a dicha proposición, como ya lo estaban todas las capitales de Andalucía, y que se dieta de ello conocimiento a Valencia, Aragón, Cataluña, Galicia, León y Extremadura, para obtener su concurso." Al tratar del lugar donde habían de celebrarse las futuras Cortes, en todos los asistentes al Cabildo predominó el deseo vehementísimo de que fuera Córdoba la ciudad elegida, teniendo en cuenta su situación geográfica y el hallarse las Castillas y las provincias limítrofes invadidas por el enemigo y las del Norte encontrarse muy alejadas de la mayoría de las ciudades de voto en Cortes. Los deseos de los cordobeses de que su ciudad fuera elegida para que en ella se reuniesen las futuras Cortes, cayeron en el vacío forzosamente ante las vicisitudes de la guerra. Días después el Cabildo en sesión del 1 de agosto, escribió una de sus páginas más memorables, trasladando sus acuerdos a la Junta de Córdoba en los términos siguientes:
CAPÍTULO VI
La Junta de Sevilla dispuso que se hiciera una leva en el Reino de Córdoba de 4.000 hombres, de los cuales correspondieron 607 a la Capital. En el Ayuntamiento empezó el alistamiento, admitiendo voluntarios desde los 16 a los 43 años, durante el tiempo que durara la guerra, y disminuyendo en una pulgada los cinco pies de la talla. Pero se tropezaba con grandes dificultades para cubrir el cupo, pues desde la formación del ejército de Alcolea, gran número de los soldados cordobeses que lo compusieron, continuaban incorporados al batallón de Voluntarios de Sevilla, y además don Miguel Gutiérrez Ravé, apoderado del Marqués de Fernán Núñez, estaba formando un Regimiento de Caballería, a sus expensas, en el que muchos mozos preferían entrar, ya por estar mejor pagados, ya por compromisos anteriormente contraidos. Todos estos entorpecimientos, originaron una serie de oficios y consultas a la Junta, pidiéndole que se admitiese en el referido cupo a los que se habían incorporado a la Real Brigada de Carabineros del 5.° batallón de voluntarios de Sevilla. El Ayuntamiento solicitó con insistencia que los Regimientos venidos a Córdoba, después de Bailén, devolvieran los voluntarios que habían reclutado [31] y al mismo tiempo, se dispuso la admisión de muchos mozos que no tenían la marca fijada, bien porque todavía podían crecer, o porque podrían servir para otros usos en el ejército.[32]. Tres reales diarios y una ración de pan se señaló a los voluntarios mientras se incorporaban al ejército: más como el Ayuntamiento, no sólo no contaba con dinero en sus arcas, sino que tenía una deuda de 400.000 reales, la Junta dió orden [33] de que se sacaran de la Tesorería para pagarles, ya que no podía efectuarlo el Ayuntamiento. No consiguiéndose con estas medidas llenar el cupo, la Junta, en un patriótico bando, ordenó alistar a los casados, a partir del 15 de agosto de 1808, y a los solteros y viudos desde los 16 a los 50 años: no es que faltaran bravos cordobeses dispuestos a luchar con el enemigo, como el hijo de don Antonio Bartolomé Tasara, don Mariano a quien dió el Ayuntamiento certificado de ser Hijodalgo al sentar plaza de voluntario: dos Oficiales de la Escribanía mayor del Ayuntamiento, don Joaquín Junquito y don Acisclo Correa, que abandonaron sus cargos para combatir por la patria, y sobre todo el Capitán don Francisco Oliver, que retirado del mundo en el desierto de Belén, (después de haberse distinguido en la guerra del Rosellón, al mando de una compañía de Miqueletes) sintió latir su corazón indignado contra el invasor y ofreció su espada a la Junta de Córdoba, que lo destinó con el mismo grado al ejército de Cataluña. El Ayuntamiento, sin cejar en sus propósitos, hizo gestiones para que con los 4.000 hombres del Reino de Córdoba se formarán dos nuevos Regimientos con el nombre de 1.° y 2.° de Voluntarios de Córdoba, o de no ser esto posible, uno sólo, pues no siendo causa del retraimiento de muchos el ser agregados indistintamente a diversos cuerpos, se lo había prometido la Junta, conforme lo tenían otras ciudades, como Sevilla, Jaén, Cádiz y Écija. Al fin consiguió Córdoba formar con hijos suyos un Regimiento de 1.000 plazas, que llevó su nombre y colocó el escudo de la Capital en el sombrero, designándose para su mandó a don Francisco Carvajal, cuyos actos heróicos relataremos más adelante. [34] Las relaciones del Ayuntamiento con la Junta, que no eran muy cordiales hiciéronse más tirantes cuando esta nombró a los Marqueses de Lendinez]], y de Benamejí y a Fray Muñoz Capilla, para que lograse de aquella Corporación que en el plazo de tres días entregara el cupo correspondiente a Córdoba, lo cual había dejado de hacer, no por culpa suya, sino por la imposibilidad de reunirlo. La junta que comprendió la injusticia de sus exigencias, dió satisfacciones al Ayuntamiento, que de ningún modo podía ofenderse, puesto que Lendinez era Veinticuatro y Muñoz Capilla, fraile, a quien se les habían concedido facultades extraordinarias, con el solo objeto de visitar los Conventos y casas Nobles, que pudieran servir de refugio a algunos prófugos, malos patriotas. Recibida la orden de que Córdoba enviara representantes a Aranjuez, para la formación de la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, que se constituyó en el mes de Septiembre, fueron nombrados el marqués de la Puebla de los Infantes y don Juan de Dios Gutiérrez Ravé que ya lo era cerca de la Junta de Sevilla, la cual perdió su carácter de Suprema. Prestaron antes de salir para Aranjuez, solemne juramento ante el Cabildo.[35] El marqués puso sus manos sobre la cruz de su espada y los dos “juraron defender la Inmaculada Concepción de María Santísima (según costumbre cordobesa del siglo XVI, al tomar posesión de un destino). Nuestra Santa religión, al rey Fernando VII y a la nación entera, y que en el ejercicio de sus cargos de Diputados promoverían su defensa y la >conciliación de todos los derechos, regalías y goces de la Nación con entera imparcialidad, sin atender otros fines, que a su bien, utilidad y unión mútua y recíproca en todas sus regiones para la defensa de la Patria” El Ayuntamiento les recomendó, al despedirlos, que no olvidaran los Fueros y Privilegios que tenía la Ciudad, a fin de que siempre permanecieran ilesos, en honor del cuerpo y beneficio del público. Los poderes conferidos eran sólo por un año, transcurrido el cual, la Corporación quiso que cesaran. El marqués presentó inmediatamente la dimisión alegando[36] como causa que la Junta de Córdoba y el Ayuntamiento pedían su cese por obligación y por conciencia y porque lo exigía la patria y el pueblo, que los hizo depositarios de su felicidad; pero la Junta Central, denegó la petición de la de Córdoba, y no aceptó la dimisión del marqués, pues tanto éste, como Ravé, habían siempre cumplido a satisfacción de todos, las comisiones y encargos, algunos de gran importancia que se les había confiado, y que por ser ajenos a nuestro trabajo no referimos. Continuaron, pues, ostentando la misma representación mientras existió la Junta Central. En Córdoba se solemnizó la creación de dicha Junta con grandes fiestas; el 7 de octubre, por la tarde, se anunció públicamente, que al día siguiente habría iluminación en toda la ciudad y repique de campanas, y el 9 se verificó una función religiosa en la Catedral en acción de gracias por los beneficios recibidos. El mencionado Ruiz de Mendoza en una carta dirigida a su tío don Sebastián, el mismo día nos la describe de este modo: [37]
El talento extraordinario y la elocuencia del Padre Muñoz Capilla, según vemos en la colección de sus sermones, nos hace suponer fundadamente, después de leída esta carta, el entusiasmo que despertaría en los cordobeses su notable sermón, caldeado por el fuego de un patriotismo capaz de enardecer los ánimos, si por un momento se hubieran entibiado, para continuar la lucha contra el francés. Otras funciones religiosas se celebraron en el mismo día en el Carmen, San Pablo y algunos otros templos, pidiendo al cielo la protección para la Ciudad. La Junta que también quería ejercer su acción en el Cabildo Catedral, pidió a éste la lista de las prebendas vacantes y nombró para ocupar la de Chantre, en Septiembre, a don Juan Antonio Castro]], y a don José Ceballos]] para una Ración entera, motivando tales nombramientos una enérgica protesta del Cabildo, Así como del Arzobispo de Toledo y del Obispo de Badajoz, que se quejaron de esta intromisión del poder civil. En Córdoba, que por su situación geográfica era el paso casi obligado de todo el ejército que se organizaba en Andalucía, cuyos caminos recorrían continuamente carros cargados de municiones y víveres, se respiraba un ambiente de bélico ardor y formaba el tema de todas las conversaciones la marcha de la guerra. Hasta las mujeres de humilde condición sabían lo que era vanguardia, centro, retaguardia y cuerpo de reserva; de todos los labios brotaban cánticos marciales, el entusiasmo inflamaba todos los pechos y cada cual ofrecía generosamente aquello que podía ser útil para la mejor organización del ejército, que iba a defender la independencia de la patria. La presencia de un Regimiento, como sucedió con el de Milicias de Córdoba, que hacía un año estaba de guarnición en Cádiz y llegó el 19 de Octubre, era motivo de ardientes manifestaciones de alborozo. He aquí cómo describe la entrada Ruiz de Mendoza en una de sus cartas.
Con el entusiasmo bélico alternaban los sentimientos católicos tan acendrados en el pueblo cordobés, y frecuentemente elevaba preces al Altísimo por medio de rogativas y fiestas religiosas. Organizóse una procesión el 30 de Agosto para trasladar con extraordinaria pompa la Virgen de la Fuensanta]] a la Ermita en que se venera, y otra el 16 de Octubre para devolver a su Santuario la Virgen de Linares]], conducida por los cordobeses a la ciudad antes de la batalla de Alcolea. Durante el mes de noviembre se cantó en las iglesias el "Pro quacumque" necesítate y se hizo solemnemente el traslado de las reliquias de los Santos Mártires a la iglesia de San Pedro, donde recibían de antiguo fervoroso culto. La Junta cumplimentando el Decreto de la Central, del 13 de noviembre, abrió en Córdoba una suscripción para dotar de vestuario a las tropas, y además, en una proclama dirigida al vecindario, invitó a los señores para que hiciesen trajes a los soldados, a fin de que el enemigo los respetara más que cuando los vió huir vestidos de paisano el día del combate de Alcolea. Dedicáronse dentro de los Conventos y las casas particulares, las mujeres cordobesas a coser sin descanso toda clase de prendas, como lo prueba la infinidad de pantalones, chaquetas, camisas, botones de paño, cananas, y otros efectos de menos importancia, que fueron remitidos a últimos de abril de 1809 a la División de Almadén y al Ejército de la Carolina. El periódico que se publicó más tarde, con el título de Correo Político Militar de Córdoba]], insertó las listas de los donativos de sábanas, vendas, y habla de la suscripción anual que llegó a 41.065 reales vellón, y de haberse reunido de una vez 13.714 reales con 14 maravedises; probablemente debió subir la suma en las nuevas listas que aparecieran en los números sucesivos de dicho periódico. La Junta encomendó al Prior de la [[Real Colegiata de San Hipólito, don Fernando Ximénez Vallejo, el cumplimiento del Decreto que se había recibido sobre la requisa de caballos para el ejército, cuyo número no podemos fijar, por carecer de datos. Al mismo tiempo creó, considerándolo de la mayor urgencia, una Fábrica de armas, bajo la dirección de don Rafael de Castro. Según el estado publicado por el Correo, en el suplemento del 25 de Junio de 1809, se habían fabricado y compuesto hasta ese día 13.308 fusiles completos, 61 carabinas, 479 sables para infantería; 310 carabinas, 1464 pistolas, 80 espadas y 59 sables para caballería: trabajaban diariamente en sus talleres 209 obreros, entre armeros, oficiales, aplomadores, vaciadores, limadores. etc., y los Regimientos pagaban el valor de las armas que se llevaban. El importe de todos los trabajos realizados en esta fecha se elevó a 638.286 reales y 17 maravedises, con un beneficio líquido para la Real Hacienda de 332.074 reales y 74 maravedises. No hay necesidad de encarecer la importancia de esta fábrica, en la que se desplegaba la mayor actividad, pues las cifras anteriores constituyen su mayor elogio. La Junta Suprema abrió un empréstito de dos millones en el Reino de Córdoba y señaló al Cabildo Catedral y eclesiásticos seculares que cobraban diezmos 200.000 reales en el reparto. El Cabildo alegó que no era poseedor de la décima parte de los bienes del reino de Córdoba, y además, que ya había dado un millón de reales; no obstante acordaron que a la mayor brevedad, el Diputado de Cabeza del repartimiento de rentas y el Administrador de Obras Pías, recurrieran a los fondos de Fábrica, a las fundaciones del Chantre Aguayo y de San Acasio, a las Arcas de Santa Inés y a las de Subsidios, Hacienda, y Mesa Capitular, etc., las cuales entregaron todos sus fondos disponibles, reuniéndose la cantidad pedida en el término de cinco días, y siendo entregada en el mismo mes de Octubre, a la Junta Central, pero en calidad de reintegro y con el interés del 4 por 100. Pensaron pagar este préstamo con los caudales que de América remitían las Colonias, pero no pudieron conseguirlo, siendo vanas las gestiones que en tal sentido hizo el Presidente de la Junta de Córdoba, don [[Antonio Gregorio, y a pesar del informe favorable que don Francisco Saavedra dió en [[9 de octubre de 1809 a don Martín Garay [38] Secretario de la Central, por lo que los generosos prestamistas se resignaron a no cobrar. La situación de España, y especialmente de Andalucía, era cada vez más difícil, pues como dice el conde de Toreno «la guerra ardía en toda la península, el mariscal del Imperio, Victor, se encontraba a mediados de diciembre de 1808 con su cuartel general en Aranjuez, conquistando el 19 a Toledo, de donde huyó la Central del Reino, mientras numerosas partidas francesas asolaban las feraces campiñas de la Mancha, extendiéndose hasta Manzanares y amenazando pasar Sierra Morena por segunda vez. No se descuidaba la Central; y con la premura exigida por las circunstancias envió a Andújar el 6 de diciembre al marqués de Campo Sagrado para que en unión del marqués de Palacios, General del ejército de Despeñaperros, promoviese el alistamiento de 6,000 infantes y 300 caballos. Córdoba corría el inminente peligro de una nueva invasión del enemigo y en virtud de las exhortaciones de la Central[39] para que se pusiera en pié de guerra, se congregaron en la ciudad dos diputados de la Junta de Sevilla con encargo de formar la Junta de Defensa de Despeñaperros; enviáronse postas a las provincias de Jaén y Granada que no se habían hecho representar, y con igual objeto a Extremadura y Ciudad Real. Como las primeras noticias de Madrid no eran favorables, y después dejaron de recibirse cartas, quedando a los pocos días interrumpida toda comunicación con la Corte, la Junta creyó su deber publicar un bando el día 6 de Diciembre en que se ordenaba el alistamiento general de mozos y viudos, sin excepción alguna, y se comisionaba al vocal don Juan de Santa Cruz, para que decidiera privativamente las excepciones que sobrevinieran; pero en sucesivos acuerdos de los días 11 y 14 se dispuso que fueran exceptuados de este alistamiento general los Veinticuatros, Regidores, Jurados, Escribanos de Cabildo, Pósitos y dependientes precisos de los Ayuntamientos, los vocales y empleados en la secretaría y oficinas de la Junta de gobierno, superiores e inferiores, los caballeros Maestrantes que tenían la obligación de presentarse al General Marqués de los Palacios, los boticarios, médicos y cirujanos indispensables para las necesidades de los pueblos, los oficinistas de Cabeza de Rentas y otras oficinas de la Santa Iglesia Catedral, por su precisa actuación en aquellas circunstancias, los empleados en el servicio del altar y coro bajo de la misma, los de la Real Colegiata o única parroquia de cada pueblo, los de Caballerizas Reales, como alistados y prontos al servicio, los empleados en las oficinas de Rentas Reales, los dependientes y secretarios del Santo Oficio, los labradores y pegujareros que tuvieran sembradas 60 fanegas de tierra, los hijos únicos de viuda labradora que juntamente con su madre dirigiesen la agricultura, y siendo más de uno, el que la madre designara, los franceses aunque de antiguo quisieran servir y de antiguo radicaran en el reino, y por último, los hijos de padres impedidos y sexagenarios que les diesen el sustento, procurando que no se confundan los buenos hijos con los holgazanes, ni los padres y madres necesitados con los que no lo están La posta llegó el día 15 de diciembre, anunciando que en Dos Barrios había un cuerpo de caballería francesa, que los días 11 y 13 se oyeron disparos de cañón en el camino de Madrid, y que por donde pasaba el invasor se entregaban las tropas al robo y al saqueo. Súpose también que el general en Jefe del de La Carolina, se comunicaba el día 13 con los de la Junta de Despeñaperros; que estaban reconocidos todos los puntos en que debía colocarse la artillería, así de Despeñaperros como de Matizón, y que el 14 quedarían ya situadas en Santa Elena y otros garages las baterías llegadas de Sevilla. Había multitud de tiradores apostados en las alturas; nuestras vanguardias de caballería e infantería ocupaban gran parte de la Mancha; los vigías extendíanse desde la Alcarria a Extremadura y los manchegos mostraban excelente espíritu de combate. La Junta de Córdoba envió los cuerpos de Voluntarios de esta Ciudad, que ya estaban organizados, así como caballos y vestuarios, juntamente con todo el material que pudo reunir y que la Junta de Sevilla le proporcionaba en cantidad considerable. Procuró aumentar las tropas y fondos para mantenerlas, a cuyo efecto fue comisionado entre otros el Coronel don Manuel José Torralba, que reclutó bastantes soldados en Villanueva y en algunos otros pueblos, y el general del Ejército de Almadén don Tomás Zerain, que utilizó los caudales públicos de distintos lugares. CAPÍTULO VII
El conde de Floridablanca que tanto había contribuido a la expulsión y extinción de la Orden de los Jesuitas, y que era la figura en quien todos respetaban la ancianidad y los servicios de la patria, murió en Sevilla en diciembre de 1808, rendido al peso de los años y del trabajo. Toda la nación hizo público el sentimiento por tan dolorosa pérdida, y Córdoba, entre otras poblaciones, le dedicó solemnes funerales en su grandiosa Basílica el 19 de enero. Sobre severo catafalco, rodeado de doce blandones de bronce y cuatro de plata, se hallaba colocado el sombrero y el bastón del insigne defensor de las libertades patrias, y una inscripción que decía:
Nueve días llevaron luto la Junta y el Ayuntamiento, por la muerte de aquel patricio de quien el Correo decía: “Cayó por tierra el árbol frondoso a cuya sombra confiadamente descansábamos. Ha roto el más acertado gobernalle la nave de nuestra España en el momento mismo que la combaten los más fieros y porfiados torbellinos, cuando las encrespadas 'olas intentan sumergirla en el abismo de su esclavitud, y cuando necesita más que nunca de un diestro y experimentado piloto, que la lleve al puerto seguro de su felicidad.” Al comenzar el año nueve, prodújose gran alarma en la población. La villa de Almadén envió un propio pidiendo auxilio con urgencia, pues el enemigo estaba a la vista. Inmediatamente salió de Córdoba el regimiento de España, fuerte de 1.000 hombres que se encontraba en la ciudad; pero afortunadamente eran tropas españolas las que se habían visto, confundiéndolas con las francesas. La Junta se vió obligada para tranquilizar a la población a dictar un bando, y el 8 de enero publicó aquella el primer número del periódico, a que hemos hecho referencias en capítulos anteriores, titulado el Correo Político y Militar de Córdoba, fuente de gran importancia para estudiar este periodo de la historia de Córdoba. Su objeto según declaraba "era enseñar al pueblo las obligaciones para con su Patria y su Rey, no por elección suya sino por obligación de sus conciencia, y animarlo con aquel noble y religioso entusiasmo que siempre le ha distinguido de los demás pueblos de la tierra". Los primeros números contienen en resumen todas las disposiciones de la Junta de Córdoba y atinadas observaciones políticas y militares sobre la situación en que se encontraba España. Publicaban los partes de los ejércitos, las listas de los donativos para el vestuario de la tropa, a fin de que los morosos también contribuyeran; las noticias de la intervención de Austria en la guerra, hábilmente explotada, asi como todo aquello que pudiera aumentar el patriotismo y el entusiasmo por la acción militar. Por el periódico se conocieron en Córdoba las gloriosas epopeyas de Zaragoza y Gerona, lo que decidió la formación de una junta para erigir un monumento a los héroes de esta ciudad en cumplimiento de lo mandado por la Central, pero no llegó a realizarse. Dio a conocer el movimiento de Cádiz, la batalla de Esling etc., y en general todos los acontecimientos que conmovían el mundo. En sus páginas se empleaban a veces la sátira y el ridículo, lo mismo que en numerables y curiosos folletos contra Napoleón y su ejército, de que son muestra los dos pasquines que a continuación insertamos aparecidos, según tendenciosamente decía el Correo, en París y Burdeos. El de París consistía en un árbol cuyas ramas y frutos simbolizaban las provincias de España. Su tronco liso, derecho, alto, parecía dado de jabón y el rey José lo tenía fuertemente abrazado, apretándolo, con sus rodillas, muslos, manos, y uñas, afanándose por subir a la cumbre donde atenía fija la vista; más luego se deslizaba, Su hermano el Emperador estaba al pié del árbol, empinándose y sacando toda su fuerza de manos en levantar a José para que se pudiese asir de una rama; pero en vano, pues volvía a caerle sobre las espaldas. Si alguna vez le daba el empujón, izándolo para arriba, el buen José daba un salto alargando cuanto podía el brazo y lo más que lograba era tocar ligeramente con la ramas el fruto escurriéndose inmediatamente para abajo. Ambos hermanos al fin bañados en sudor y en extremo fatigados, pero mirando tiernamente las ramas y el fruto, parecían rendidos a la imposibilidad de catarlas. El pasquín que apareció en Burdeos, representaba España bajo la figura de una matrona majestuosa. Estaba en la actitud de arrojar un reyezuelo tamañito que se le había metido en la boca, padeciendo crueles nauseas y congojas con los esfuerzos que hacia para echar de si un objeto que le hacía tanto asco. Al fin ya no le quedaba sino un pié que se le había enredado entre los dientes y la figurilla colgaba de la cabeza próxima a estrellarse a los pies de la matrona.” A través de las noticias dadas por el Correo figuran constantemente los nombres de los que componían la Junta, que había echado sobre sus hombros la mayor parte del trabajo, tales como el Corregidor Guaxardo, quien se captó las simpatías de todo el Ayuntamiento y del pueblo por sus acertada medidas, mereciendo que al cumplir el tiempo de su mando pidiese el Ayuntamiento que continuara en él, aunque fué nombrado el Segundo Asistente de Sevilla, don Manuel Becerril; el activo Tassara; el sabio y virtuoso agustino Muñoz Capilla; el Canónigo Santa Cruz, el Prior de San Hipólito, Jiménez Vallejo, y Barroso, el Escribano del Ayuntamiento. No cabe duda que fué un verdadero acierto de la Junta la publicación del periódico; hizo que desapareciera la incertidumbre reinante, tranquilizó la ciudad e impidió que se lanzara el pueblo, ávido de noticias, a la calle, cuando llegaban las postas. Denunciaron a la Junta Central la conducta del Corregidor que cobraba una contribución por consentir y autorizar el juego en casa de una mujer llamada la Juliana; y seguidamente [40] recibió oficio el Presidente de la Junta de Córdoba y el Obispo preguntándoseles qué había de verdad con el asunto; el primero contestó que efectivamente se jugaba en casa de la estanquera, conocida por la Juliana, pero que era completamente falso que el Corregidor hubiera dado permiso, ni cobrara un solo céntimo, limitándose a ser tolerante con los que concurrían a esta casa con el pretexto de jugar al billar, por lo que pagaba la dueña a la Real Hacienda, siendo los días de mayor animación en el garito aquellos en que pasaban tropas. Una vez, cuando la Junta de Córdoba era Suprema, la autoridad sorprendió el juego; más por no haber cantidad de, consideración sobre el tapete, alegaron los puntos que se trataba de un simple entretenimiento; pudo durante algún tiempo impedirse el escándalo; pero volvieron las reuniones y las quejas del público, por lo que una noche se envió al sargento Mayor, Marqués de la Guardia Real, con un ayudante y sorprendieron nuevamente a los jugadores, entre los que había gente de distinta clases sociales, y muy particularmente militares, todos los cuales por no haberse presentado el señor Marqués con tropas, escaparon fácilmente, quedando solo detenidos el banquero, a quien se le recogieron 900 reales, y dos o tres sujetos que fueron multados. El Obispo decía que era muy antiguo el juego de monte, banca, etc., en casa de la Juliana, lugar muy concurrido donde se atravesaban fuertes sumas, sin que a la sazón se hubiese cobrado las multas impuestas a la dueña del garito por la Junta, y que no solo existía esa casa de juego, sino otra de la misma persona, en la calle Alta de la Compañía, otra de don José Muñoz, en la calle de la Ceniza y otra de Montoya, en la Parroquia de San Juan; en cuanto al Corregidor, sabía que no cobraba nada, pero si que consentía el juego, el cual lo tenía en su misma casa desde la once de la noche en adelante, figurando como asiduo concurrente, entre otros, don Mariano Lorenzo y Castillejo, Auditor del ejército de la Mancha. El 26 de enero de 1809 recibió la Junta orden terminante de la Central para que en el término de seis días se alistaran, sin distinción ni excusa, cuantos mozos hubiese útiles para la guerra, con la sola excepción del impedimento físico. Inmediatamente enviáronse comisionados a los pueblos para hacer el alistamiento y una vez reunidos los mozos en Córdoba, se formaron dos depósitos, uno para los nobles, antes exceptuados, y otro para los demás. Todos fueron reconocidos por una comisión presidida por el Prior de San Hipólito; después a los de la capital se les obligó a incorporarse en el plazo de cuatro días, haciendo responsables del cumplimiento de este mandato a sus padres, maestros y tutores, y condenándose con la deportación a América y a los presidios de Africa a los fugados y desertores que fueran detenidos: tan importante operación fue dirigida por el padre Muñoz Capilla. Mientras se verificaba este trabajo prodújose un movimiento de alegría en toda la capital. Una carta de Ruiz de Mendoza, del 3 de marzo, dice: "que fue producida porque corrió la voz de que Napoleón había muerto, habiendo sido enterrado en Bayona. Los mozos que acababan de llegar de los pueblos, inundados de júbilo corrían por todas partes gritando y tirando los sombreros por alto y propagando expresiones entusiastas, poniendo a todos en expectación y movimiento; se decía que los mozos se iban a sus tierras, que se terminaba el alistamiento y que había terminado la guerra". Estos falsos rumores concluyeron con la publicación de un bando haciendo saber que en virtud de orden de la Junta Central se suspendía el alistamiento, y quedaba éste reducido a los 30,000 hombres impuestos a los cuatro reinos de Andalucía. Gran número de militares que salieron dispersos al entrar las tropas francesas en Madrid, atravesaron las gargantas de Sierra Morena, buscando refugio en Córdoba; la Junta por sí sola, pues ni el Cabildo Eclesiástico, ni el Ayuntamiento, pudieron ayudarle, hacía frente a todo, y conforme llegaban aquellos fugitivos, se les armaba y se incorporaban al ejército en formación. Entre los refugiados los había de distintas clases sociales y muy especialmente de la aristocracia, los cuales querían continuar su viaje a Sevilla, lo que prohibió la Central, con fecha 22 de Febrero. Muchos elevaron súplicas para que se alzase dicha prohibición[41] entre ellos el conde de Pinar, la duquesa viuda de Rivas, don Juan Morata, segundo piloto de la Real armada, don José Banullos, oficial del Consejo Real que huyendo a pie, de Madrid, en compañía de su señora, que era muda, extravióse en Sierra Morena, y llegó, al fin, a Córdoba, completamente destrozado, después de sufrir grandes penalidades, don Pascual Quiles y Talón, de la Real armada, y varios monjes de la Trapa, que fueron muy bien acogidos por orden del gobierno. Entre tantos prófugos hubo algunos que infundieron sospechas, por lo que fue detenido en Adamuz un sujeto llamado Santiago Ajenjo[42]que traía cartas para su señora, la marquesa de Ariza, de los criados que dejó en la Corte y con ellos Gacetas y Diarios de Madrid publicados por los franceses, y en Villafranca otro individuo con pasaporte francés y cartas para el conde de Salvatierra; uno y otro fueron encarcelados por propagar noticias que podían entibiar el ardor de que se hallaban poseídos, tanto las tropas como el pueblo. Entre los Capitulares de la Catedral existía gran disgusto, por no respetar la Diputación de guerra, los privilegios que tenían los sacerdotes de no alojar soldados en sus casas, lo que motivó protestas en los Cabildos del 30 de noviembre y 2 de diciembre de l808 y 10 de enero de 1809, en los que acordaron "hacer una resistencia prudente y urbana a los alojados, indicándoles la franquicia de que gozaban. A la vez se dirigieron al Municipio recordándole que con arreglo a la ley 10, título 19, libro G, ley 3, título 9, libro I de la Novísima Recopilación y artículo 3, tratado 6, titulo 14 de las Ordenanzas del ejército, estaban excluidos de admitir alojados en sus casas; pero consultada la Central del Reino, declaró en la real orden del 19 de Enero de 1809 “que no sólo en las circunstancias porque atravesaba el país no estaba nadie exceptuado de alojar tropas, sino que atenían la obligación de dar cuanto necesitase la Nación para ayudar a la justa causa en que se hallaba empeñada que era la defensa del rey, de la religión y de la patria” La Central con fecha 12 de febrero de 1809 dictó reglas para la defensa de los pueblos y de las grandes Ciudades, y en su virtud se formaron en la Capital tres Juntas con los nombres de Fortificación, Vigilancia y Seguridad y Agravios y alistamiento. De la primera se nombró Presidente al de la Junta de Córdoba, y vocales a don Ramón Pineda Arellano, al padre Muñoz Capilla, a don Lorenzo Basabrú, al Teniente Coronel de Ingenieros don Joaquín de la Torre, a édon Manuel Tomé, al Coronel de Artillería y Comandante del Parque de la Ciudad, don Juan Galindo, y como secretario, al Teniente Capitán don Mariano Fuentes. Componían la segunda, el Marqués de Lendínez, como Presidente, y Vocales los Canónigos Trevilla y Santa Cruz, don Antonio de Hoces, don Rafael de Tena, don Rafael Pereira, y como secretario, don Antonio Barroso. De la de Agravios y Alistamientos fué Presidente el marqués de Benamejí y Vocales el Prior de San Hipólito, don Fernando Ximénez Vallejo, don Antonio Tassara y secretario don Mariano Barroso. Empezó sus trabajos la Junta de Defensa, ordenándose en el cabildo del 21 de marzo que se examinaran las murallas y torres de la Ciudad por el Marqués de las Atalayuelas, Alcaide, a la sazón, de los Reales Alcázares. La limpieza de las torres y murallas se hizo por el vecindario, sin excepción de estado, ni de clase, bajo la dirección de los Jurados que se distribuyeron las parroquias en que radicaba su jurisdicción, y presentóse el día en que empezaron los trabajos, para dar ejemplo, la Guardia de honor de la Junta, además de trabajadores dependientes y auxiliares de la Junta de Fortificación, ayudando también las Milicias honradas y personas de todas clases sociales. Las tropas que en masas considerables invadían así las provincias como la Ciudad, hicieron que pronto se presentase el problema de las subsistencias. Los granos y el pan escaseaban; el Intendente general dirigióse al Ayuntamiento preguntando qué cantidad se podía suministrar al ejército, por lo que se formó una estadística de los granos que tenían los vecinos en sus casas. Los números del Correo no cesaban de comunicar noticias de los regimientos armados por Córdoba; el 13 de abril anunció a sus lectores que el «brillante cuerpo de Voluntarios de Córdoba se había portado con la mayor intrepidez y disciplina en la desastrosa retirada de la Mancha que tantos males acarreó a nuestro ejército. Presentada decía- ”la batalla y adelantándose sus cazadores se escopeteaban con denuedo con nuestros enemigos conteniéndolos en sus triunfos, además de reunir bajo su bandera a parte del regimiento de Bailén, al tercero de Córdoba y cubrir a la artillería, ejecutando la retirada por escalones.” El suplemento publicado el 31 de agosto, comunicaba que el día 5, en Aranjuez, defendió bizarramente el puente de la Reina el Regimiento de Voluntarios 2.° de Córdoba y que en la batalla del 11 llevó al extremo su valor por espacio de ocho horas batiendo al enemigo, del que recibía una nube de balas, mientras protegía la retirada del resto del ejército. En otro número se daba cuenta de que el mariscal de campo don Tomás Zerain con 4,000 hombres, entre los que figuraban el escuadrón de cazadores de la Montaña de Córdoba, se batió el día 9 en el campo de Sista, frente a Toledo, con gran heroísmo. Igualmente trataba dicha publicación del general Echavarri que con una partida de guerrilleros no cesaba de hostilizar al enemigo. El Presidente de la Junta cordobesa y los Vocales Lendínez y Trevilla se presentaron el 24 de mayo en la Sala Capitular en ocasión de estar celebrando cabildo el Ayuntamiento, con objeto de solicitar su concurso, para conmemorar el aniversario de la batalla de Alcolea, en donde Córdoba opuso tenaz resistencia a los invasores. Se celebró el aniversario con repiques e iluminaciones y una gran fiesta religiosa en la Catedral con toda solemnidad. La Junta repartió de sus fondos doce dotes, y el Ayuntamiento doce vestidos costeados por sus Capitulares, a otras tantas mujeres que habían quedado viudas y sin amparo a consecuencia de la batalla de Alcolea. El Correo comentó la gloriosa fecha en párrafos tan viriles y elocuentes como el que sigue:
La Central dispuso que se consagrara un recuerdo a las gloriosas víctimas del 2 de Mayo y en la función religiosa celebrada en la Catedral el 27 de Julio, se rindió el debido tributo de dolor a los héroes que en aquella cruenta jornada habían sucumbido tan gloriosamente, También se solemnizó con repiques de campanas en todas las iglesias la declaración de guerra hecha por Austria a Napoleón, y al tenerse noticia de la pérdida de los Estados pontificios y prisión del Padre Santo, se cantó la oración litúrgica Pro-Papa. La Junta Central por Real Decreto del 8 de Junio, ordenó que una comisión que nombraba, estudiase la forma de convocar Cortes, consultando previamente a las corporaciones provinciales, por lo que el individuo de la comisión, don Pedro Polo De Alcocer, se dirigió al Cabildo Catedral, el 28 del mismo mes, preguntando al secular Cabildo su opinión sobre tan importante asunto. La consulta no fue evacuada hasta el 3 de Octubre, después de nueva orden, y firmaban el estudio los canónigos Pisa, Merlo, Millán y Arjona; no se conserva éste documento, pero sí otro firmado [43] por el Obispo Trevilla y los canónigos Ventura y Ugalde, fechado el 8 de Octubre, trabajo avalorado con extenso prólogo y citas numerosas de Gibbon, Robertson, Cicerón, Plutarco, Bentham y en donde creemos ver la erudición de Arjona. En él se consigna que las Cortes debían formarse con los Metropolitanos, Obispos, quince Grandes de España, Ciudades de voto en Cortes; Representantes de los Cabildos Catedrales, de la Nobleza de las Ciudades y un Diputado por cada Ciudad que tuviera 4,000 vecinos y las que no contasen con este número tendrían un defensor con voz y sin voto, que podría ser un Diputado cualquiera. El Rey convocaría las Cortes extraordinarias, siempre que lo juzgara conveniente y las ordinarias se reunirían cada cuatro años, votarían los impuestos y propondrían los Ministros, aunque la Corona podría no aceptarlos. Los Ministros estarían obligados a contestar en las Cortes a las interpelaciones, con excepción de los tratados de Paz y Guerra que deberían examinarse por cinco Diputados, cuando más, quienes expondrían su juicio al Rey, antes de promulgarlos. A semejanza de las dietinas de Polonia, se reunirían las Ante Cortes en la Capital de la provincia, con sus Diputados para tratar de los asuntos que fueran a discutirse en las Cortes. La Junta de Córdoba[44] también evacuó su informe en donde decía,
“Por lo tanto debe fijar por si misma la representación y por medio de una Constitución No hay que tomar el voto a todos los españoles, sino que como las Juntas Provinciales están compuestas de todas las autoridades y de vasallos de todas clases, que representan la Nación, puede establecerse la representación, así como formaron la Central.” “La Junta Central convocaría las Cortes y daría las normas de la representación nacional, fijando el tiempo de su duración, las que habrían de dar una Constitución que hiciera la felicidad de los Españoles” En idéntica forma contestó la Junta de Córdoba[45] a la de Extremadura que requirió su opinión.“ El Ayuntamiento[46] proponía que la elección de Diputados se hiciera libremente (fijando la comisión las normas) siendo dos los representantes por cada ciudad de voto en Cortes. Se reunirían en lugar a cubierto de toda conmoción, el próximo año, o antes si se pudiera. Una Junta de sabios nombrada por la Central y tres prelados serían consultados sobre la forma en que se debía mejorar la Constitución. Los asuntos que deberían tratar eran arbitrar recursos para la guerra, el estado de América, la posesión de los grandes capitales, sin que el fuero debiera detener a la Junta Central para aprovecharlos, evitando de este modo recargar a los pueblos tan oprimidos; el corregir los abusos y vicios en la administración; la economía política y la educación pública para poder producir ciudadanos capaces. Creía el Ayuntamiento que la observancia de las leyes del reino estaba en un buen poder ejecutivo y que un cuerpo nacional interpuesto entre la autoridad real y la licencia del pueblo, había sido en todos tiempos la mejor garantía para observar la ley. Uno de los asuntos que estimaba la Corporación más peligrosos de resolver era el de las Américas, pues se debía dar a todos los habitantes de aquellas regiones el dictado de españoles, y concederles representación en las Cortes. No hay duda, opinaba, que realzando su clase, se lisongea su amor propio y sé les empeña en mantener a costa de los mayores esfuerzos y sacrificios, una jerarquía de que se juzgaran muy distantes, Pero si se atiende por otra parte a lo que la experiencia tiene acreditado, se verá cuan difícil es mantener unas colonias de tanta extensión y a tanta distancia; revestidas una vez que sean del alto carácter de libres ciudadanos, y se mire al poder de la Metrópoli que ante veneraban. El gusto a la libertad, la memoria de su conquista y los tratamientos que como colonia están sufriendo, han de despertar en aquellos naturales, el deseo de la independencia y nuestras mismas Cortes han de ser para sus representantes, escuela en donde aprendan los medios de conseguirlos. El 28 de junio se presentó al Cabildo Catedral una carta del Obispo Trevilla, remitiendo una Real orden de la Central, dictada en Sevilla con fecha 24 del mismo mes, en la que se pedía un 1.000.000 de reales, a cuenta de lo que correspondía de la Real Hacienda por las tercias y novenos reales, comprendidos en los diezmos que administraba el Cabildo. Designáronse varios comisionados, entre los que figuraba el Penitenciario Arjona, que con el diputado de Cabeza de rentas propusieron se entregaran 500,000 reales y más si era posible, a la vez que se expusiese a la Central todo lo que había hecho el Cabildo por la causa pública. La contestación fué la siguiente:
Con motivo de haber hecho presente varios prelados, la conveniencia de que se incautara el gobierno de aquellas alhajas, que no fuesen absolutamente necesarias para el cuto divino, a fin de evitar los sacrilegios de las tropas francesas y su robo, se dictó una real orden disponiendo que se recogieran, entregando un resguardo correspondiente al valor intrínseco de las mismas, en la seguridad de que las Iglesias serían reintegradas de su propiedad. Para cumplir dicha disposición designó el Cabildo al Doctoral Millán y al Canónigo Garrido; pero nada hicieron entonces, y el 12 de enero de 1810 estando ya a las puertas de la ciudad, por segunda vez, los franceses, se repitió la orden de entregar la plata y el oro para hacer moneda, ya que de todos modos los había de recoger el enemigo; amas también se negaron a estas entregas los Capitulares y tan valiosos objetos pasaron, como se esperaba, al rico botín del invasor. CAPÍTULO VIII
Desde la instalación de la Central en Sevilla, la Junta de Córdoba no volvió a tener iniciativas, se redujo a cumplimentar las órdenes de aquella, empleando toda su buena voluntad y patriotismo. Así lo hizo con la nueva quinta que se había dispuesto, llamando a todos los mozos solteros, incluso los ordenados de menores, tonsurados, viudos sin hijos, los que contrajeron matrimonio después del primero de Diciembre del año anterior, y los casados, sin hijos, por si hacían falta, desde los 16 a los 40 años, los cuales se presentaron en las Casas Consistoriales a partir del día 4 de Abril y fueron reconocidos sin pérdida de tiempo. Pero carecemos de datos que nos digan el número de soldados reclutados en esta quinta. Volvieron a reproducirse los recelos y disgustos entre la Junta y el Ayuntamiento, quien lo mismo que otras veces elevó sus quejas a la Central del Reino, diciendo que aquella quería atropellar a todos con sus manejos, que sus comisionados en los pueblos arrastraban a todos los hombres al alistamiento, sanos o enfermos, con perjuicio de la salud y de los caudales que dejaban abandonados, que por haber concedido excepción a algunos ministros del Cordoba, se oían lamentos nada satisfactorios, e indicios de alborotos contra dicha Junta. La Central dispuso entonces que los Ayuntamientos, con sus comisiones, procedieran inmediatamente a los alistamientos y que la Junta resolvería los agravios que se presentasen por los particulares. Al final del año volvieron otra vez, por diferentes motivos, a elevar sus quejas una y otra entidad, a la Central, lamentándose entre otras cosas, la Junta local, de la falta de consideración con que era tratada, y pidiendo declarara qué lugar debía ocupar en las funciones públicas A su vez, algunos cordobeses, bajo el velo del anónimo, produjeron contra ella varías denuncias a la Central por hechos vituperables que se le imputaban. La más grave estaba dirigida contra el Secretario, don Antonio Tassara, diciendo que tuvo ocasión de medrar a costa del Estado, cuando desempeñaba la Administración de rentas Reales, complaciendo al que pretendía una rebaja en su concierto, mediante la entrega de una espléndida gratificación, y que era también la persona con quien se entendían los que pretendían librarse de servir al Rey, pagándole a buen precio este injusto favor, muy fácil de otorgar para él; que en el ejercicio de su cargo hacía y deshacía cuanto se le antojaba, atento sólo a enriquecerse y sin temor a las protestas de los demás señores de la Corporación, tan íntegros, como sencillos y confiados. Trasladamos literalmente por su enérgico y desenfadado lenguaje el resto de dicho documento:
No hemos encontrado documento que nos afirme o niegue esta denuncia, por lo que nos abstenemos de hacer comentarios. No sucede así con otra[47] que en términos muy distintos, y sin fecha, se hizo a la Central, aduciendo más argumentos contra la Junta, por sus favoritismos, distinciones e injusticias en los alistamientos, que si al principio se efectuaron con el mayor rigor y se conseguía que todos se dispusieran gustosos a marchar en defensa de la patria, cuando la Junta se creó una guardia de honor con los privilegiados, vino la relajación en este servicio. 'Aquel pobre infeliz—se consignaba textualmente—que no tenía su padre y larga familia más apoyo que él, iba al ejército, y el otro afeminado que su rico padre no lo necesitaba se quedaba en la guardia de honor. ¿Y esto es justicia? ¿Esto es obrar como debíamos? ¿Esto es tener honor? Señor, la Justicia lo pide, la necesidad lo exige, la tranquilidad pública lo necesita; esta guardia es necesaria para el decoro de la Junta, pero compóngase de casados, de personas que no sean necesarias para el ejército. La defensa de la Patria es el principal objeto y en él debe emplearse todo el que esté útil, y ninguno de estos guardias sin honor está exento por ningún motivo.
La Junta, cuyas desavenencias con el Ayuntamiento y con la Central, eran cada vez mayores, se dirigió a ésta, en 4 de septiembre, exponiéndole la desconsideración con que era tratada por todos, no obstante los sacrificios poco usuales que había hecho por la causa común, en defensa de la Patria, en el ejercicio de las sagradas obligaciones que le impuso el pueblo y aceptó gustosa. Trasladáronse a Sevilla sus Vocales D. Fernando Ximénez Vallejo y D. Juan Trevilla, y allí con gran energía reprodujeron en 16 de septiembre sus quejas ante la Superioridad, haciéndolas recaer principalmente sobre la resolución dictada en 1 de Marzo, quitando a la Junta de Córdoba la intervención en el alistamiento de 40.000 hombres y 8.000 caballos, para reforzar el ejército del Centro, crear el de Reserva, en contra de lo dispuesto en el Reglamento de las Juntas Supremas del 1.° de enero de 1809. La síntesis de sus quejas la formularon en las siguientes peticiones:
La Central, considerando dignas de ser atendidas tan justas reclamaciones, delegó en uno de los representantes en Córdoba, el Marqués de la Puebla de los Infantes, para que oyera y resolviera las peticiones de sus paisanos. Su mediación en este asunto, dió por resultado la conformidad a los dos primeros extremos, solicitando su intervención en los alistamientos y el pago de sueldos a la Secretaría de la Junta: se ordenó a los Diputados de La Carolina que regresaran a sus casas; en cuanto al pago de los 2.000.000 anticipados, se pasarla orden al Ministro de Hacienda, para que satisfaciera esa deuda; respecto al ceremonial, debía sujetarse al mismo de la Junta de Sevilla. De este modo, a gusto de ambas partes, se terminaron las cuestiones etiqueteras y de jurisdicción, en las que la Junta de Córdoba cifraba como un puntillo de honor. La Junta Central venía siendo combatida por muchos ambiciosos que le atribuían desaciertos y responsabilidades en algunos de los reveses de nuestras armas, por lo cual Palafox, individuo de la misma renunciando, sin duda, por imposibles, a los proyectos de mando que acariciaba, propuso en un escrito leído en la sesión del 21 de agosto, que como remedio a los males existentes, se concentrase el poder en una sola persona, en un Regente que debía ser el Cardenal Borbón, Arzobispo de Toledo. Semejante propuesta encontró vivísima oposición, siendo causa de disturbios y conspiraciones, tramadas por los descontentos, que hasta se propusieron disolver por la fuerza la Junta y deportar a Filipinas algunos de sus miembros. Formó entonces, para robustecerse, la Comisión ejecutiva, destinada a despachar los asuntos de gobierno, a preparar la apertura de las Cortes para el 1.° de Mayo; más no satisfechos Palafox y Romana, con esta reforma, como lo demuestran los escritos violentos y agresivos que dirigieron a la Central, y viéndose ésta cada vez más rodeada de intrigas y animosidades, juzgó prudente conocer la opinión de los representantes de las Juntas de provincias para resolver si era o nó oportuna la creación de la Regencia. En su virtud, fueron oídos los dos Vocales de Córdoba residentes en Sevilla; Rayé manifestó su pensamiento en esta forma: [49] “En las críticas circunstancias en que nos hallamos, que absorben toda nuestra atención, la defensa de Andalucía, próxima a ser invadida, exige que, por 'ahora, no se trate de un punto que ha de dividir los ánimos en un tiempo en que más que nunca es necesaria la mayor y más cordial unión, por tanto soy de parecer que mientras no cesen estas circunstancias y se alejen los peligros, no se trate de arreglar una nueva forma de gobierno." El Marqués de la Puebla, en cambio, creía conveniente la creación del Consejo de Regencia, pero entendiendo que se carecía de facultades para ello, pues los representantes de las Juntas no tenían poder para la creación de cualquier forma de Gobierno, y que habiéndose formado la Junta Central acatada por todas las autoridades, no debía sin oir a las Juntas y ciudades de voto en Cortes, variarse el sistema de gobierno. La Junta de Córdoba, que también fué consultada, formuló el siguiente dictamen: [50].
Aparte de este problema de interés general, ocuparon la atención de la Junta asuntos de su particular incumbencia, tales como el conflicto promovido por los ganaderos de la provincia. Sabido es que en Andalucía cuando se acerca la estación veraniega, hay que trasladar el ganado a otra comarca más al Norte en busca de los pastos que necesitan. Mas como se había prohibido que estos ganados trashumantes pasaran a territorios ocupados por los franceses, en evitación de que se apoderaran de ellos, los labradores, a quienes se les limitaba el campo para alimentarlos, quejáronse de semejante medida que les hacía sufrir grandes perjuicios en sus propiedades; además solicitaron que no se les exigiera sino el medio diezmo de la lana que hubiesen cortado en el Obispado. En esta demanda tuvo que tomar parte el Cabildo Eclesiástico, elevando un recurso a la Central para que les obligara a pagar el diezmo completo, pues gran número de pueblos donde tenían su casa mayor los ganaderos, estaban en poder del enemigo y por lo tanto libres para contribuir aquí con dicho tributo. La resolución que recayó fué favorable al Cabildo. En este tiempo sufrió la Junta local sensibles pérdidas. El 20 de agosto de 1809, murió el canónigo D. Juan de Santa Cruz, al que se le hicieron solemnes funerales, con asistencia de todas las Corporaciones, y hacia el mes de noviembre rindió la jornada de la vida el Marqués de Benamejí con estos ilustres patricios desaparecieron dos campeones de los que habían trabajado con mayor empeño en favor de su ciudad natal. Creía el pueblo que el paso de Despeñaperros estaba en perfectas condiciones para resistir, pues recordaba los trabajos de fortificación y defensa en los pasos y gargantas de la Sierra, realizados por la Junta, y no cesaba de corroborar esta opinión general el periódico de la localidad, que publicaba casi diariamente los partes del ejército de La Carolina. En enero daba cuenta de que el paso de Despeñaperros se hallaba en el día defendido con todos los recursos que el arte militar podía arbitrar para la más vigorosa resistencia; y el 29 de Marzo, que los Diputados de la Junta de Defensa, habían recibido noticias de que Despeñaperros y la Sierra toda estaba muy defendida con varias divisiones o líneas, una de ellas en la Venta de Cárdenas, otra en la Corredera y la última en Santa Elena; todas con triple artillería, por lo que no debía abrigarse recelo alguno. La Junta publicó también en el mismo periódico, la opinión del General en Jefe del Ejército de la Mancha, D. Francisco Eguía, sobre las fortificaciones de Despeñaperros, que consideraba este general inexpugnables, por mal que se defendieran, además de que el valor, número y buena disposición de las tropas era más que suficiente para preservar a Córdoba de una nueva invasión. No intentamos referir los trabajos que acometió la Junta Central para poner a cubierto a Andalucía de la nueva invasión, después que la brillante y erudita pluma de Gómez Arteche los ha estudiado con el mismo detenimiento que los demás sucesos relativos a la guerra de la Independencia; pero sí debemos rectificar el error en que incurren todos los historiadores, desde Toreno hasta el citado General, suponiendo que la Junta de Córdoba sólo pensó en la defensa de la Sierra, cuando vió al enemigo a las puertas de la ciudad. La Junta de Defensa de Despeñaperros, desde su constitución, prestó innumerables socorros al olvidado ejército[51] de La Carolina, que en vano clamaba a la Central, pidiéndole dinero, fusiles, vestuario, etc , pues de todo carecía y no contaba más que con lo que Córdoba podía suministrar. En febrero de 1809 se encargó de la defensa del Camino de la Plata[52] el mariscal de campo, D. Tomás Zerain, quien entre otras tropas tenía a su mando dos escuadrones de caballería de Montaña de Córdoba, creados por su Junta con tal objeto; respecto a otro escuadrón, también formado por ella, pero cuyo cuadro de oficiales no aceptó la Central, se infiere no llegó a organizarse en vista de las dificultades surgidas. Por último, el 20 de diciembre presentó esta Junta a la Central un enérgico manifiesto[53] en que censuraba duramente el abandono de que habían sido objeto todos los planes de defensa de la Sierra. He aquí parte del texto de tan notable documento:
En conclusión, la Junta de Córdoba deja manifestada su santa intención, está pronta a todo, dispuesta, ansiosa y deseosa de ocuparse como antes e incesantemente en cuanto conduzca a mejorar nuestra situación. Un testigo de la autoridad de Alcalá Galiano, que con su mujer y su madre, huyendo de los franceses se encontraba en Córdoba, dice respecto a las fortificaciones de la Sierra: “Bien es cierto que en las gargantas de Sierra Morena se habían situado algunos miles de soldados españoles, con el competente número de artillería, y que era opinión general ser intransitable aquel paso, si le defendían siquiera medianas fuerzas, suponiéndose que entre ellas no hubiese traidores. Pero aún así no agradaba ver a los franceses cerca, habiendo en el ánimo de muchos la contradicción de creer la barrera de Sierra Morena insuperable, y de no sentirse con todo muy tranquilos, con estar a su inmediación, aunque a su espalda. De estos era mi madre, a quien su claro talento y su tal cual instrucción no alcanzaban a tenerlo claramente libre de las preocupaciones dominantes”. Hubiera podido hacer la Junta algo más de lo que hizo; pero mucho más debió hacer la Central y no hizo nada. Cuando el primer cuerpo del ejército francés se puso en marcha hacia Córdoba, por Almadén, Camino de la Plata y Mano de Hierro, las tropas del ejército de La Carolina, se replegaron para cubrir a la ciudad, la Junta con anuencia de tres Vocales Alcalá G A). Memoria'. To. I, pág. 225. - 439 - de la Central, que al fin llegaron a Córdoba después de larga espera, ordenó a don Tomás Zerain, que al mando de su división que era, según Gómez Arteche, de 1.500 hombres, fortificara el Castillo de la Mano de Hierro con la Artillería que existía en un pequeño parque de reserva creado en Bujalance; el teniente coronel de Artillería, don José María Segovia, se encargó de la defensa de los pasos de la Sierra, por donde iban a irrumpir las divisiones francesas; se envió gran número de trabajadores con picos y palas para las obras de fortificación, a la vez que los escuadrones de tiradores de la Montaña, y parece que también los cazadores de profesión, diestros como ningunos en la puntería, se aprestaron a defender el castillo de Monzón. Pero estas medidas resultaron completamente inútiles y tras una defensa muy débil se dispersaron las tropas mientras la división francesa, al mando del Mariscal Victor, a marchas forzadas caminaba a conquistar a Córdoba. El alemán Schepeler, trata duramente a la Junta, por estos preparativos de última hora que le hacen prorrumpir en esta exclamación final: «¡Quién no había de reírse!' Pero este juicio es erróneo y gratuito. La Junta de Córdoba trató de fortificar los pasos de la Sierra, mucho antes del año diez, como hemos visto anteriormente y como se desprende del siguiente párrafo de la obra de Gómez de Villafranca ya citada:
CAPITULO IX
«que estando celebrándose las elecciones se supo en Córdoba lo cercanas que estaban las tropas de Andalucía, y que él mismo, estando presidiendo la Junta de su Parroquia, recibió la noticia de la aproximación de los franceses, la cual como un fuerte e imprevisto trueno consternó a todos los concurrentes, que atónitos y espantados huyeron a sus casas y dejaron sin concluir las elecciones empezadas.»
De haber nombrado Córdoba sus Diputados para las Cortes de Cádiz, hubieran concurrido a ellas pues tuvieron tiempo de salir de la ciudad, desde el día 21 al 23, que la invadió el enemigo. Su representación la tuvo el diputado suplente don José de Cea (1),[54] cordobés de nacimiento, que se encontraba en aquellos momentos en Cádiz, quizás refugiado, como muchos otros cordobeses, que huyeron cuando los invasores se acercaron a Andalucía, y al cual vemos defender con gran cariño, siempre que se le presentó ocasión oportuna, los intereses que se le confiaron. El Ayuntamiento de Córdoba, que cuenta en su historia rasgos de energía y civismo, puso a salvo la responsabilidad que le pudiera caber algún día por su trato con los invasores, durante su dominación, aceptando la propuesta del veinticuatro, don Rafael de Tena, que en la Sesión del 22, se expresó en los siguientes términos:«Como consta al Ayuntamiento y es notorio, llegó y se publicó en este pueblo la triste cuanto sensible noticia de haber venido y pasado el ejército de los franceses el importante punto de Despeñaperros y Puerto del Rey, con cuyo motivo se han dispersado las tropas españolas que lo custodiaban y vienen caminando con precipitación los franceses y sus aliados hacia esta Capital, que se mira sin defensa alguna por no tenerla en sus murallas, ni por su situación, y principalmente por haberse fugado precipitadamente de esta población el Excelentísimo señor Mariscal de Campo don Antonio Gregorio, Presidente, y los demás señores que componían su Junta Superior de Gobierno, los Señores Intendente, Administrador principal, Contador principal y todas las tropas que había en la población, llevándose los fondos de dicha Junta y de las Arcas Reales, por lo que conceptúa muy próxima a ser dominada por los franceses y sufrir los estragos que ya han experimentado con el mayor dolor otros pueblos; y que mediante a ser consiguiente que exijan de este Ayuntamiento no solo los crecidos y exorbitantes pedidos que acostumbran, sino también (lo que es más sensible) los actos de sumisión y juramentos de fidelidad a el intruso—Rey José Napoleón, a que no podrá excusarse este Ayuntamiento, por los insinuados motivos de carecer de caudales públicos y medios de defensa y fuerza armada, y por evitar muertes, saqueos, robos y otros muchos insultos, le parece a su señoría conveniente, que antes de asentir a acto alguno de los que quedan indicados, se proteste en forma, cualquiera que se ejecutaron, contrarios a la soberanía de nuestro legítimo Rey el señor don Fernando VII, a quien Dios conserve muchos años.»
«La Ciudad dió las debidas gracias al Sr. D. Rafael de Tena por su »acertada propuesta y condescendiendo unánimemente a ello, los señores capitulares concurrentes a este acto, juntamente con el infrascrito escribano mayor del Cabildo y los Oficiales mayores de dicha escribanía, don Manuel Ramírez, don Mariano de Aguilar, que también se hallan presentes en él, protestaron, una, dos y tres veces, y los demás por derecho necesario que todo lo que hagan, otorguen y juren en contra de la soberanía de nuestro legítimo Rey y amado Monarca, el Sr. D. Fernando VII, a quien el engaño, dolo y fuerza del Emperador de los franceses, Napoleón, ha hecho prisionero en Francia, es y será siempre contra la liberada voluntad de este Ayuntamiento, que desde luego y con las mayores veras de su corazón, reconoce por tal único y legítimo Rey y Señor al nominado Señor Don Fernando VII, a quien desea en cuanto pueda y le sea posible restituir a su Trono; y solo ejecutará si se viere en precisión de hacerlo algunos actos contrarios a la dicha Soberanía, por evitar las funestas consecuencias que quedan indicadas y que por su falta de condescendencia pudieran sobrevenirle a toda esta capital y aun a los pueblos de esta provincia. En cuya atención no deben parar dichos actos a el referido Ayuntamiento perjuicio alguno, y si estimarse como igualmente cuanto se actúe y practique y acuerde desde el triste día de la entrada, hasta el feliz y dichoso de la salida de las referidas tropas francesas de esta ciudad, por nulos y de ningún valor ni efecto, como sino se hubieran ejecutado, con respecto a que por los motivos expuestos se halla absolutamente en libertad para dejarlos hacer. Cuya protesta hacen y formalizan dichos señores concurrentes con nosotros los referidos Escribano Mayor del Cabildo, y Oficiales mayores de dicha Escribanía, por si mismos, y a voz y en nombre de los demás señores que al presente son y en lo sucesivo sean de esta Ciudad y de todos los vecinos de ella a quienes representan y por quienes prestan voz y capción de rato, grato, manente pacto, juditio sisti, judicatura solvi en bastante forma de derecho y acordaron que esta acta se extienda en pliego separado para agregarla al libro Capitular corriente cuando la Divina providencia, se digne mejorar la suerte de este pueblo, como lo espera de su infinita misericordia y de la poderosa protección de María Santísima y de los gloriosos Santos sus Custodios Tutelares y Patronos, este Ayuntamiento que clama al Señor Omnipotente se digne usar de ella con este desgraciado pueblo. En cuya forma se celebró el Cabildo de que doy fe. — Manuel Becerril.- José Muñoz de Velasco.-Antonio Mariano Barroso, escribano público perpetuo y mayor del Cabildo.
La división francesa que mandaba el Mariscal Victor se presentó delante de las puertas de Córdoba el día 23 de Enero de 1810. Aunque no hemos encontrado capitulaciones, ni pactos con la Capital, creemos que estos existirían y quizás fueran semejantes a los de Sevilla y otras poblaciones, pues el Ayuntamiento concedió a don Luis Verdiguier, de familia francesa por su ascendiente, el imaginero del mismo apellido, que hacía largos años estaba avecindado en Córdoba, 500 reales, y al clarinero Manuel de la Rosa, 100, por haber salido a parlamentar con el ejército. Fué elegido para este difícil cargo por su naturaleza y conocimiento del idioma, y seguramente con su intervención evitó días luctuosos a su segunda patria. Corrobora este juicio el siguiente bando que dió el Corregidor el mismo día de la entrada del Mariscal, o momentos antes.«Manda el Señor Corregidor de esta Ciudad que ningún vecino de ella de cualesquiera clase y condición que sea abandone sus respectivas casas avitación, cuyas puertas tengan todas abiertas y prontas a recibir los Caballeros y Oficiales Franceses que se les alojen y que se haga notorio para su satisfacción que por los señores Xefes de Exercito Francés, se ha asegurado a este Muy Noble Ayuntamiento que no se harán daños ni saqueos en sus casas ni a su familias y por lo tanto podrán todos vivir con sociego y tranquilidad, continuando en sus destinos y exercicios sin insultar, incomodar ni hacer perjuicio a individuo alguno del referido exercito, baxo las penas más severas que se les impondran irremisiblimente segun la gravedad de su delito: lo que se manifiesta al público para que nadie pueda protestar ignorancia: esperando el mismo señor Corregidor y Ayuntamiento, que el vecindario en buena correspondencia no dará motivo a queja alguna conforme esta prevenido en el anterior bando».
Una de las primeras medidas tomadas por el gobierno del Rey Jose fué nombrar al general Dessolles, gobernador Militar de los Reinos de Córdoba Jaen, (1) el cual, desde el primer momento, empezó con la División de su mando a perseguir a los guerrilleros, para impedir que cortarán al grueso del ejército las comunicaciones con Madrid. En el mismo día fué nombrado el conde de Montarco, Comisario Regio del reino de Córdoba, con las facultades anejas a la persona Real a quien representaba, y con amplios poderes para mudar, nombrar o destituir a toda clase de autoridades y empleados: muy poco tiempo desempeñó su cargo, pues apenas conquistada Sevilla fué nombrado Comisario de toda Andalucía y Extremadura, pasando a la Comisaría de Córdoba don Francisco de Angulo, afrancesado y Diputado en las Cortes de Bayona. Ante el Cabildo Catedral, reunido en pleno, el día 23, dio cuenta el Deán de que el Comisario Regio de Andalucía, le había visitado aquella mañana, de orden de S. M. para manifestarle las intenciones favorables del Rey con respecto a la Ciudad y su Iglesia; que no podía retardarse por más tiempo la debida sumisión y obediencia a su Real persona, y que su soberana voluntad era que por el Cabildo se le prestase desde luego el juramento debido con arreglo a la Constitución y a las leyes del Reino, considerando que el modo más sencillo y satisfactorio sería, que en la primera visita que S. M. se dignase recibir del Cabildo, la expresada Dignidad entregara en sus reales manos el acta de sumisión y fidelidad del Cabildo. Así lo acordaron por unanimidad de votos, disponiéndose que la resolución tomada tuviera para todos los concurrentes la misma fuerza que si fuese un juramento individual, hecho por cada uno de ellos, con arreglo a la Constitución y las leyes, en señal de homenaje y fidelidad al Rey: que se sacase una copia para ponerla en manos de S. M. y se le dieran las gracias por sus soberanas bondades, pasando el ejecutando Capitular a las casa de los canónigos que no habían asistido para que se adhiriesen a lo acordado (1). El día 26 hizo su entrada en Córdoba el Rey José, según él mismo refiere (2). He aquí como la describe Ramírez de las Casa Deza, si bien equivocando el día y la hora.«Entró el Rey intruso con el Mariscal Forell, siendo recibido con obsequiosas demostraciones: salieron a felicitarle el Ayuntamiento, una Diputación del clero, y una porción de niñas escogidas por su belleza de las familias principales, le ofrecieron coronas de flores, todo lo cual se hizo por temor y por conciliarse la benevolencia del usurpador y de ningun modo por afecto. Se hospedó en el palacio Episcopal, donde residió la Corte, acompañado de sus ministros, entre ellos el insigne poeta Meléndez Valdés. El chantre don Juan de Castro, desde un balcón de Palacio, dirigió la palabra al pueblo, que se hallaba en la calle, elogiando las virtudes del nuevo Rey y exortando a la obediencia, esperando de este modo que tendría un reinado feliz y próspero para la nación.
Ocupaba el cargo de Penitenciario, como ya sabemos, el poeta Arjona, cuya vida y cuyas obras literarias quizás perdidas, están por estudiar: Ramírez de las Casas Deza ha sido el único escritor que ha dado algunas notas de su vida, siguiendo el Manifiesto que dió para explicar su conducta política. En su biografía (1) dice: (En la comitiva del nuevo Rey venían muchos sujetos que habían conocido a Arjona en Madrid y que apreciaron como era justo sus conocimientos literarios. Estos sujetos creyeron que la adquisición de una persona como el Penitenciario Arjona era muy ventajosa para su partido, y asi procuraron hacerse de ella; y Arjona formó desde luego el designio de aprovecharse del concepto y aprecio que de el se hacía, en beneficio de sus conciudadanos. Constantemente, dice el mismo, se acordaba de aquella máxima DOBUS AU VIRTUS QUIS IN HOSTE REQUIRAT, y siembre procuró no apartarse de ella. Mas las fatigas y agitaciones que esta pugna le producía, le causaron una enfermedad, que duró cinco meses. Llegó la noticia al rey José de que Arjona había compuesto una oda celebrando a los vencedores de Bailen (2) y el ministro de Policia le exigió otra, para indemnización de aquella, en obsequio del intruso. No se hallaba en disposición de ejecutar este trabajo, a causa de su debilidad, consecuencia de la enfermedad pasada y así le ocurrió el pensamiento de refundir como fuese posible otra oda que había compuesto con motivo de la venida de Carlos III a Andalucía en 1796 y aún este ligero trabajo tuvo que encargarlo al célebre Abate Marchena, a quien cabalmente tenía alojado en su casa. De este modo salió Arjona de su compromiso; más habiendo visto la oda don Juan Meléndez Valdés, ministro del intruso, notó bien que su autor se había esmerado poco en aquella composición, de la cual se tiraron tan pocos ejemplares que será rarísimo el que haya quedado, si es que existe alguno. De esta poesía tan difusa como altisonante copiamos la siguiente estrofa:
»S. M. acompañado de sus ministros, Consejo de Estado, Generales, Oficiales de su Guardia y de las demas personas de su real servidumbre y comitiva ha pasado a medio dia entre las aclamaciones de un inmenso gentío a la Catedral, donde le esperaba a la entrada el Cabildo de ella; y recibiendo a S. M. baxo palio le acompaño hasta el presbiterio. La iglesia
»estaba magníficamente adornada con toda la plata que sirve para el culto, y su espacioso ámbito estaba ocupada por la Guardia y por un concurso numeroso del pueblo. S. M. asistió con la mayor devoción a la misa que se celebró; concluida esta se cantó un Te Deum en acción de gracias por haberse establecido en esta ciudad el buen orden y la justicia, sin violencia y con general aclamación de estos ciudadanos. Un ilustre escritor y coronel, M. Bory de Saint Vincent, testigo de esta fiesta, nos la describe (1) en los términos siguientes: «Nous ne sanrions oublier l'impression que produisit ce monument sur la suite de Joseph, quand les troupes qui accomprgnaient ce prince en Andalousie, y entrerent pour la premiére fois. Joseph étant arrive á Cordone, le chapitre, dans le plus brillant costume, vint chercher, au palaís episcopal qu'il occupait ce monarque qu: avait témoigné l'intention d'assister a la célébration de l'office divin. Le peuple se pressait en foule antour du cortege; lorsqu'on parvint á l'entrée de la cour, l'aspect de ses murs antiques et dune constructión orientale, de ses palmiers africains ombrageant la verdure des orangers quí me;aient le parfum de leurs fleurs á celui de la fumée échappée des encensoirs, et dans les branches desquels voltigeaient mille rubans ou des drapeaux de toutes les couleurs; les chants religieux, les aclatnations de la multitude, le bruit des cloches et du tambour auquel se m•'la bientót celui de l'artillerie, la beanté du jour; en un mot, les choses inanimées et les choses vivantes formaient nn ensemble musité comme pour imprimer á cette matinée caractére de solennité particuliere, qui semblait mettre en rapport, sous les auspices de la divinité mime, les habitans de Cordoue et leur nouveau roi. Mais les événemens n'ont point permis cette alliance. Antillon, auteur espagnol dont nous avons en plusieurs fois occasion de citer les observations judicieuses, dit que les habitans de la ville manquent de politesse, de monde et d'education, et que la noblesse n'y vaut guére mieux que le peuple. Cordoue peut avoir quarante orille ames; son principal commerce consiste clans l'orférvrerie; ses haras lnéritent leur réputation ce sont eux qui fourmissent la plus grande partie des remontes de la cavalerie espagnole.
—«Nos (2) Córdoba, Justicia y Regimiento de ella, a saber: el Corregidor Don Manuel Becerril Valero y los Veinticuatros Don Josef Muñoz de Velasco, Teniente Coronel retirado, y Caballero del hábito de Calatrava, Don Rodrigo Fernández de Mesa y Argote, Caballero de la distinguida orden española de Carlos III, Maestrante de la Real de Ronda y Comisario ordenador honorario, Don Rafael de Tena y Castril, Caballero de la citada orden de Carlos III, Don Lorenzo de Bazabru, Teniente Coronel retirado, Caballero del hábito de Calatrava, Don Josef Septiem de Iturralde, Caballero de la Real y distinguida orden española de Carlos II, Comisario ordenador honorario, Don Diego de Montesinos y Velasco, Señor de la Villa de Villaralta, Fiscal propietario de la real jurisdicción de esta ciudad, Maestrante de la real de Ronda y Comisario ordenador honorario y los Jurados Don Manuel de la Torre, Don Rafael de Entrenas, Don Josef de Austria, Don Josef Martínez Castejón, Don Francisco Ruiz Blanco de Cea, Don Miguel de Morales, Don Manuel Mariano de Martos, Don Francisco de Paula Barbero, Don Manuel Díaz, Don Andrés Portielmelo, Don Bartolomé Vélez, Don Antonio Guerra, Don Antonio Ximenez y los Diputados del Común Don Martín Ruiz, Don Francisco de la Portera, estando juntos y reunidos en la Sala Capitular, juramos fidelidad y obediencia al Rey, a la Constitución y a las Leyes.»
El día 28 recibió el Rey en audiencia a los empleados de las oficinas de Rentas reales, y a la Aristocracia cordobesa, en las personas de las Marquesas Viudas de Santa Marta y de Cañete de Pinar, Condesa de Cañete de Pinar, Doña Josefa Magenís de Basabru, Condesa de la Torre, Viuda de Guzmán y los Condes de Hornachuelos con sus hijas Doña María de los Dolores y Doña María del Carmen Hoces. Desde el primer momento de la entrada de los franceses en nuestra Ciudad, vemos que se dibujen dos tendencias políticas distintas, una de halagos y honores para con los Grandes y personas de distinción en la Capital, para convencerles por el interés y la vanidad, y otra de alarde de fuerza y poder invencible para con los pobres y humildes, intentando deslumbrarlos con las pompas de la Corte y del ejército, sin olvidar además atraerse a los escasos elementos intelectuales y comerciales que en el pasado siglo existían. Por un Real Decreto se había cambiado la orden de Carlos III por otra llamada Real de España, sustituyendo la cinta azul y blanca del pasador por una encarnada, y se nombraron caballeros de dicha orden al Marqués de Guardia Real, a don José Muñoz de Velasco, a don Lorenzo Basabrú, Tenientes Coroneles retirados de Caballería; a don Rafael de Tena, don Rodrigo de Mesa y don Josef Setiem, Veinticuatros del Ayuntamiento; a don Diego Gordos, Doctoral de la Catedral, a don Manuel Arjona, penitenciario, y don Francisco Armenta, don Josef Roncali y don Francisco Muñoz de Colmena, Prebendados de dicha Santa Iglesia: poco después fué también agraciado con dicha condecoración el Deán don Felipe Ventura González. El ánimo del Rey estaba lleno de satisfacción ante aquel extraordinario recibimiento de que había sido objeto, y su clara inteligencia, que siempre había considerado la empresa de la conquista de España, como una loca aventura del Emperador, se vió aquel día eclipsada sin duda por los resplandores de que le rodearon y le hizo cambiar de opinión, aunque por poco tiempo, como puede verse en la alocución siguiente:Españoles: Ha llegado el momento en que deveis oir la verdad. Os la debo: Me lisonjeo de que será con utilidad. Saben los hombres que piensan que la imperiosa ley de los acontecimientos dispuso ha mas de un siglo que España fuese amiga y aliada de la Francia. Una revolución extraordinaria precipitó del trono la Casa que reinaba en aquella nación. La rama de ella, reinante en España, debió de sostenerla y no dexar las armas hasta no restablecerla en aquel trono o prepararse a descender un día del de esta nación. Partido tan decidido no podía ser obra sino del heroismo, más prefirió esperar a que el tiempo hiciese lo que no se atrevió a emprender con las armas en la mano. Cuando el Gabinete de Madrid vió a la Francia empeñada en una guerra en países muy distantes creyó que había llegado el tiempo de correr el velo y de armarse contra ella. La victoria de Jena destruyó sus
»proyectos. Ensayó en vano volver al sistema del artificio, y presentarse de »nuevo con el mismo espíritu que los negociadores de la paz de Bailén. »El vencedor de Europa no se dejó alucinar. Los Príncipes de la Casa de »España no atreviéndose a combatir, renunciaron a la corona contentándose con pactar sobre sus intereses particulares. Los Grandes de España, »los Generales, los principales personajes de la nación, conocieron estas »verdades. Yo mismo recibí los juramentos que me prestaron libremente »en Madrid. El acaecimiento de Bailén desconcertó todas las cabezas: el »miedo dominó a los pusilánimes. Solo los más ilustrados y que obraban »por la fortaleza de sus conciencias permanecieron fieles. Una nueva guerra continental y los socorros de la Inglaterra ha prolongado lucha tan »desigual y cuyos horrores experimenta la nación entera. El éxito nunca »ha sido dudoso, pero en el dia la suerte de las armas la ha decidido. »Si prontamente no se restablece la paz interior ¿Quien podrá preveer »las consecuencias de tan ciega obstinación? »La Francia se interesa en conservar la integridad y la independencia »de España, si ésta vuelve a ser su amiga y aliada. Si prefiriese la enemis_ »tad la Francia debe procurar debilitarla, desmembrarla y aun destruirla. »Al hablaros este lenguaje, Dios que lee en los corazones de los mortales, sabe el interés que me anima. »Españoles: El destino inmutable no se ha pronunciado todavía. No »permitais que las pasiones excitadas por el enemigo común os reduzcan »por más tiempo: valeos de vuestra razón; ella os hará ver en los solda- »dos franceses amigos dispuestos a defenderos. Es tiempo aún, reuníos »todos a mí, y que en este día empiece para España una nueva era de felicidad y de gloria.—Dado en Córdoba a 27 de Enero de 1810.—Firmado.—Yo el Rey.—Por S. M., su Ministro Secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo.»
En tal proclama–'dice el erudito escritor Sr. Gómez Imaz:—KSe falsea la verdad de los gravísimos sucesos políticos que precedieron a la invasión, emitiéndose otros errores que andando los tiempos consignáronse en historias y memorias francesas, con menoscabo de la exactitud y seriedad; y como por desdicha nuestra, esos libros corrieron por nuestra Patria sin correctivo, preocupada toda la atención en desdichas políticas, pronunciamientos y guerras civiles, durante casi un siglo, infiltrándose en la masa del país, mil errores que, como otros muchos, tomaron carta de naturaleza en el vulgo ilustrado, dando lugar a que los españoles mismos depriman por ignorancia a su Patria. El Decreto que había publicado el Rey José en 18 de Agosto de 1809, suprimiendo todas las Ordenes Regulares, Monacales, Mendicantes y Clericales existentes en los dominios de España, se cumplió en Córdoba inmediatamente y con todo rigor, secuestrándoles sus bienes y nombrando Administrador general de los mismos a Don Lorenzo Basabrú. Como consecuencia de esta medida, se disolvieron las órdenes de San Jerónimo, cuyo convento estaba en la Sierra; las de San Agustín, San Pablo, San Cayetano, Carmelitas, Cistersienses y otras muchas muchas, pues eran contadas las que no tenían convento en Córdoba; y a pesar de que los documentos no hacen referencias más que a los conventos mencionados, es lógico suponer que fueron tratados de igual modo las restantes Comunidades. Para dar una idea de la forma en que se verificaron estas expulsiones, copiamos lo que dice Ramírez de Arellano (1) respecto a la de la Comunidad del Convento de la Merced-, que se efectuó el 5 de. Febrero: «Era Comendador el R. P. Fray Tomás Galo Martínez de Hortal, natural de Zújar de Baza, e hijo de aquel convento, quien a las ocho de la mañana reunió la Comunidad en el Coro alto, se rezaron las horas canónicas, se cantó misa muy solemne a la Virgen que dijo el P. M. Fray Francisco González de Jordán y Sales, consumiendo el Santo Sacramento, se entonó un responso por los religiosos difuntos y quedó disuelta la Corporación, abrazándose todos con lágrimas que apenas les dejaron articular palabra. Disueltas las Congregaciones, el Rey concedió una audiencia a sus Superiores de la que da cuenta la Gaceta de Madrid en estos términos: «En la tarde del día 27 ha recibido el Rey a los Superiores de las Ordenes Religiosas suprimidas, los cuales han salido de la audiencia penetrados de las verdades que S. M. les ha manifestado. Hay entre ellos sujetos respetados justamente por el público, capaces de ocupar empleos importantes en la iglesia y en la educación pública. S. M. ha encargado a sus Ministros de Negocios eclesiásticos y del Interior que los tengan presentes para las propuestas as estos diversos empleos. Otros a quienes su edad avanzada, hace casi extraños al mundo, podrán obtener el permiso de acabar tranquilamente sus días en las casas nacionales que se designan. Hay otros que siendo más jóvenes y activos, han solicitado se les permita capitalizar sus pensiones a fin de poder comprar tierras nacionales y hacerse labradores, otros, en fin, que pertenecen a familias que tendrán por el mayor beneficio el que vuelvan a incorporarse a ellas, no han manifestado más deseos que el de gozar en su seno la pensión que la ley les ha asignado. Todo lo que el Rey ha dicho a estos hombres de opiniones, intereses, y hábitos tan contrarios al nuevo orden de cosas, les ha hecho tal impresión que se les ha oído felicitarse de que en medio de sus desgracias, Dios les haya enviado un Angel consolador, en un Rey tan justo y tan compasivo. En el mismo periódico se publicó la noticia de que el día 28 salió el Rey a pasear a caballo por la ciudad. «Era—decía—un espectáculo bien extraordinario ver a los habitantes de todas clases correr en tropel al paso de S. M. y sobre los muros, para gozar de su presencia, recibiéndole con gritos mil veces repetidos de ;Viva nuestro Rey! Cuando se considera que hace tan pocos días que el Gobierno insurreccional contaba con que los ánimos de los habitantes de esta ciudad eran de los más opuestos contra el Rey y que hay aqui tan gran número de eclesiásticos; causa admiración que no haya necesitado el Rey más que dos días para disipar todas las calumnias y para hacer que el clero vuelva a sus sentimientos naturales. «S. M.—añade el periódico—ha pasado esta tarde a examinar menudamente la Mezquita, que ahora sirve de Catedral. S. M. iba acompañado de dos oficiales de su Real Casa, del Cabildo de la Catedral y de un gentío inmenso. Cuando todavía José Bonaparte se hallaba bajo la impresión de los homenajes y agasajos que le habia tributado el pueblo de Córdoba, de las audiencias que continuamente daba y a las que acudía todo lo más selecto por su riqueza y por su linaje, y entre la curiosidad que despertaba su paso entre la muchedumbre, interpretada por sus Ministros como muestra de aprecio y de asentimiento a la nueva situación creada, escribió al Emperador (1) con fecha 27 de Enero. He aquí el texto de la carta:«Sire, l'Andalousie sera bientôt pacifiée. Toutes les villes m'envoient des deputes; Seville suit cet exemple. La junte est retirée à l'île de Leon. Je m'occupe d'entrer a Cadix sans coup ferir. L'esprit du peuple est bon; j'esperé que sous peu Votre Majesté será charmée des progrés que nous faisons ici, parce que le triomphe de nos ennemis était fondé sur les plus absurdes et les plus noires calomnies, qui se dissipent et font autant de bien que les ennemis en avaient esperé de mal. Je vous prie, Sire, d'agreer l'hommage de ma tendre amitie, et de croire que je désire plus que personne vous étre utile pour reconquerir la liberté des mers, et vous prouver que je meritais peut-étre d'être appelé du nom que vous m'avez donne a Bayonne, dans votre premiere proclamation aux Espagnols.
Desde que el mariscal Victor entró en Córdoba empezaron las censuras contra la disuelta Junta Suprema de Córdoba. La Gaceta de Madrid hablaba de su tiránica administración, de las contribuciones impuestas y de la orden para entregar la plata labrada de la Iglesia y los caudales de Obras Pías: éstas y otras censuras que consignaba dicho periódico, constituyen su mayor elogio, porque prueban que cuantas medidas adoptó, fueron tan acertadas, como justas. En él se dice también que los curas no atendieron a las exhortaciones de los funcionarios de la Junta, para que predicasen al pueblo en contra del nuevo Rey. Así mismo se hizo notar por sus simpatías francesas un sacerdote distinguido, el Dr. Don Sebastián Ramírez Blanco, Catedrático principal de Artes y Lugares Teológicos, quien hacía nueve meses que se hallaba preso, según se relata en la referida publicación, por haber dicho que la guerra era impolítica, que no había medio de oponerse, que el verdadero amor a la Patria era mirar por ella, evitando la ruina que debía suceder de una lucha tan desigual; que la Junta Central no tenía pies ni cabeza, que eran incapaces de gobernar una aldea, que los ingleses no llevaban otro objeto que el usurparnos la marina y apoderarse de América y que España por política debía estar siempre unida a Francia y procurar restablecer el Comercio, así perdido y arruinado. Conocido por los franceses el motivo de la prisión de dicho sacerdote, fué puesto en libertad. CAPÍTULO X1810 (continuación)El primero y quinto ejército de invasión. —Llegada de José Bonaparte a Sevilla .—Decreto de amnistía. —División del Reino. —Primeros acuerdos del Municipio. —Órdenes para respetar el campo y la ganadería. —Disposiciones de los generales Dessalles y Soult sobre los dispersos del ejército. —Reaparición del Correo Político. — Carta Pastoral del Obispo. —Los frailes exclaustrados. —El convento de San Francisco. — Abolición de la Inquisición. —Traslado de la Virgen de las Angustias a la iglesia de San Nicolás. Los Mariscales Victor y Mortier con el 1.° y 5.° ejércitos de invasión, marcharon por orden del rey con dirección a Sevilla, donde entraron sin haber encontrado en el camino más que algunas guerrillas del ejército del duque de Alburquerque, cuyo objetivo era impedir que los franceses se interpusieran entre Sevilla y la isla de León y llegaran a coger prisioneros a los miembros de la ex-Junta Central o de la nueva Regencia. El día 29 partió el rey, ante las halagüeñas noticias que se recibían de la actitud de aquella ciudad y el 1 de febrero hizo su solemne entrada en la antigua capital de la Bética, expidiendo al día siguiente un decreto de amnistía fechado en el regio Alcázar, el cual después de reproducir la proclama dada recientemente en Córdoba decía:
Otro de los más importantes decretos dados por el Rey José, en Sevilla, el del 23 de abril, establecía en España 15 divisiones o distritos militares, y dejaba las Prefecturas de Córdoba, Sevilla y Mérida, bajo el mando de Soult, Mariscal del Imperio y Duque de Dalmacia, quien fijó su residencia oficial en la capital del Andalucía. El Ayuntamiento que no había vuelto a reunirse, después de consignar su protesta por la entrada de los franceses, celebró sesión el 29 de enero acordando cumplir un bando del Gobernador de la plaza que disponía que los puestos de café, vino, tabernas, etc., se cerraran después del toque de retreta. Las necesidades del ejército invasor obligaron a arbitrar los medios más eficaces para llenarlas: así es, que señaló quinientos ducados de sueldo anual al proveedor de cebada de la guarnición y cuatro reales diarios al medidor; contrató con el panadero Bartolomé Laguna el suministro de pan a las tropas, a razón de 60 raciones por cada fanega de trigo que entonces se cotizaba en el mercado a 35 reales: se les proveyó de la leña que pedían imperiosamente, disponiéndose la corta inmediata de todos los árboles señalados por los propietarios de las fincas para la próxima estación, a los cuales se les satisfaría su importe tan pronto como se pudiera. En virtud de varias quejas producidas por las excesivas talas de árboles, que practicaba el ejército, el Gobernador prohibió que se hiciera el menor daño en los bosques de Ribera, ordenando que fuera reducido a prisión quien contraviniera esta disposición; proporcionáronse a los soldados las camas suficientes, aunque hubo algunos vecinos que se resistieron a facilitarlas, como don Luis Fernández de Córdoba y don Rafael de Oliva: y así mismo designó el Cabildo las comisiones especiales que habían de servir al ejército en lo referente a los alojamientos y bagajes, provisión de carnes, paja y utensilios, pan, cebada, aceite, leña, vino, legumbres y extraordinarios de toda clases, así como para recibir, despachar oficios y visar los bonos. Debió de tener el Gobierno noticias de los daños que en la propiedad y en los campos ocasionaba el ejército que vivía sobre el país con el propósito de avasallarlo, y desde la ciudad de Jerez, con fecha 15 de febrero, el Ministro del Interior, marqués de Almenara, dirigió a los Intendentes, Gobernadores, Corregidores y Alcaldes Mayores la siguiente circular:
Inspirado en este mismo decreto, el Duque de Dalmacia dió en Sevilla una orden general del Ejército el 28 de abril, prohibiendo, bajo severos castigos, que los militares se apoderasen de los ganados y reses para la labranza, ni cometieran ningún acto arbitrario que interrumpiese las labores agrícolas. El Gobernador militar Dessolles publicó el día 3 de febrero un bando ordenando que todos los habitantes de los Reinos de Córdoba y Jaén declararan inmediatamente las armas y pertrechos de guerra que tuvieran para su uso personal, o en depósito, las cuales serían entregadas en el plazo de cuarenta y ocho horas en los Almacenes de los Corregidores y Alcaldes Mayores, quienes las devolverían bajo su más estrecha responsabilidad a las personas de buen vivir; también dispuso que prestaran juramento al Rey todos los Magistrados, Eclesiásticos y empleados de distintas clases, en el término de ocho días, así como los militares que hubieran abandonado el ejército español, quienes al mismo tiempo de prestar juramento de fidelidad al rey, entregarían sus armas, presentándose a las Autoridadesi cada tres días, y no pudiendo abandonar sus dominios sin previo permiso. Estas disposiciones se acataron puntualmente y aun se conservan las listas, (en et Archivo Municipal) de los soldados y oficiales españoles juramentados que vivían en Córdoba, en número de 273, entre las distintas parroquias. Para evitar que los dispersos tuvieran que presentarse de tres en tres días, dió el Gobernador una circular a los Corregidores de los pueblos, cabeza de partido, dispensándoles de la presentación y obligándoles sólo a acudir a lista una vez a la semana, pero dándole cuenta todos los lunes de la situación en que se encontrasen. Los abusos a que daba lugar el sistema de socorros, con raciones de subsistencias a las viudas y huérfanos de militares que no recibían la pensión que les estaba señalada, motivó un Decreto de Soult, fechado en Sevilla el 9 de octubre, y cumplimentado en Córdoba, disponiendo que en cada Prefectura se formara una relación de los individuos que se encontraban en dichas circunstancias, para que desde el día se les abonase la mitad de la pensión, una vez reconocido su derecho. Los invasores reanudaron la publicación de! Correo Político, periódico que hemos visto fué creado por la Junta local en enero de 1809. El primer número de su segunda época apareció el 4 de febrero; pero ¡en qué forma tan distinta! Figuraba como director el Penitenciario Arjona, nombrado para este cargo por el Ministro Urquijo, pero dimitió al poco tiempo por no avenirse a que sus trabajos pasaran por la previa censura del general Dessolles y del Conde de Casa Valencia, y por la serie de falsedades que el Correo publicaba; reemplazóle el escritor y poeta José Marchena y después lo dirigió Don Carlos Velasco, hasta el año de 1811, en que se puso el periódico bajo la inspiración del gobierno; el Prefecto Altuna repuso a Arjona, que se vió obligado a renunciar por las mismas razones que lo hizo anteriormente, y quedó encargado de su dirección el mismo Prefecto. Juntamente con las páginas que consagraba el Correo a las noticias políticas y a las luchas de los ejércitos, dedicaba largo espacio a la literatura española y extranjera, en muchos de cuyos artículos nos parecen ver las plumas eruditas de Arjona y Marchena. Los conocimientos generales de divulgación científica y de las artes industriales no eran olvidados. Uno de los artículos más interesantes trataba del cultivo de la remolacha y de la extracción del azúcar de esta raiz, intento que protegió Napoleón, según los procedimientos del entonces Director del Laboratorio químico de Medicina de París, Mr. Barruel, y de los químicos Isnard y Desseux, aunque por entonces no llegó a cultivarse este vegetal, a pesar de los deseos de los invasores. Regía a la sazón la Diócesis de Córdoba un prelado ilustre, don Pedro Antonio Trevilla, de quien hemos hecho mención ya varias veces, en estas páginas. Era a juzgar por sus acciones, hombre imbuido en las modernas ideas de la civilización francesa y partidario de la familia de Bonaparte, con la que sostuvo correspondencia, según tradición que conservan sus más allegados parientes. ¡Lástima que no se pueda confirmar! El prelado publicó en el mes de Febrero la siguiente Carta Pastoral que reproducimos sólo en parte por su mucha extensión:
¿Fué obligado el Obispo Trevilla a dar esta Carta Pastoral por excitaciones de las autoridades francesas? Es casi seguro, si se tiene en cuenta que los invasores se propusieron captarse las simpatías del clero cordobés, que tan grande influjo tenía sobre el pueblo de suyo religioso y fanático. Tampoco es extraño que el mismo Rey hubiese pedido la publicación de dicho documento, o que anticipándose a los regios deseos e influido por el ambiente que le rodeaba, el Obispo, dando pruebas de habilidad política, la redactase a fin de congraciarse con el nuevo régimen establecido. Sin embargo; la eficacia de este escrito atribuyendo a la mano de Dios la mudanza que experimentábamos era muy pequeña para contrarrestar los efectos del decreto suprimiendo los Ordenes regulares, cuyos individuos lanzados de sus conventos avivaban en las calles el odio contra los que tan violentamente habían procedido contra ellos, pues si bien el gobierno intruso dictó varias disposiciones para que se les concedieran curatos, como a los seculares, o pensiones a cuenta del Estado para que pudieran vivir, era muy escaso el número de los que llegaban a obtener los primeros, y respecto a las segundas apenas llegaron a pagarse por ser excesivo el número de reclamaciones y por el desconcierto administrativo. Estas causas y la abominación que sentían por el escéptico y desleal extranjero, que hollaba casi todo el territorio español, contribuyeron a que los frailes engrosaran, levantaran y dirigieran diferentes partidas de guerrilleros que pelearon con ardor inextinguible en defensa de sus más sagrados intereses: la religión y la patria. El Gobernador militar quiso impedir sus belicosos arrestos y en el mes de Diciembre excitó a las Justicias de los pueblos de la provincia, para que vigilaran con el mayor celo a los ex-regulares que después de haberse ausentado de los pueblos donde residían, volvieran a ellos, dando parte, sin la menor demora, de toda novedad que advirtiesen en este punto, en la inteligencia de que si se llegaba a saber que en cualquier pueblo se habían introducido algunos de estos frailes, las Justicias que no los hubiesen asegurado o dado cuenta de su presentación, experimentarían un severísimo y ejemplar castigo. Sin embargo, raro es el número del Correo, que al hablar de las partidas de insurgentes o bandidos que llenaban la provincia, no diera cuenta, en la relación de los muertos o prisioneros. de algún fraile que estaba con ellos, y cuando demos a conocer los sumarios y las relaciones de fusilados y ajusticiados, veremos que en éstas figuran gran número de religiosos. Los Conventos abandonados eran un gran incentivo para el robo, por las muchas riquezas que atesoraban y la escasa custodia de los mismos; así es, que para evitar que se repitiesen las furtivas sustracciones hechas por algunos vecinos, de que había tenido conocimiento con gran extrañeza, el Gobernador, se previno al público que se adoptaría una estrecha vigilancia y los que fueran aprehendidos serían entregados inmediatamente a los tribunales militares franceses y castigados con todo el rigor de las leyes de la guerra. Sólo sé tiene noticia de que en un Convento, el de San Francisco, volviera la Iglesia a dedicarse al culto, y esto por empeño de muchas personas de viso, según refiere Don T. Ramírez de Arellano. [56], quien a la vez habla en esta forma de las profanaciones que sufrió el templo antes de su reapertura:
No era ya el Santo Oficio al principio del siglo XIX el temido tribunal cuyo sólo nombre infundía pavor: El regalismo y el despotismo ilustrado de los Borbones no consentía sombra alguna a su poder, y fué perdiendo poco a poco todos sus fueros y privilegios, estando a punto de ser suprimido por Godoy y Urquijo, en cuya época fracasó en todos aquellos procesos que se propuso incoar contra personas de gran posición política por sus ideas liberales. El Emperador Napoleón, a su venida a España para activar la guerra, y antes de conquistar Madrid, expidió, entre otros decretos, el 4 de Diciembre de 1809, en Chamartín, éste tan conocido, que en cortas palabras decía:
Los invasores de Córdoba cumplieron en seguida el decreto, encomendando su ejecución al canónigo Penitenciario, Doctor D. Manuel María Arjona, a D. José Marchena y al Dr. D. José Garrido, Arcediano de la Catedral, quienes empezaron sus trabajos [57] procediendo al inventario de las alhajas, muebles y bienes del Santo Oficio. Según la liquidación los créditos a su favor importaban 215,868 reales y 6.112 maravedises que ordenó el Comisario Angulo se cobrasen y los ingresara en el Tesoro el administrador de los Bienes Nacionales, juntamente con el importe de seis vales reales. La plata se ordenó que pasase al depósito general; las pinturas que se guardasen, los muebles que se vendieran en pública subasta y los inmuebles que se sacaran también en subasta para su arriendo o venta. La parte más difícil de ejecutar era el destino de los papeles y causas guardadas en el Archivo, pero cumplieron con exquisita prudencia su difícil cometido, las personas encargadas de ello, si juzgamos su proceder con arreglo a las creencias de aquel momento histórico, no quemando todos los papeles como decían unos, ni creando una biblioteca curiosa para la pública diversión y ludibrio de aquel Tribunal, como opinaban otros, lo cual hubiera sido viviendo los Inquisidores, una medida desacertada e impropia de sacerdotes. Los documentos los dividieron en tres clases: La "Causas célebres conducentes para la historia literaria", las cuales se conservaron formando de ellas inventario particular. 2.a "Pruebas de limpieza" que se guardaron todas como útiles que pueden ser para muchas familias. 3.a "Causas ya inútiles" que se quemaron con la debida reserva por los mismos empleados del Tribunal. ¡Lástima grande que esta tercera "parte se cumpliera con pérdidas irreparables para la historia!” El número 119 del Correo Político, correspondiente al 25 de febrero, daba cuenta en un largo y bien escrito artículo, quizá debido a la pluma de Arjona, entonces redactor del periódico, de la extinción de la Inquisición. Dice así la parte más interesante:
Ya no quedaba más que el recuerdo de tan terrible tribunal, y para que desaparecieran sus últimos vestigios, el Ministro de Negocios eclesiásticos se dirigió al Prelado con fecha 13 de mayo, quejándose de que a pesar de haberse suprimido el Santo Oficio, continuarán puestos en las puertas de las Iglesias los postreros edictos que había dado, y ordenaba que se arrancaran inmediatamente, El pueblo de Córdoba, que si bien había contemplado impasible la abolición de la Inquisición, era fervoroso católico, dió muestra de su entusiasmo religioso en la tarde del 1° de marzo, formando, un lucidisimo cortejo de personas de todas clases sociales, al llevar la venerada Imagen de la Virgen de las Angustias, desde el Convento de San Agustín (convertido en Cuartel y la Iglesia en granero), a la parroquia de San Nicolás de la Villa, a petición del Cura párroco de la misma, Doctor don José Meléndez, que era, además, Catedrático del Real Colegio de la Asunción. El Comisario Regio de quien se solicitó el permiso, no solamente lo concedió con el mayor gusto, según el "Correo Político", sino que había exigido que la traslación se hiciese con la mayor pompa y solemnidad posible, y añade:
Dudamos que la ceremonia se realizara con tanta alegría como describe el Correo. CAPÍTULO XI(1810 CONTINUACIÓN)Creación de las Milicias Cívicas.—Dificultades para su organización—Los Pasaportes.— Peticiones al Rey José.—La fiesta onomástica del Rey. —Creación de clases de Dibujo y Matemáticas en el Real Colegio de la Asunción.— El nuevo Municipio de afrancesados.—El nuevo Intendente y Prefecto D. Domingo Badía y Leblich.— Segunda visita del Rey.—Donativo del Cabildo Catedral.— Baile. — Condecoraciones.—Presentación del Doctoral para Obispo de Zamora.— Tercera visita del Monarca. Comprendiendo las autoridades que la clase media ha sido siempre la más interesada y apta para conservar el orden en esta Ciudad, lo mismo que en gran número de poblaciones españolas, se organizaron las Guardias cívicas creadas por el Gobierno del Rey José, a cuyo efecto expidió en Málaga el 7 de marzo de 1810 un Decreto, cuyos artículos dicen así:
A poco fué substituido por don Juan Molina el Comandante de la Guardia cívica, Marqués de Guardia Real, a quien se adjudicó el Gobierno de la Sierra de Córdoba. Para tratar del arreglo de esta milicia, y en cumplimiento de acuerdos anteriores, visitó el 28 de mayo una comisión del Ayuntamiento al Comisario don Francisco Angulo, y se convino comprender en la matrícula a los padres, siempre que fuesen cabezas de familia, de posición o arraigo, y a sus hijos, así como también a los empleados, aunque no disfrutasen sueldo, si tenían fama de honradez y buenas costumbres, e igualmente a los militares retirados. También se acordó desde esa fecha se suministraran raciones de comida a los tambores, pífanos, sargentos, cabos de brigada, cuarteleros y amanuenses de la Milicia. Este Instituto armado no debía componerse entonces de muchos individuos, por cuanto el Comisario Regio se presentó estando reunido el Cabildo municipal en sesión el 7 de julio, y se quejó de la morosidad de los Capitulares que no le habían remitido los padrones de los ciudadanos que podían entrar en la Guardia. La disciplina bajo la cual estaba constituída, no carecía de severidad, y la asistencia a los actos que debía concurrir el Cuerpo, no admitía excusa alguna. Esto motivó el que a fines de año se quejase al Ayuntamiento su fontanero José Bonilla, de que se le había impuesto una multa por no haber podido concurrir un día que estaba componiendo las cañerías de la casa del Gobernador militar, y preguntaba si era primero su obligación, o ir con el Cuerpo adonde se le exigiese, cuya dificultad solucionó el Ayuntamiento, exceptuando a sus empleados de concurrir a ningún acto de la Guardia. El Mariscal, Duque de Dalmacia, dió nuevas instrucciones respecto a este Cuerpo, el 24 de julio, y el Ayuntamiento, en una de sus primeras sesiones, acordó formar nuevos padrones de vecinos, que compredieron desde los 18 a los 60 años, con exclusión de los jornaleros, y que se hiciesen por los Regidores en la misma forma que se habían hecho los primeros. Con tal motivo se dieron instrucciones a los alcaldes de barrio, admitiéndoles en la Sala Capitular. Al formarse el padrón, surgieron dudas respecto a lo que debía de entenderse por propietarios, y si correspondia excluir a los ex-regulares, o capellanes no ordenados in sacris, así como también a los Médicos, Cirujanos y Boticarios que no tuvieran oficial en su botica, Consultóse con el Comandante general de las tropas españolas, que lo era don Juan Bautista de Castro, y emitió los siguientes conceptos aclaratorios: que por propietarios se entendían, no sólo los que poseían fincas, sino los que ejercian profesión o industria; que en el padrón debian incluirse los ex regulares y capellanes que no estuvieran ordenados in sacris y también los médicos, cirujanos y boticarios, aunque no prestasen guardia. Era de gran interés para la tranquilidad de los gobernantes y de la población sometida, poner el mayor número posible de dificultades a los viajeros, arrieros, comerciantes e industriales, impidiendo de este modo que pudieran tener comunicación alguna los cordobeses con los guerrilleros, que llenaban la provincia y acosaban por todas partes a los invasores. A este fin publicó, con fecha 28 de marzo, un edicto el Gobernador militar, previniendo que nadie viajase sin llevar un pasaporte con sus señas dadas por las Justicias de los pueblos donde los exhibiría el transeúnte y le serían refrendados; que sólo podrían usar de caballería los que tuvieran 5.000 reales de renta y algunos otros privilegiados, y que los contraventores de estas disposiciones serían castigados. El Intendente Badía también publicó el 10 de abril una orden disponiendo que todo el que saliese de viaje debía proveerse de su pasaporte, firmado por él y refrendado por la Autoridad militar. El mismo Badía, algunos meses después, en julio, ordenó que todos los hombres residentes en la capital y en los pueblos de la provincia se proveyesen de la carta de seguridad, si no querían ser detenidos por las autoridades francesas, y concedió un plazo de 15 días para adquirir el citado documento. El Rey José se hallaba en Andújar el 12 de marzo y el Ayuntamiento acordó que fuera a cumplimentarle una comisión compuesta de los Regidores don Rafael de Thena y don Diego Montesinos, para rogarle que continuara de Gobernador militar de Córdoba el General Dessolles, a quien por lo visto se había trasladado en unión de algunos jefes y oficiales del Ejército, de los que más caballerosamente se habían conducido hasta entonces en sus respectivos cargos, con gran satisfacción de todo el vecindario, y pidiéndole también que perdonase a la ciudad el débito que tenía contraído por contribución de paja, utensilios y cuota de aguardiente. Thena no llegó a ir, pués solicitó que lo relevaran por su avanzada edad, sus achaques y no conocer el francés; razones que se tomaron en cuenta para substituirle en seguida por el jurado don Rafael Entrenas, que hablaba la lengua francesa. No consta el resultado de esta comisión, que si llegó a cumplimentar al Rey, no consiguió la dispensa de los débitos por contribuciones atrasadas. Respecto a Dessolles, continuó desempeñando su alto cargo hasta el 2 de junio, en que entregó el mando al nuevo Gobernador general [[Barón de Godinot, despidiéndose con un banquete en el que a la vez se festejaban la boda de Napoleón con [[María Luisa de Austria. Desde primeros de marzo, empezaron los preparativos en la capital para celebrar el Santo del Rey José. El Municipio se ocupó del asunto con la debida anticipación y el Cabildo eclesiástico, se reunió para dar lectura del siguiente oficio del Comisario Regio don Francisco Angulo: La fiesta de San losé es un día digno de que la religión consagre con aquella pompa y Majestad que le es propio a sus Ministros, los homenajes debidos al Todopoderoso, por ser la conservación y felicidad de nuestro Católico Monarca, y espero que V. S. I. manifieste en una función solemne con sermón, un testimonio del agradecimiento que profesa a su Real Persona. En su vista, el Cabildo dispuso que al llegar dicha festividad, repicasen las campanas a las ocho de la mañana y dijera la misa el que la tenía durante la semana; no se pusiera después de ella el Señor de manifiesto; se cantase un Te Deum por el Prelado, o, en su defecto, por una Dignidad, y que una Diputación del Cabildo saliera a recibir a las comisiones. El programa de las fiestas, publicado por el Gobernador particular de la Ciudad, es como sigue:
He aquí ahora la descripción que hacía de los festejos el Correo Político, en su número del dia 22:
En el número de los festejos con que solemnizóse el día del Rey, figuró la inauguración en el Real Colegio de la Asunción, fundado por el médico de Carlos V, don Pedro López de Alba, de una escuela de Dibujo y otra de Matemáticas puras, mientras se creaban los Liceos, que había ordenado el Gobierno. Las clases eran nocturnas y duraban dos horas, aplicándose los estudios de Dibujo al resurgimiento de la platería cordobesa.
También se celebraron con grandes fiestas los días del Rey en Bujalance, Baena, La Carolina, La Rambla y demás pueblos de la provincia. Un cambio inesperado se produjo en el Ayuntamiento: el Comisario Regio por un decreto dado el 28 de marzo, declaró anulados y de ningún valor los nombramientos de Corregidor, Veinticuatros y Jurados que constituían el Regimiento de la ciudad, y elogió para la nueva Municipalidad a los señores siguientes: Corregidor, don Mariano de Fuentes; Regidores, el Marqués de Villaseca, el Conde Zamora, don Lorenzo Basabru, don Juan Ramón Valdelomar, don Mariano Lorenzo, don Francisco Salgado, don Manuel de la Torre, don Francisco de Paula Toledano, don José Rabé, don José Basconi, don Bartolomé Bélez, don Vicente Obiedo, don Bentura Aute y don Mariano Ortega; Procurador del Común, don Rafael Ramírez Castillejo; Substituto, don Rafael Entrena, y Escribanos Secretarios, don Antonio Mariano Barroso y don Manuel Cañete. Reunidos por primera vez en Cabildo el 30 de marzo, el Comisario Regio don F. de Angulo, les dirigió las siguientes palabras:
Tras este discurso, el Corregidor y los Regidores, excepto el Marqués de Villaseca y don Juan Ramón Valdelomar, que por estar enfermos no concurrieron, así como todos los empleados del Ayuntamiento, juraron cumplir fielmente las obligaciones de sus cargas, mirando sólo al bien de la nación y a la gloria del Rey, con arreglo a lo prevenido por la Constitución del Reino. Terminado el juramento, Angulo manifestó su extrañeza por no haber en la Sala Capitular un busto del Rey, disculpándose la Corporación por haber tenido que mandar el que poseía, bastante malo, al Colegio de la Asunción y tener encargado otro a un buen artista; el Comisario tomó nuevamente la palabra y pidió que se arreglara el alumbrado de la Ciudad; que se desembarazaran las calles de los objetos del culto amontonados en ellas; que se diera un corte a las cuentas y que se reunieran en una sola arca los ingresos de los diferentes ramos contributivos. El Municipio nombró una comisión para cumplimentar al Rey, que se encontraba en Andújar, o para efectuarlo en Córdoba, si venía a la capital. El 5 de abril fué nombrado Intendente de Córdoba don Domingo Badía y Leblich, ilustre viajero y hombre de ciencia, autor, entre otras obras, de su interesante Viaje por África del Norte, Arabia. Asia Menor y Turquía Europea, que realizó por orden de Godoy, deslumbrando a los indígenas con su pompa de Príncipe, bajo el nombre de Ali-Bey. En el mes de Mayo se encontraba en Bayona[58], y por indicaciones de Carlos IV pasó a servir al Rey José. Su vida es una novela y su figura intelectual es una de las más grandes de aquel reinado. Badía conocía la Capital, pues fué Administrador de tabacos, aunque poco tiempo. El primer cargo que le dieron los invasores fué el de Intendente de Segovia, que desempeñó desde Octubre de 1809 hasta el 20 de marzo de 1810; después fué también nombrado Prefecto de Córdoba, cesando el Comisario Regio don Francisco de Angulo, otro afrancesado que en pago de su asistencia a las Cortes de Bayona había obtenido honores y cargos políticos de importancia. En la mañana del 6 de abril el Cabildo Eclesiástico, teniendo noticias de que el [[rey José iba a llegar a Córdoba a las tres de la tarde, y de que una Diputación de la Ciudad había salido a recibirlo, acordó que hubiera un repique general de campanas a la entrada del Monarca, otro al toque de oraciones e iluminación en la torre de la catedral. De esta segunda entrada de José Bonaparte en nuestra Ciudad, de regreso de Andújar, hace El Correo, en su número 131, la siguiente reseña:
Al día siguiente en el Cabildo eclesiástico, el Deán don Felipe Ventura, manifestó que el Comisario Regio le había escrito, que con motivo de los excesivos gastos que traían consigo los repetidos viajes del rey en la provincia, con el solo objeto de evitar toda efusión de sangre y preparar la felicidad futura de sus pueblos, único objeto de sus desvelos, se hallaba S. M. en los mayores apuros de dinero y lejos de querer emplear para adquirirlos medios que repugnaban a la bondad de su corazón deseaba que él empleara su influjo para que el Muy ilustre Cabildo le procurase un auxilio de un millón de reales, ya fuese por vía de anticipo o por vía de préstamo, que sería lo mejor, para lo cual pondría S. M. en manos del Ilustre Cabildo aquellas fincas que fuesen más de su agrado; que la necesidad era muy grande y sería en igual proporción, el servicio que hiciera a S. M. el Muy Ilustre Cabildo, el cual podía influir con el ascendiente que le daban su carácter, sus virtudes, y su opinión, para que S. M. saliera de ese apuro, a cuyo fin no se ocultaría a su penetración que no había necesidad de que el Ilustre Cabildo se comprometiese públicamente en una demanda de las fincas que deseara, pues para ellos bastaría que tuviese la bondad de explicarse con dicho Comisario”. El Cabildo nombró a los diputados administradores de las oficinas llamadas de Cabezas de rentas, para que con el Prelado, Diputados de Hacienda, Obras Pías y Subsidios, procuraran reunir el millón que solicitaba el soberano. Celebraron diferentes cabildos y puestos de acuerdo el Deán y demás Dignidades y Canónigos dieron amplia comisión a los Diputados de las Arcas de Santa Inés (fundación de la Catedral) para que aquella misma tarde informáran el modo de arbitrar el dinero, como así lo hicieron en cabildo extraordinario celebrado a horas completas, dando cuenta de que se había conseguido reunir el millón anhelado. El Correo en su número 132, refería de la siguiente forma, la entrega de la expresada suma. El 8 de Abril, una diputación del Cabildo de esta Santa Iglesia ha tenido el honor de poner en las reales manos de S. M. la representación siguiente:
S. M. ha oído con agrado los sentimientos que animan al Cabildo y ha encargado a sus diputados que lo manifiesten a su cuerpo el qual había visto que reusó admitir el donativo que le ofrecieron a su primer paso, porque creía que no necesitaría de ingresos extraordinarios a que solo daba lugar la temeraria resistencia de Cádiz, por los gastos que causaba; que aun ahora tampoco admitía el mayor donativo que sabía querían hacer, que solo recibiría este préstamo, dándoles para pago una propiedad nacional, que redituase lo suficiente para cobrarse de él, y que si se verificase pronto la rendición de Cádiz, podría devolverles en efectivo el millón, pues que las contribuciones ordinarias bastarían para satisfacer las necesidades del Estado. Las comisiones del Cabildo dieron gracias las más expresivas a S. M. por su beneficencia y la bondad con que los había recibido. No puede emplearse mayor falsedad al dar cuenta de este hecho en el periódico oficial: suponemos que efectivamente el mensaje estaría redactado en la forma transcrita, pero no consta en las actas capitulares, tal vez para no contraer los firmantes ninguna clase de responsabilidades en el día de mañana. Cumplimentaron al rey las diputaciones de los pueblos de la provincia, cuyos nombres aparecen en El Correo, y hubo banquete y corrida de toros de que habla así el mismo periódico: El [[8 de abril[[, dió el Excelentísimo Señor Gobernador General una suntuosa cena y un espléndido baile al que asistieron todas las personas principales de Córdoba, S. M. se dignó honrarle con su presencia y también fueron convidados los señores ministros y toda la corte, el júbilo fué universal y en los rostros de todos se veían retratada la satisfacción de gozar de la presencia del monarca, prenda segura de la paz, que va a suceder a nuestros porfiados disturbios. En la fiesta de toros del lunes 9 hubo un inmenso concurso de gente, S. M. con los ministros y toda la corte, asistió a este espectáculo nacional. Cada concurrencia es en Córdoba una prueba de la general confianza de los ciudadanos, la cual es tal que en ningún otro pueblo de la península puede ser más completa. Por entonces fueron nombrados caballeros de la Orden Real de España, don Francisco Alonso, Capitán de la primera compañía franca de caballería de Córdoba, don Juan Morales Sacristán, capitán de la segunda; don Pedro Baena, capitán de la primera de Infantería, don Francisco Munarriz, comandante de las mismas compañías, y el Obispo de Córdoba, don Antonio Trevilla. El clero español que desde un principio se mostró intransigente con los sacerdotes franceses, no por creer como el vulgo que fuesen ateos, sino por venir del país que tantas desdichas nos causaba, tuvo sus excepciones, y entre ellas lo fué el Cabildo cordobés, según lo acredita el suceso siguiente. Vivía en Sevilla por esta época un sacerdote francés llamado don Juan Vienne, natural de Auch que fué ordenado por el Obispo de Lamber el 21 de septiembre de 1785 y había sido Canónigo de su ciudad natal. Huyendo quizá, como otros muchos, de la revolución francesa, vino a España, donde tomó carta de naturaleza. El rey José lo nombró el 24 de abril para la Canongía vacante en la Catedral, por muerte de don Francisco de Argote, y en el Cabildo del 27 de mayo se leyó un oficio del conde de Montarco participando el nombramiento. El Prelado se apresuró a expedirle el título correspondiente, pero subsistiendo en aquella época la antievangélica costumbre, como dice un escritor moderno, de tener que demostrar el agraciado con un largo y enojoso expediente la limpieza de sangre de sus antepasados, antes de tomar posesión de un beneficio. El gobernador Dessolles pidió al Cabildo que dispensará a Vienne de esta prueba, admitiéndole en cambio un certificado acreditando la limpieza de su nombre y de su familia, firmado por el propio General; por el Duque de Salignaq, por Mr Bagneni, jefe de la división del Estado Mayor de Dessolles, y por Dampier, su ayudante de Campo. Una comisión de Canónigos compuesta por don Juan Trevilla y don Diego Millan, informaron al cabildo, que siendo tan ilustres señores los que firmaban la prueba de limpieza de sangre de Vienne, se podía desde luego darle posesión de la Canongía: así lo acordaron, y el día 27 de Mayo se presentó Vienne ante el Cabildo, en unión del Notario Secretario, y arrodillado a los pies del Presidente juró obediencia al Rey, a la Constitución, y a las Leyes, conforme al Real Decreto que así lo disponía: acto continuo el Presidente nombró a los Canónigos Segovia y Ugalde para que acompañaran al agraciado al Coro y le pusieran en posesión de su sitial, conduciéndolo después a la Sala Capitular, donde tomó también posesión de su asiento, jurando después guardar y conservar los estatutos de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Al día siguiente eximieron a Vienne de la obligación de residir en Córdoba, a ruegos de Desselles, que alegó tener que trasladarse a Madrid: después vino una Real Orden autorizándole para marchar, pues su objeto era volver a Francia. El General visitó al Dean para dar las gracias al Cabildo por las atenciones que había tenido con el nuevo Canónigo: seguramente no imaginó encontrar en tan alta Corporación más fácil acomodamiento a las exigencias del régimen imperante. El gobierno del rey José para premiar la adhesión del Doctoral, le presentó el 28 de junio para el Obispado de Zamora; el Obispo preconizado al dar cuenta a su Cabildo suplicó que no se festejase en forma alguna su presentación, atendiendo a las críticas circunstancias en que se encontraba el país; pero acordaron seguir la costumbre establecida, si bien aplazando el repique y la iluminación. También[59] comunicó su nombramiento y se ofreció al Cabildo de Zamora que le envió la enhorabuena y dispuso que aquella misma mañana se tocaran las campanas por espacio de media hora, omitiendo el hacerlo por la noche, según uso antiguo, por hallarse prohibido su toque desde que los franceses entraron en aquella Ciudad, Esta presentación lo mismo que todas las que hizo el Emperador fueron ficticias, pues no pudo Napoleón conseguir del Papa nombramientos para los Obispados vacantes. José Bonaparte volvió a visitar la Ciudad el domingo 6 de mayo, pero como solo estuvo de paso, pues se marchó el mismo día, no pudieron celebrarse las fiestas con que el Ayuntamiento había pensado agasajarlo. El domingo por la mañana decía El Correo salió S. M. de Córdoba dejando a esta ciudad, con el sentimiento de que hubiera sido tan corta su estancia en ella. La de Montoro había solicitado que el soberano fuera a visitarla en su tránsito. S. M. accedió a esta súplica. El recibimiento fué el de hijos contentos con ver a un padre por quien ansiaban. Los vivas resonaban por toda la carrera, y los habitantes tendían las capas por el suelo por donde pasaba el Monarca. No ha manifestado el Carpio, menos alborozo, y el Rey ha visto en todas estas muestras de cordial afecto, ni provocadas ni estudiadas, el espíritu que anima a los moradores del reino de Córdoba. Referencias
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Principales editores del artículo
- Eluque (Discusión |contribuciones) [38]
- Aromeo (Discusión |contribuciones) [4]
- Gencor (Discusión |contribuciones) [1]